Elecciones made in USA
Las elecciones estadunidenses ocurren a la sombra de la fractura de la presidencia de George W. Bush. Terminan estos largos ocho años de gobierno conservador, con un entorno externo marcado por el desgaste de la política exterior y la diplomacia, y con la guerra que se alarga sin perspectivas de un final en Afganistán e Irak.
Internamente, acaba con una profunda crisis económica que ha estallado luego de un periodo de fuerte expansión financiera y en medio de un amplio desencuentro general entre la operación de los mercados y las políticas públicas. Este último aspecto ha tenido, sin duda, un gran efecto en la desarticulación de aquella sociedad.
La confianza no sólo ha quedado derrumbada en los mercados de crédito y de monedas y en las bolsas de valores, sino en el conjunto del esquema de liderazgo nacional, tal y como se practica en Washington.
El final de la campaña electoral entre los dos principales candidatos muestra la fuerte división que existe. También permite advertir el desacomodo ideológico que reina, sobre todo, entre las fuerzas más conservadoras del Partido Republicano. De tal forma que a McCain, un político y legislador más convencional, le cuesta un enorme trabajo distanciarse como candidato de las acciones del gobierno de Bush.
En ese entorno el discurso liberal de los demócratas ha encontrado un espacio que había tenido cerrado por mucho tiempo. Al parecer, Obama ha podido capitalizar su posición en este escenario político.
Pero falta el resultado de las elecciones. Sólo entonces se podrá hablar de los espacios que efectivamente se abren en el quehacer político, de los cambios necesarios en esa sociedad y, de modo más relevante, de los cambios posibles. Faltan apenas unas horas para saberlo.
Sólo entonces se podrá pensar en lo que todo esto puede significar para una cada vez más debilitada estructura internacional. Igualmente, se podrá reflexionar sobre lo que representa para México o el resto de América Latina. Hay que admitir, de inicio, que ni uno ni la otra fueron temas de referencia en las campañas.
Pero estos ya no son, necesariamente, los campos pasivos y alineados que quedaron tras el Consenso de Washington; en cambio, son sociedades que se mueven y mutan, que exhiben sus propias contradicciones y con diferencias grandes entre ellas, además de que enfrentan mucha incertudumbre en los procesos que están siguiendo.
Los discursos políticos, las posiciones que se adelantaron y hasta las abiertas pugnas entre Obama y McCain se concentraron en las disputas internas. Eso es inevitable en una elección y, en especial, en las condiciones en que esta ocurre.
Pero tal vez ahora hay un desplazamiento más evidente en la posición internacional de Estados Unidos que parecía haberse reforzado desde hace casi 20 años con la desaparición de la URSS y del sistema que giraba a su alrededor y, luego, con la agresiva política militar ejercida por el gobierno de Bush. A este escenario se suma, ahora, la crisis financiera y la manera en que se supere, con su efecto, por ahora no discernible, sobre la estructura económica y el valor del dólar.
El mundo de la unipolaridad, anunciada junto con el fin de la historia (que siempre acaba al final por reirse) es hoy, en cambio, un terreno lleno de conflictos por todas partes del mundo y en el que para nada se pueden señalar acuerdos estables entre las nuevas potencias y, menos todavía, los caminos del progreso social mirado en un sentido amplio y complejo.
La elección estadunidense y la crisis financiera en curso abren un espacio para la reconversión internacional en los ámbitos de la política y la economía. No es posible adelantar el resultado de esa posible reconversión. Aunque sí se pueden identificar los jugadores no hay reglas para el juego.
Hay aspectos de esta elección que son llamativos. Uno de ellos es el tono del enfrentamiento, sobre todo el de los conservadores contra Obama. Se asocia, dicen, con radicales y hasta con terroristas. Le increpan que su fin último es instaurar el socialismo en su país. No pueden tolerar que hable de redistribución del ingreso (en su charla con el “plomero Joe”) cuando eso es precisamente lo que hizo el gobierno actual, generando gran desigualdad social en medio de los excesos financieros que propició.
Eso no es relevante más que para observar el modo en que se hace la política. Pero tiene un eco fuerte aquí luego de las elecciones de 2006. Cualquier desviación de un esquema ideológico prefigurado desde el poder es populista y odioso. Y si de ecos electorales se trata, qué puede decirse de las posibilidades de fraude, de las cuales se habla abiertamente en muchos estados. Ya pasó en Florida hace ocho años.
Una victoria demócrata podría cambiar el panorama del modo de hacer política en Estados Unidos. Pero esta afirmación debe matizarse de inmediato pues quién sabe en qué espacios, con qué profundidad y con qué duración pueda hacerlo. Pero podría, cuando menos, mover el punto de referencia de un modo de gestión social que está muy desgastado y cuestionado en todas partes. Se vale un poco de fresco entre tanto bochorno.
Hay que esperar el resultado de las elecciones.