Turner, el navegante
Conocí a Jorge Turner en 1976. El 6 de agosto de ese año llegué a México como refugiado político, y un par de días después se inauguró la sede de la Federación Latinoamericana de Periodistas. Allí, en la Felap, junto a Genaro Carnero Checa y Ernesto Vera, entre un mar de periodistas exiliados, descubrí a Turner, panameño sin par, luchador incansable por la liberación nacional de su país, marxista crítico, latinoamericanista y bolivariano de pura cepa. Él también estaba desterrado, porque según el general Omar Torrijos, quien le cambió la prisión por el exilio, éste y otros “patriotas honorables” habían querido cambiar las cosas en Panamá “a 100 kilómetros por hora”. Cuando se enteró de que yo era un tupamaro de la tierra de Artigas, me dijo que sentía gran admiración por Raúl Sendic, fundador del Movimiento de Liberación Nacional, en ese entonces prisionero y rehén de la dictadura militar uruguaya.
Ése fue el inicio de una amistad que llega hasta nuestros días. Sé que esto es anecdótico y puede parecer superficial, pero sirva para introducir un par de datos que son fundamentales para definir el carácter y la esencia de este hombre que nos convoca: me refiero a su honradez y coherencia intelectual a prueba de balas, que ha trascendido todas las modas e incluso las deserciones masivas de muchos colegas de aquellos años hacia el centrismo y la derecha del espectro político.
Una vez más, a sus 86 años, el joven Turner nos sigue sorprendiendo con su buen humor, vitalidad y producción intelectual. Muestra de ello, en 2007 se editó Panamá en la América Latina que concibió Bolívar. Un libro con diez ensayos que tienen como eje la relación de Panamá, esa república sui generis –la “mal nacida”–, con la potencia imperial, Estados Unidos, que la parió en 1903 –para decirlo con las palabras de Turner–, en “un acto troglodita” de fuerza del capital monopólico y del gobierno de Theodore Roosevelt. Eran los días del expansionismo estadunidense de la mano de la “política del gran garrote” y la “diplomacia del dólar”; del naciente imperialismo. Washington construyó el Canal y, mediante un pacto a perpetuidad, convirtió ese territorio estratégico en un enclave colonial. En una “seudorepública” o un “cuasi protectorado”.
En ese texto encontramos la obsesión permanente de Turner: la producción de ideas concretas para consolidar el proceso de integración de nuestra América. Un proceso salpicado de marchas y contramarchas, que se inscribe en la actualidad bajo una forma renovada de dominación regida por la dictadura del pensamiento único socialdarwinista y la diplomacia de fuerza de la administración Bush, con su “guerra preventiva” de impronta totalitaria, neonazi. Un modo de dominación que Turner ha descrito como un “proyecto neoeconómico, geopolítico y geomilitar”, que persigue la disminución de las soberanías de nuestros estados nacionales y el empobrecimiento de nuestros pueblos, y aspira a establecer en el subhemisferio un “colonialismo militarizado” de nuevo tipo. No obstante, en nuestros días la región atraviesa un rico proceso de cambio. Allí están Venezuela, Bolivia y siempre Cuba. El riesgo, ha dicho Turner, es que si no se consolidan dichos procesos, “la docilidad y la complacencia” pueden conducir a un “modelo asfixiante de capitalismo harapiento, subdesarrollado y dependiente como nunca”, que se hará cada vez más difícil revertir.
Turner ha venido repitiendo que en el mundo actual ninguna nación pobre puede resolver sus problemas aislada de las demás. Por eso, señala como obligatoria la elaboración de plataformas programáticas de integración, basadas en el estudio previo de los intereses comunes de nuestros países, con eje en la justicia social, la redistribución del ingreso y el desarrollo de una hegemonía interna basada en la organización popular. Si bien la correlación de fuerzas es desfavorable hoy para una empresa de ese corte, porque Estados Unidos tiene el monopolio militar de las más mortíferas armas de destrucción masiva y cuenta con un sistema de propaganda mediática formidable, Turner nos dice que esa correlación está cambiando con la emergencia de viejos y nuevos actores sociales y diversas formas de lucha.
Para la coyuntura plantea la necesidad de grandes alianzas para derrotar a las formas más agresivas del capitalismo y apuesta a la construcción del socialismo, de una sociedad anticapitalista sin explotados ni explotadores. Ante las derrotas tácticas que se pueden sufrir en la subregión, Turner, citando a Fidel Castro, utiliza el símil del personaje bíblico Jonás, quien escapó del vientre de la ballena. “América Latina y el Caribe pueden ser devorados, pero no podrán ser digeridos”, dijo Fidel. Y nosotros repetimos esa verdad: eso no ocurrirá mientras haya en la región luchadores sociales y por la liberación nacional de nuestros pueblos de la talla de Turner, hombre ético y moralmente íntegro, luchador de tiempo completo, maestro y formador de juventudes.
De Jorge Turner podemos decir que no ha sido gobernante, no ejerció el poder, ni siquiera supo hacerse rico. Fue y sigue siendo, en cambio, lúcido espíritu crítico y militante convencido de que el socialismo es también la libertad y la igualdad de los seres humanos. Peleó para hacer de Panamá una república soberana, defendió a Cuba, Nicaragua y a todas las revoluciones del siglo XX, ese siglo suyo, con intransigencia y probidad intelectual a lo largo de toda su vida. Es mucho decir, hay que decirlo… A propósito, te recuerdo ahora, Jorge, aquella amarga frase del poeta turco Nazim Hikmet, que conocía tan bien aquel otro argonauta quijotesco, compañero de utopías, don Carlos Quijano: “Navegar es necesario, vivir no”. Ha sido la tuya, Jorge, una larga marcha que no ha llegado, todavía, a tocar puerto, una intensa navegación a lo largo y a lo ancho del siglo latinoamericano. Qué bueno que sigas al timón de sueños y de esperanzas infinitamente renovados.