La política ratatouille
La profundidad y extensión de la crisis económica, el presumible triunfo de Barack Obama en las elecciones presidenciales estadunidenses y la creciente insatisfacción de la ciudadanía con los políticos de siempre marcan la coyuntura actual.
Barack Obama. Si Obama gana con el amplio margen que parece obtendrá, si ese triunfo se traduce en una mayoría legislativa, se habrán roto 40 años de hegemonía conservadora. El triunfo será resultado de una combinación de hartazgo frente a la ineficacia gubernamental, repudio a la guerra en Irak, reivindicación de derechos amenazados. Sobretodo expresará una transformación en el subsuelo de la sociedad, que Obama ha sabido encarnar con sobriedad. El nuevo sueño americano es una narración sobre la movilidad social, la búsqueda de acuerdos a partir de discrepancias y de un sentido de justicia que rechaza los privilegios. Un estado de ánimo que vislumbra una sociedad y un mundo en el que todos quepan.
La crisis económica. El deslizamiento hacia la recesión y el estancamiento con la pérdida de empleos e ingresos, así como la expansión de la pobreza y la desigualdad en todo el mundo, son el acto culminante de los fundamentalistas del mercado. Dejado a su propia espontaneidad, el mercado sólo puede desbocarse. Pero no lo hace de manera neutra, sino profundizando la desigualdad y concentrando la riqueza y el privilegio. Estas desarticulaciones en los mercados conllevan anomia y fragmentación social.
Su lectura desde un sector de los políticos de siempre puede explotar una veta populista que recurre a la retórica para ganar adeptos pero no para enfrentar problemas reales que exigen sacrificios de los sectores privilegiados, pero también corresponsabilidad y participación crítica de los ciudadanos para no dejarse engatusar con fórmulas del pasado. La crisis económica puede presagiar en el terreno de las políticas públicas una restauración conservadora del ogro filantrópico con su carga de opacidad, corrupción y autoritarismo. Puede, empero, también abrir espacios para la experimentación social y para derivar nuevos remedios y políticas que sólo surgen cuando se abandonan las viejas anteojeras de las ortodoxias, como ocurrió durante el periodo presidencial del general Lázaro Cárdenas. No se trata de repetir el pasado, sino de replicar una actitud que se alejó de las fórmulas en boga para pensar con patriotismo y por cuenta propia nuevas reglas y políticas públicas.
La política ratatouille. Todo se había conjuntando de manera sorprendente para que la clase política y, particularmente, la izquierda obtuviera un éxito que mucha falta le hace. Movilizaciones pacíficas, pero enérgicas, deliberaciones públicas amplias y extensas, convocatoria a intelectuales y técnicos para participar en la elaboración de propuestas para la reforma petrolera, habilidad y oficio en las negociaciones parlamentarias. Al final, un resultado ambivalente torpedeado por quienes pregonan la negociación del todo o nada, por quienes veían escandalizados que se había cedido en el eje privatizador de la propuesta calderonista o por quienes esperan algo más que las reformas posibles dada la gravedad de los problemas que enfrenta el sector energético en México.
Sin movilizaciones sociales es imposible defender conquistas en un ambiente caracterizado por la parálisis política. Pero para que las movilizaciones devengan nuevas reglas, es decir, reconstrucción de instituciones, deben transportar en su seno la convicción que toda movilización que no desemboca en negociación deviene activismo que se evapora. Por otra parte, las negociaciones parlamentarias deben partir no de lo posible, sino de lo deseable, para definir un itinerario de largo aliento y no componendas circunstanciales.
Mas allá de los parches de la política ratatouille la crisis económica y los efectos del probable triunfo de Obama en EU nos convocan a amplias coaliciones y compromisos históricos.