Maputo responde a Wall Street
La economía capitalista en su versión actual hace agua por todos lados. Es un hecho incontrovertible. También lo es que una de las piezas fundamentales para construir una nueva economía es la soberanía alimentaria como concepto y como práctica.
Lo que ha entrado en profunda crisis es la economía del dominio de la no producción, de la especulación y dominio total de la actividad financiera. La lógica de convertir en mercancía cuanto bien, servicio o satisfactor aparezca en el horizonte. La lógica de la capacidad indefinida, para pocos, de producción, transporte y consumo globales. Es el imperio de lo que Boaventura de Sousa Santos llama la globalización localizada: aquellos procesos mundializados que subordinan o incluso anulan los procesos de las localidades. Los ejemplos sobran: semillas transgénicas que desplazan o incluso matan a las nativas; alimentos chatarra que desplazan a los tradicionales, hábitos alimenticios que sepultan las tradiciones culinarias regionales.
Se trata de la convergencia de múltiples crisis que actualmente padece el planeta y que retoma la declaración final de la quinta Conferencia Internacional de la Vía Campesina, celebrada la semana pasada en Maputo, Mozambique: crisis alimentaria, crisis energética, crisis ambiental, crisis económica, crisis financiera, crisis de seguridad humana global.
No son ajenas unas crisis a las otras: se implican y se causan mutuamente, pero todas presentan las mismas constantes: predominio de los grandes actores financieros globales; control de la producción y distribución de alimentos, así como del desarrollo tecnológico por unas cuantas corporaciones globales que eliminan a los productores locales; derroche de energía para producir, para transportar comida a grandes distancias; derroche de energía en el consumo que genera obesidad y diabetes. Según la Vía Campesina, 40 por ciento de los gases de efecto invernadero son generados por el transporte requerido por la agricultura industrial. Por otra parte, desperdicio de alimentos en las zonas acaudaladas mientras una quinta parte de la humanidad muere de desnutrición.
Por eso la Vía Campesina ofrece al mundo uno de los pivotes para construir una economía humana, incluyente, sustentable. No viene de los laboratorios de ninguna compañía de biotecnología, ni de los centros de investigación de alguna universidad primermundista. Es una idea que resulta de la práctica milenaria de las familias y de las comunidades campesinas e indígenas: la soberanía alimentaria, y que ahora se revela más fecunda y pertinente que nunca.
La soberanía alimentaria tiene su base en el sistema alimentario comunitario y local, manejado totalmente por sus actores: las familias campesinas e indígenas, con toda su diversidad de edades, de sexos, de roles. Todos ellos y ellas identificados como productores y consumidores. Producen sus alimentos con base en sus propias semillas, mejoradas por la prácticas autóctonas de selección y cruza de las mejores. Con lo que producen constituyen una reserva estratégica de alimentos con fines no sólo de satisfacción de necesidades materiales, sino también sociales y simbólicas. Reserva que les permite alimentar solidariamente a los viejos solos, a los enfermos, a las personas con discapacidad, celebrar sus fiestas, integrar la comunidad. Reserva con la que no se especula, ni se lleva a la bolsa de Chicago, ni se tasa según el mercado de futuros, ni escapa de las manos de los productores directos para pasar a la de los financieros. La soberanía alimentaria local está compuesta de granos que no son mercancía, sino garantía de derechos básicos, de satisfactores esenciales.
La soberanía alimentaria que la Vía Campesina propone a escala internacional, y toda una diversidad de organizaciones rurales a nivel nacional, es la pieza fundamental del modelo para armar de una nueva economía: humana, social, solidaria, no capitalista, como se le quiera llamar. No se trata de encerrarse en lo local, en la autarquía comunitaria. Se trata, de nuevo citando a De Sousa Santos, de hacer una localización globalizada. Es decir, expandir por todo el planeta las cualidades y condiciones que localmente se muestran adecuadas para que se cubran los tres derechos que la soberanía alimentaria implica: el derecho de los productores campesinos e indígenas a vivir decentemente de su trabajo; el derecho de los consumidores a obtener alimentos baratos, sanos, suficientes y de acuerdo a sus tradiciones y el derecho de las comunidades locales, regionales y nacionales a producir sus propios alimentos y a trazar las políticas adecuadas para ello.
Lo que el Encuentro Internacional de la Vía Campesina nos enseña es que, si antes decíamos que había que sacar los tratados comerciales de la agricultura, con la crisis del sistema capitalista no sólo es necesario sacarlos a éstos, sino también la lógica del capital de la producción de alimentos. Es la vía que las y los campesinos aportan para superar lo que Leonardo Boff llama la edad de hierro de la globalización, para globalizar la esperanza.