¿Quién robó el sueño americano?
Los profetas del fin del mundo no se hicieron esperar: “presenciamos la muerte del capitalismo”, anunciaron con gravedad en la voz, cuando debieron haber dicho que presenciaban el fin del funesto mandato de George W. Bush, el hombre que cumplió los más caros deseos del gran capital y de la derecha fundamentalista: la invasión de Irak (con sus inmensos yacimientos petroleros), la desregulación bancaria (que estimuló la codicia inagotable de Wall Street) y el cierre de las fronteras, con la excusa de ahuyentar a “terroristas” que únicamente amenazaban con desplazar a los autocomplacientes obreros estadunidenses, para alcanzar ellos mismos el sueño americano.
Bush cumplió al pie de la letra el mandato de sus electores. Por eso, no obstante el rechazo del mundo y las desastrosas consecuencias de su gobierno, su base electoral continúa luchando para impedir la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca. El estadunidense medio no asimila aún la catástrofe; no se da cuenta de que la historia toca a su puerta para cobrar la factura. Apoyan a John McCain para que todo siga igual, porque sueñan con que se desvanezca la pesadilla, que vuelvan los mercados, que regrese la época dorada del crédito inagotable, con un presidente blanco y cristiano en la Casa Blanca.
Hoy la debacle económica confirma que frente al egoísmo no hay ideología que valga. Por eso muchos criticaron en días pasados la comparecencia del antiguo sacerdote del capitalismo salvaje en el seno del Congreso. “Me equivoqué”, reconoció un decrépito y derrotado Alan Greenspan frente al derrumbe de los mercados. El economista que presidió por 20 años con mano de hierro la omnipotente autoridad monetaria de Estados Unidos confesó candorosamente que se equivocó al asumir que los bancos y las grandes corporaciones “estaban mejor capacitados para proteger a sus accionistas y preservar el valor de sus empresas”. Hubo, sí, un inusitado mea culpa plagado de justificaciones, pero no hubo propósito de enmienda, porque en la misma confesión el antiguo “maestro”, respetado por presidentes y reconocido por legisladores como oráculo de la economía mundial, insistió de cara a millones de desocupados en que la adopción de medidas legislativas para evitar una tragedia similar en el futuro “ahogaría el crecimiento y reduciría el nivel de vida del pueblo estadunidense”. (Es obvio que Greenspan es demasiado viejo para cambiar de canal, y demasiado esclerótico para arrodillarse frente a la tempestad.)
Otro que tampoco se arrodilla, pero en su caso no es ideología ni esclerosis, sino ignorancia, es Bush. En su mensaje radiofónico este fin de semana, recomendó continuar con el crecimiento económico “a la americana”: “mercados libres, libre empresa y libre comercio”. ¡Libertad para irse por el caño! (A este respecto el Nobel Paul Samuelson escribió con humor esta semana que “los niños por nacer, desde Islandia hasta la Antártida, aprenderán a temblar ante los nombres de Bush y Greenspan”.) “Éste sería el peor momento para renunciar a un modelo que ha generado bienestar y esperanza”, le dijo Bush a un país que acaba de perder el bienestar y no tiene esperanza; un país que nacionalizó parcialmente los principales bancos, y en donde decenas de las arrogantes multinacionales de antaño se declaran insolventes y se asoman al abismo de la bancarrota.
Es increíble que, después del infortunado mandato de Bush, de los estragos causados por los turbios manejos de Dick Cheney y de la crisis financiera, John McCain no se haya deslindado de la actual administración, ni haya tocado de lleno el tema de la economía. El candidato republicano está concentrado en presentar a Barack Obama como un “enigma” (una manera sutil de recordarles a los votantes el origen afroestadunidense del candidato demócrata y de continuar alentando los malévolos rumores de que Obama es un musulmán emboscado, con amistades y nexos entre “terroristas domésticos”, ¡que no son sino profesores universitarios que pertenecieron a organizaciones radicales cuando Obama tenía ocho años!) También le llama “socialista”, porque el demócrata pretende “redistribuir la riqueza” utilizando la base fiscal. Lo que quedó claro, después del tiradero que dejó la crisis económica, y la más agresiva campaña presidencial de los últimos tiempos, es que la nave de la superpotencia hace agua.
El gigante de la riqueza inextinguible es hoy un país atribulado: con millones de desempleados, una deuda aproximada de 11 billones de dólares, conflictos armados en Irak y Afganistán (que requieren 10 mil millones de dólares mensuales) y la posibilidad de enfrascarse en conflictos adicionales con Irán y Siria (guerras para las que no existen recursos humanos ni económicos).
El país perdió con Bush el prestigio que tuvo en otros tiempos, y hoy enfrenta sus importantes elecciones con un sistema electoral de principios del siglo pasado, manipulado por la derecha fundamentalista con ayuda de los medios electrónicos. Existe la posibilidad de un empate técnico que obligaría a los candidatos a dirimir la controversia en la Suprema Corte.