Usted está aquí: martes 28 de octubre de 2008 Mundo Incesante movilización de pueblos enteros tras el paso de Ike por Cuba, hace más de un mes

■ En algunas zonas afectadas se estudian cambios en el tipo de construcción de viviendas

Incesante movilización de pueblos enteros tras el paso de Ike por Cuba, hace más de un mes

Gerardo Arreola (Corresponsal)

Ampliar la imagen Margot Ortega, quien perdió su vivienda por el huracán Ike, en Gibara, Cuba, se aloja en una "facilidad temporal" que se levanta con madera y planchas de fibra de papel y cartón prensadas con asfalto Margot Ortega, quien perdió su vivienda por el huracán Ike, en Gibara, Cuba, se aloja en una “facilidad temporal” que se levanta con madera y planchas de fibra de papel y cartón prensadas con asfalto Foto: Gerardo Arreola

Banes, Cuba, 27 de octubre. Desde que hace más de un mes azotó el huracán Ike en el oriente profundo de Cuba, no ha cesado la movilización de pueblos enteros, primero para proteger vidas y bienes y luego para reconstruir. Las autoridades locales dudan al calcular cuánto tiempo más llevarán las obras, pero la tarea se perfila para meses. Algunos vecinos anotan al ciclón como el más reciente en una lista de golpes económicos en la zona.

En Banes, municipio azucarero de principios del siglo XX, en la actual provincia de Holguín, siete de cada diez viviendas tuvieron algún daño. Al menos la mitad siempre había sido de madera con techos ligeros. “Nunca habíamos tenido nada igual”, dice a La Jornada el alcalde, Narno Verdecia Betancourt.

La antigua fuerza económica del lugar, el central (ingenio) Nicaragua, cerró en 2002. Ahora la maquinaria se desarma para surtir de piezas de repuesto a otras fábricas de azúcar. La zona produce tubérculos y alguna caña se cultiva para enviarla a otros molinos. Los jóvenes se sienten atraídos por el balneario de Guardalavaca, que ha venido a ser una nueva fuente de empleo.

Aquí se desplomaron 3 mil 984 viviendas, cerca de la cuarta parte del total del municipio de 82 mil 700 habitantes. Después de la experiencia, “ya estamos estudiando cambios en la construcción de vivienda”, señala Verdecia. “Por ejemplo, que cada familia tenga al menos una habitación de estructura fuerte, que sirva como refugio en caso de un huracán”. Pero no se anima a calcular cuánto tiempo llevaría el proyecto.

Antilla es una estrecha franja de tierra que penetra en la bahía de Nipe y mantiene su casi centenaria función de puerto. Salen mieles y entra cemento. Ahí la destrucción fue proporcionalmente mayor: 3 mil 25 casas dañadas de las 3 mil 900 que había y de las cuales 581 se derrumbaron. Más de la mitad de la población tuvo que desalojar sus viviendas durante la emergencia.

En Antilla ya hay un terreno destinado a la construcción de casas con cimentación, varilla y cemento. “Nuestro plan original para 2009 ya queda descartado”, dice un funcionario del Partido Comunista. “Era de cien casas. Ahora, imagínese…”

En Gibara, la emblemática ciudad colonial, de 72 mil habitantes, se perdieron 2 mil 624 viviendas y hubo daños en más de 19 mil. Los albergues para casos de emergencia estaban rebosantes y hubo que resguardar gente en cuevas de refugio de las fuerzas armadas. Hay un plan para construir algunas decenas de petrocasas, la fórmula venezolana a base de policloruro de vinilo (o PVC).

En la zona costera de Laguna de Caletones, el vecindario desapareció por completo. Lo mismo pasó en el barrio de El Güirito, en el casco urbano. Las viviendas eran de piedra, madera y tejas de fibra de papel y cartón prensada con asfalto (“fibroasfalto”), relatan los damnificados.

El gobierno central está enviando materiales para reponer techos, que se vende a precios subsidiados, de contado o a crédito, o se entrega gratuitamente, según cada caso. Una plancha de “fibroasfalto” se vende en 4 pesos ordinarios; un saco de cemento, 4.50; una lámina de fibra asfáltica inyectada con cemento, 11.40; un metro cúbico de piedra o arena, 9.03. El salario promedio en Cuba es de 408 pesos.

Los créditos se asignan según las condiciones de la familia y los salarios, dice la directora del Banco Popular de Ahorro en Gibara, Marisel Rodríguez. El interés es de 4 por ciento y no lo paga el beneficiario, sino el Ministerio de Finanzas y Precios. Los pagos mensuales pueden rondar el 10 por ciento del ingreso del acreditado.

También se levantan “facilidades temporales”, con elementos como madera y “fibroasfalto”, para que quienes perdieron la casa pasen una temporada mientras reciben una ayuda más duradera. Las autoridades locales registran con detalle, día por día, lo que llega y cómo se distribuye. Las familias que tienen fuerzas disponibles, hacen sus propias faenas. Los que no pueden, reciben el apoyo de las brigadas del gobierno, integradas con trabajadores de distintos sectores, destinados temporalmente a esta tarea.

El huracán fue un trauma social que cambió la vida en estos pueblos y que se está prolongando. Una maestra de primaria narró en Banes cómo improvisó el aula en la sala de su casa, hasta que hace unos días pudo regresar a la escuela. En Antilla, un viejo carpintero jubilado, al que le falta un brazo, contó cómo él mismo se trepó al techo de su casa de más de dos metros, para colocar las planchas metálicas de repuesto. El hospital de Gibara, uno de los más dañados en el país por el huracán, nunca dejó de funcionar, recuerda su director, Isbert Toledo. Su personal se mantuvo al pie del cañón, con una planta eléctrica y así sigue ahora, entre albañiles y carpinteros.

Viajar de un poblado a otro puede llevar horas

Desde la salida norte de la ciudad de Holguín, capital provincial, Guardalavaca se anuncia con unos 60 kilómetros de carretera nueva, bien planchada. En esa vía, como en otras cercanas, el transporte público está colapsado desde principios de los años 90, cuando estalló en Cuba la crisis llamada “periodo especial”. Viajar decenas de kilómetros para ir de un poblado a otro puede representar una inversión de varias horas, quizá de una mañana entera. Hay que esperar una botella (aventón o autostop), algún carro oficial o el autobús de los trabajadores de los hoteles, que accedan a recoger pasajeros o un taxi particular, que cobrará entre 10 y 50 pesos, según el trayecto. A veces, una carreta.

Un antiguo cortador de caña del central Guatemala, antes llamado Preston, resume así su experiencia de las últimas dos décadas: “El periodo especial se llevó el transporte. En 1997 cerraron el primer muelle del central. A los dos años se quemó la iglesia y después cerró completo el central. Ahora viene el ciclón y se lleva la vivienda”.

 
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