Usted está aquí: martes 28 de octubre de 2008 Política Emparedados

José Blanco

Emparedados

Me refiero a una de las definiciones que la Real Academia de la Lengua da al término emparedado: recluido en un encierro por castigo, por penitencia o por propia voluntad. Así parecemos estar: emparedados entre altos, inalcanzables muros que se estrechan por ahora todavía gradualmente. Fue la voluntad neoliberal inapelable la que ordenó ortodoxamente que prácticamente nos quedáramos sin bancos, y ahora no serán los antiguos banqueros quienes padecerán el castigo y la penitencia, sino las grandes mayorías.

El Banco de México ha debido gastar, sin contraprestación tangible, más de 14 mil millones de dólares y el peso sigue devaluándose frente al dólar. Desde el punto de vista financiero no estamos más fuertes que nunca (aunque nuestra posición internacional antes del comienzo del derrumbe gringo no estaba mal), sino, probablemente, más débiles que nunca. Ciertamente esos dólares estaban en “nuestras” reservas internacionales, pero no nos pertenecían.

Como siempre ha ocurrido, el inservible Fondo Monetario Internacional (FMI) nos informa lo que el gobierno mexicano le informó a su vez: que enfrentamos un riesgo grave porque más de 70 por ciento de nuestro mercado de dinero está en manos de bancos extranjeros; en esto no hay para dónde hacerse: la banca es aproximadamente en esa proporción extranjera.

El dólar se ha devaluado 30 por ciento debido a la repatriación de capitales y a la salida sin control de capitales golondrinos. Cifras oficiales señalan que aún están en las reservas internacionales “mexicanas” unos 25 mil millones de dólares golondrinos que podrían volar en cualquier momento.

Una quiebra de un banco extranjero de los que operan en México, o aun sus propios requerimientos de liquidez, ya en su país de origen, ya en otro país que les resulte más conveniente (operan globalizadamente), contraería el crédito local en cifras inciertas, pero ciertamente en gran volumen. Nuestra condición estructural de debilidad no puede ser más evidente. A corto plazo dependemos como nunca del exterior para usar el eufemismo que inescapablemente refiere a Estados Unidos.

Durante los años 80, ni el FMI ni Washington, mucho menos la Secretaría de Hacienda y el Banco de México, sabían qué podíamos hacer con la soga al cuello. La llave del crédito externo estaba absolutamente cerrada y teníamos una deuda externa del orden de los 100 mil millones de dólares. El exterior mandó decir que paráramos la economía. No debíamos invertir porque una proporción significativa de la inversión tiene un alto contenido importado.

En otras palabras, no debíamos importar, aunque sí exportar todo el petróleo que pudiéramos, con precios a la baja, y así, en esas condiciones, debíamos generar un balance comercial positivo con el exterior, para atender el servicio (ni modo, así se llama) de la deuda externa.

Las condiciones actuales son totalmente distintas, y sin embargo estamos en las mismas: no sabemos qué hacer. Nuestra debilidad financiera estructural tiene al Banco de México y a Hacienda poniendo veladoras por todos los rincones.

Una estampida de los capitales golondrinos que quedan llevaría el tipo de cambio, según algunas estimaciones, a entre 15 y 17 pesos por dólar, al tiempo que las reservas disminuirían en 25 mil millones.

El Banco de México está contra la pared, o mejor, emparedado, porque tiene que seguir rematando dólares (cada vez más caritos); pero si el peso cierra el año entre 15 y 17 pesos tendremos una devaluación superior a 40 por ciento; esta tendencia ya está impactando la inflación al aumentar en altas proporciones el valor de las importaciones.

Lo contrario ocurrirá con las exportaciones cuyo encarecimiento tendería a frenarlas, y volveríamos a las andadas de siempre, el crecimiento desmedido del déficit comercial externo que no podremos enfrentar más que con deuda externa; esta vez será Obama, si quiere, el del rescate. Vea usted un futuro posible: Estados Unidos abriendo una línea de crédito en swaps a los bancos extranjeros que operan en México, para medio sacarnos del agujero.

Con una devaluación de esas proporciones irían hacia arriba los intereses que pagan los Cetes, no se diga lo que subirían los créditos hipotecarios, que pondrían en graves problemas a los muchos mexicanos endeudados pagando la casita con la que siempre soñaron. ¿Y las tarjetas de crédito?, pues por encima de 100 por ciento, tal como ocurrió en 1994. No estoy tratando de aterrorizar a nadie, sino dibujando un escenario posible.

El presidente Calderón salió a la palestra y anunció un programa en sentido contrario a la ortodoxia que su gobierno estaba siguiendo. Empieza a mostrarse que las medidas contracíclicas programadas son bienvenidas, pero muy insuficientes. Aunque también es claro que una mucho mayor suficiencia no se sabe de dónde puede salir.

Acaso haya que reconocer que estamos en una situación tan excepcionalmente grave a nivel internacional, que Bush ha hecho el acto de intervención estatal más grande que se haya hecho en su país, y ello también está resultando insuficiente. Bush y Europa están acabando a golpe de intervenciones con la ortodoxia neoliberal. Es hora de que inventemos cómo nos salimos de la trampa que empareda; nuestra situación es aún más excepcional, porque no tenemos bancos. Las reservas internacionales que siempre andamos presumiendo son sólo 75 mil millones; si se vuelan los golondrinos, quedarían en 50.

Hace un par de meses, los 90 mil millones que eran entonces todo mundo las veía como un muro inexpugnable. Hoy pueden ser diminutas si los países desarrollados no estabilizan pronto la situación financiera. De ellos dependemos.

 
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