■ Sensodanza presentó la obra Aquí no pasa nada, de Dana Fernández
Compañía independiente se suma a las conmemoraciones por el 68
El movimiento estudiantil de 1968 ha sido tema de una vasta producción artística que incluye cine, literatura, teatro, música, grabado, pintura y escultura. La danza no es la excepción.
La compañía independiente Sensodanza se suma a las conmemoraciones del 40 aniversario de esa gesta con la coreografía Aquí no pasa nada, de Dana Fernández, montada sobre la pieza musical de Manuel de Elías, Mictlán-Tlatelolco.
Auspiciada por la Escuela Nacional de Artes Plásticas, la coreografía fue estrenada hace unos días en el auditorio Julián Carrillo de Radio UNAM.
Es plausible que se ocupe del tema del 68 una joven coreógrafa que no había nacido cuando ocurrió la matanza en la Plaza de las Tres Culturas. Es reconfortante ver a las nuevas generaciones tomar conciencia de los hechos y manifestar su posición al respecto.
El programa de mano describe a Sensodanza como una compañía “de danza experimental cuyo objetivo principal es hacer de la danza un momento vivencial logrado a través de transformar sensaciones internas en movimiento de una manera honesta, abstracta y contemporánea”.
Sobre Aquí no pasa nada, dice el mismo programa: “Los medios dibujan un rostro triste de las tragedias humanas para persuadir y aceptar el mal, para acostumbranos a vivir con él. Los poderes quieren que seamos observadores pasivos. El hombre quiere caos, se siente atraído por ese estado incontrolable creado por la autodestrucción, tiene un interés absoluto en las pérdidas humanas, en las catástrofes. Está en todos. Todos nos rebelamos”.
La escenografía es austera: tres pendones de tela traslúcida y la proyección sobre los mismos y sobre una pantalla al fondo del escenario, de imágenes de distintos momentos de la movilización estudiantil y la secuela represiva. El problema es que la edición y secuencia de las imágenes es caótica, desordenada, y la mala calidad del sonido hace incomprensible la mayor parte del audio.
Tres mujeres sentadas sobre el escenario de espaldas al público parecen mirar las proyecciones. Después de varios minutos se ponen de pie y se vuelven hacia el público. Están en ropa interior, vulnerables. Tienen una cruz de cinta adhesiva negra sobre la boca. Representan a las víctimas de la represión. Representan la rebeldía silenciada. Trasiegan por el escenario, caen, se levantan, corren, tiemblan. Por momentos sus enérgicos movimientos logran transmitir la angustia y desesperación del caso. Después se vuelven monótonos, reiterativos, confusos. ¿Minimalismo?
El tema, las intenciones denunciatorias, la corrección política no bastan por sí mismas para hacer arte. Algunas personas abandonan la sala. No es necesario ser crítico de danza para notar las evidentes deficiencias en la concepción y ejecución de Aquí no pasa nada: falta de sincronización, titubeos de las tres bailarinas que intepretan la obra, falta de continuidad entre un cuadro y otro de la coreografía.
Al final, el público se queda en silencio largos e incómodos segundos. No sabe si ya llegó el momento de aplaudir.
Aquí no pasa nada se presentó ayer en el Auditorio Francisco Goitia de la Escuela Nacional de Artes Plásticas.