■ El religioso recorrió las provincias de Holguín y Las Tunas, devastadas por el huracán Ike
Cubanos, con franca disposición para reconstruir, pero faltan recursos: obispo Emilio Aranguren
Ampliar la imagen El prelado de la Iglesia católica, durante la entrevista realizada en la provincia de Holguín Foto: Gerardo Arreola
Holguín, 23 de octubre. A los dos días de que el huracán Ike entró por esta zona del noreste de la isla, cuenta el obispo Emilio Aranguren, a las puertas de una casa de religiosas, donde había más de 30 mujeres albergadas, dos hombres bebían alcohol.
“Al salir les dije: Oye, chico, ¿cómo ustedes están aquí tomando? Tenemos cosas que hacer. Uno me contestó: ‘padre, dame clavos’. Como diciendo: si tú me das clavos, yo trabajo. Una semana después visité a un campesino que miraba su cosecha de plátano totalmente arrasada y le pregunté qué pensaba. ‘Por ahora necesito fortaleza’, me respondió, ‘pero dentro de unos días también necesito un machete’”.
Ex obispo de Cienfuegos, en el litoral surcentral del país, Aranguren encabeza ahora una diócesis que comprende las provincias de Holguín y la mayor parte de Las Tunas, una región que el siglo pasado tuvo empresas estadunidenses y así heredó confesiones como la bautista, la metodista, los cuáqueros, la Iglesia de los Amigos y los pentecostales.
Después de recorrer la zona pueblo a pueblo, Aranguren concluye que hay una franca disposición de la gente para reconstruir lo que sea posible, pero faltan recursos. “La población está en espera de la iniciativa de los organismos estatales. En Cuba existe el sentido solidario, es la idiosincrasia de ayudar a tu hermano, a tu vecino más cercano, pero falta con qué. Necesito el clavo para clavar, necesito placa de zinc, un pedazo de madera. Como todo está centralizado por los organismos estatales, las personas esperan a que nos den”.
Recuerda que desde el primer momento la Iglesia católica ayudó a los damnificados en lo que pudo, mediante Cáritas, con el apoyo de otras diócesis y la Nunciatura Apostólica. Reforzó sus comedores para personas necesitadas y se coordina con autoridades para recibir las donaciones que envían desde Miami las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, con permiso de ambos gobiernos. Ya llegaron los tres primeros contenedores con alimentos a Holguín, que irán a los cuatro municipios más afectados, Banes, Antilla, Gibara y Freyre.
–¿La ayuda y los recursos actuales son insuficientes?
–Mi agradecimiento para las organizaciones no gubernamentales, para las naciones, para todas aquellas personas que de una u otra manera han brindado y están brindando su ayuda, para un poco paliar tantas necesidades. Lo que yo veo útil es la posibilidad de darle a la gente la oportunidad de demostrar su disposición, su iniciativa, su capacidad de sacrificio. Están en disposición, incluso los jóvenes, pero falta mucho.
–¿Cree que la gente tiene esperanza de resolver sus problemas?
–La esperanza depende de la espera. Una cosa es esperar y otra cosa es tener esperanza. Esperanza es una virtud y la espera es una actitud. Por ejemplo, Antilla es una lengua en el mar. Una persona que se pare a la entrada sabe lo que entra y todo lo que sale, porque solamente hay un punto de entrada y salida. El pueblo sabe si entró zinc, si entraron colchones y sabe a dónde van y a dónde se distribuye todo eso. Entonces notan que el ritmo es muy lento con relación a la proporción, a la cantidad de lo que hay que hacer.
–¿Qué impresiones tiene al recorrer su diócesis devastada?
–Hay una afectación en el ser humano, en las viviendas y un impacto también en la cosecha. Son como los tres lugares donde el ciclón ha golpeado. En la persona ha afectado mucho, sobre todo en el adulto mayor. Se les ve alicaídos, desanimados, sin posibilidades. Uno nota, por ejemplo, a las personas que buscan de alguna manera recuperar de la casa un rinconcito para preparar ahí un cuarto donde vivir, en espera de lo que puede ser el futuro. En ese futuro se mantiene como una esperanza muy lejana. Tan lejana como que en algunas ocasiones es mejor no recurrir a ese elemento.
“Esperan la posibilidad de un techo, de levantar las paredes, pero es una esperanza remota. Hay que esperar la ayuda y ahí es donde entra la dependencia. Esa dependencia es la que hace que la generación adulta calcule y saque cuentas y, como dicen, esto va pa’ largo, ya no me tocó”.
Prioritario, el dolor de la gente
–Se nota el golpe en el nivel de vida.
–Las propias autoridades de la provincia han publicado que 50 por ciento del fondo habitacional de Holguín estaba considerado regular o mal. Al venir el ciclón uno se da cuenta de lo que había. La mayoría de las casas que han sido afectadas ya de por sí necesitaban un mantenimiento o una reconstruccion. Son cuestiones que, como decimos en Cuba, se barren para dentro. No son necesidades que las familias difundan, pero que ha habido necesidad de difundir, porque ha habido que sacar el colchón a secar. Creo que hay que buscar soluciones dignas para el futuro, pero también soluciones transitorias, que permitan un estándar de vida para las personas para unos tres, cinco años. La dificultad está en que para lograr lo que uno desea, se demore mucho.
“Las personas repiten mucho estos dias: ‘lo mejor es enemigo de lo bueno’. Se proyecta lo mejor, pero las personas, no por mediocridad sino por gradualidad, quisieran lo bueno de lo que hasta ahora nos resuelve en estos momentos. Ya después veremos. Se están techando muchas edificaciones del servicio público, policlínicos, almacenes. La gente ve cómo eso va llegando paulatinamente y es lo que mantiene una esperanza latente en que a las personas eso les llegará”.
–¿En su diócesis hay muchas iglesias dañadas?
–Muchas, tristemente. Es verdad que el dolor de la población es prioritario y uno muchas veces prioriza las necesidades de las personas y de las familias. Pero la diócesis tiene cuatro templos totalmente destruidos, las parroquias de Velasco (mediados del siglo pasado), Manatí (toda de madera), Recreo y Floro Pérez (de principios del siglo XIX). Once templos han perdido el techo. Estamos buscando la manera de techar, pero no con la cubierta que corresponde a la población. Tratamos de ver si se pueden importar materiales. Todo esto se suma a nueve templos que ya estaban caídos. En total, 24 de los 60 templos de la diócesis los tenemos afectados. Se ha logrado conservar imágenes, bancos. Hemos tenido que buscar un lugar transitorio para celebrar el culto.
“Hay familias que nos brindan un área de la casa, sea la terraza, la sala, pero no es lo idóneo. Tratamos de que se conserve el área de los templos, para que no aparezcan otras edificaciones y solicitar permiso de construcción. Pienso que en este sentido se agilicen un poco las gestiones. En los templos derribados antes del ciclón hemos visto mucha demora en la concesión de permisos para la reconstrucción. Esperamos que esta situación de emergencia agilice un poco”.