Embriones
En Vida y destino, Vasili Grossman cita a Antón Chéjov, el gran cuentista ruso: “Dejemos a un lado a Dios y las así llamadas grandes ideas progresistas; comencemos por el hombre, seamos buenos y atentos para con el hombre, sea éste lo que sea: obispo, campesino, magnate industrial, prisionero de Sajalín, camarero de un restaurante; comencemos por amar, respetar y compadecer al hombre; sin eso no funcionará nada”. Poco importa si la referencia es fidedigna o exacta. Lo que vale es el mensaje: el ser humano se convierte en ser humano sólo cuando antepone a todo al hombre. Tanto Grossman como Chéjov tenían la autoridad que da el sufrimiento para hablar acerca del hombre.
Los seres humanos que viven inmersos en el dolor generado por algunas enfermedades tienen el derecho de modificar el sufrimiento propio o de los suyos. Tal es el caso de las familias que tienen bebés o niños o niñas con patologías graves o mortales. Y ésa es la historia reciente de una familia española que decidió evitarle más sufrimientos a un hijo de seis años afectado de beta Talasemia mayor, enfermedad hereditaria e incurable que condena a los enfermos a someterse a transfusiones durante toda su vida y a padecer las complicaciones derivadas de éstas. Los niños que padecen ese tipo de anemia congénita, al igual que los padres, viven mal, muy mal.
Gracias al avance de la ciencia, en cuatro países –España, Bélgica, Reino Unido y Estados Unidos– esa gravísima enfermedad puede evitarse o tratarse por medio del Diagnóstico Genético Preimplantacional. Ese procedimiento permite el estudio genético de embriones obtenidos por fecundación in vitro con el fin de implantar en el útero sólo los sanos. Son dos los logros principales de esta técnica. El primero es evitar el nacimiento de bebés con padecimientos graves, como la enfermedad de Huntington o la distrofia muscular; esas patologías afectan a quien la padece y alteran, enormemente, el entorno familiar. El segundo logro radica en seleccionar, con fines terapéuticos, un embrión que no padezca enfermedades hereditarias y que además sea muy similar –histocompatible– con el hermano que tiene la enfermedad. Es el caso de patologías como la beta Talasemia: el bebé recién nacido le donará a su hermano, en cuestión de meses, médula ósea sana, que sustituirá la médula enferma que no produce sangre adecuada. Las posibilidades de cura rebasan 90 por ciento.
La opinión de la Iglesia católica española ha sido muy cruda. “Para que nazca una persona se ha destruido a sus hermanos”, y “niño medicamento” son algunos de sus comentarios. Al unísono, el Vaticano, por conducto de L’Osservatore Romano, escribió: “No se trata de una acción altruista, sino de un acto de eugenesia”. Crudo, absurdo, inhumano.
Los enfrentamientos entre ciencia y religión permanecerán en el escenario porque los religiosos –judíos, católicos e islamistas– han sido incapaces de entender que el Dios que tanto respetan fue cambiando mientras creaba el mundo, fue transformándose de acuerdo con lo que veía. Es inconcebible la falta de autocrítica de muchos religiosos y su incapacidad para modificar sus viejos dictados. Es incomprensible su contumacia. No es el azar el que ha minado el deseo de los jóvenes a seguir el camino religioso; son los religiosos los responsables de las mermas que sufren las religiones.
Sus comentarios decimonónicos con respecto a algunos temas de ética médica actúan en contra de ellos mismos; recordemos que años atrás condenaron a la anestesia porque el mandato bíblico determinaba “parirás con dolor”; recordemos que no avalan el uso del condón, a pesar de que algunos pueblos en África desaparecerán a consecuencia del sida; recordemos que no consideran que la pederastia atenta contra la salud del afectado y aceptemos la imposibilidad del diálogo.
La ciencia médica, es cierto, en ocasiones comete abusos. Esos actos deben denunciarse. En el caso de embriones que salvan vidas y atenúan dolores, el éxito de la medicina es contundente y digno de la mayor admiración; la única y gran crítica sería la exclusión que sufren los pobres por no poder acceder al Diagnóstico Genético Preimplantatatorio.
En boca de Grossman, arquitecto inmejorable de la vida por lo mucho que sufrió, Chéjov tiene razón. Ante los ojos de Chéjov, quien escribía sus cuentos por medio del estetoscopio, el ser humano es antes que Dios. Ambos tienen razón. Dios no puede ser amigo del sufrimiento: ¿por qué continúan empecinándose algunos jerarcas religiosos en desoír a su Dios?