Un poco de realismo no hace mal
Esta crisis, antes que nada, no es sólo financiera, es también general y, además, es una crisis de confianza en el sistema y en los dirigentes del mismo. También es mucho más grave que la de los años 30, porque entonces la mayoría de la humanidad vivía en el campo y tenía amplios márgenes de autoconsumo o de supervivencia, mientras hoy vive en las ciudades, pero con empleos inseguros y un nivel de consumo aún más incierto. Por eso la crisis no se resuelve dando dinero a los bancos o nacionalizándolos. El problema real consiste en que la gente común reduce sus consumos y busca ahorrar, porque teme por su trabajo y, por consiguiente, hay fábricas que despiden trabajadores porque venden menos, lo cual aumenta el temor y la inseguridad de los que aún mantienen su empleo, alimentando así la espiral de la crisis.
Se les ha dado dinero a los bancos, pero no se les ha devuelto su casa a quienes la perdieron, y los bancos podrán quizás ofrecer nuevamente créditos, pero los industriales y los comerciantes no pensarán en aumentar su actividad si ven que sus ventas disminuyen.
La euforia en las bolsas de todo el mundo después del anterior derrumbe preludia, por eso, otra caída, ya que no se trata de salvar al sector financiero sino de impulsar la producción y el consumo de masas. Y no se puede contar con que Estados Unidos nacionalice también la General Motors, la Ford, la General Electric y demás grandes empresas, y garantice además un ingreso real a todos sus habitantes (por no hablar de los de otros países, que están interrelacionados con Estados Unidos).
La crisis continuará y requerirá del capitalismo medidas más serias que el entierro inglorioso de sus políticas y teorías neoliberales sobre el market first y la necesidad de un Estado fantasmal. El precio del petróleo caerá, sin duda, algo más, pero no volverá a ser el de antes porque no depende sólo de la especulación sino de la economía real, y la confianza y capacidad de compra de los consumidores no reaparecerán si el empleo no está garantizado y si el capitalismo no se sigue esforzando por rebajar los salarios reales de los trabajadores y eliminar, si es posible, sus salarios indirectos y diferidos (pensiones, jubilaciones, derechos sociales).
Partiendo del hecho de que Barack Obama muy probablemente será el próximo presidente estadunidense y de que todos han asistido a una excelente lección sobre lo que es el capitalismo, al ver cómo se hace una vez más que los trabajadores paguen a banqueros descarados que siguen dándose la gran vida una vez quebrados y rescatados, nos encontramos entonces ante la inevitabilidad de un gran cambio en la política estadunidense. ¿Nos enfrentaremos a un neokeynesianismo, a una versión light del New Deal de Franklin D. Roosevelt, con apoyo sindical, impuestos a los ricos, seguro social y exención de impuestos a los pobres y obras públicas o, por el contrario, a un régimen fuerte y nacionalista, con una política exterior agresiva que intente soldar lo más atrasado, conservador y nacionalista de los trabajadores estadunidenses con los imperialistas del establishment? Ojo que, en el primer caso, podrían ir aparejados el fin del TLCAN, como plantean los sindicatos, con medidas restriccionistas y políticas xenófobas, y el imperialismo estadunidense no se encerraría en el continente. Entre otras cosas, porque Estados Unidos no podría salir de la crisis sin el sostén activo de China, que tiene dos billones de dólares en reservas, ingentes inversiones en empresas estadunidenses, cientos de miles de millones en bonos del Tesoro y en hipotecas tóxicas del Gran Enfermo… Ojo también que, en el segundo caso, a juzgar por las posiciones electorales de Obama, Estados Unidos iría a un choque con Rusia por la extensión de la OTAN a Georgia y Ucrania, a un nuevo Irak, pero en Afganistán, junto a China y Rusia, e incluso a una aventura en Irán, o sea, a una política insostenible sin la militarización general de los ciudadanos de Estados Unidos.
Para América Latina la política más sensata, en ambos casos, consistiría en poner en común esfuerzos, finanzas y recursos, trabajar por el máximo de complementarización posible de sus economías, negociar como bloque con las grandes trasnacionales y las grandes potencias y, sobre todo, mantener y elevar los consumos, crear trabajo, llevar a cabo grandes planes sanitarios, de construcción de viviendas populares, de educación, crear infraestructuras. Si las grandes empresas, que son extranjeras, decidiesen cerrar o suprimir personal, habría que estatizarlas y hacerlas funcionar bajo la administración de sus obreros, como hizo Cárdenas con las petroleras, y el trabajo debería ser distribuido entre todos sus empleados, manteniendo los salarios aunque el horario laboral se redujese.
En una palabra: la crisis es una ocasión para el desarrollo, a condición de que no la paguen los trabajadores sino los capitalistas que la provocaron. Además, aunque China no va a dejar caer el capitalismo en el cual se ha instalado, no es forzoso que se dedique sólo a salvar a Estados Unidos, porque sus intereses podrían llevarla a encontrar en el patio trasero de éste, si el mismo fuese prometedor, un campo de competencia y de desarrollo. ¿Qué otra cosa hizo Estados Unidos, en los años 20, frente al capital inglés predominante entonces en nuestro continente?