Usted está aquí: jueves 16 de octubre de 2008 Cultura Contrastes

Olga Harmony

Contrastes

Hablar de los jóvenes resulta improcedente porque se trata de individuos bien diferenciados por sus circunstancias y por la manera en que reaccionan ante lo que sucede en su país y el mundo, pero se puede distinguir a una juventud comprometida de la inane y hedonista heredera de la llamada generación X. Están, por supuesto, los muchachos que encuentran su futuro cerrado por falta de oportunidades y de trabajo, pero en esta nota quisiera hablar de dos textos teatrales que tratan de chavos clasemedieros urbanos con actitudes contrastantes. Es alentador presenciar la inquietud que ha despertado en muchos miembros de una generación los diversos actos –todos muy concurridos por la chaviza– del Movimiento de 1968, como un despertar que incluso ha llevado a dos estudiantes universitarios a interpelar en público valerosamente a Felipe Calderón, lo que a los viejos nos da la esperanza de volver a encontrar una juventud aguerrida que se niegue a aceptar el estado de las cosas.

Héroes convocados, manual para la toma de poder es la adaptación teatral que hizo Felipe Galván de la novela homónima de Paco Ignacio Taibo II y que se presenta en el cómodo y casi olvidado teatro Benito Juárez. Situada en 1969 la acción, muestra los sueños de los estudiantes durante el movimiento y el devenir que tuvieron algunos, mediante monólogos que se intercalan con la acción principal. El protagonista Néstor se encuentra herido tras una valiente intervención ante un homicida y decide convocar por telegrama a los héroes de las viejas lecturas de su adolescencia. La primera duda que tengo es si los muchachos y muchachas de la actualidad conozcan a Sandokan y sus tigres de la Malasia (¿leen todavía a Salgari?) y a otros personajes que intervienen, salvo Sherlock Holmes o los tres mosqueteros y D’Artagnan de los que posiblemente sepan gracias al cine. Mi segunda duda ante el texto es el des-equilibrio grande que existe entre la premisa y las acciones de los héroes convocados que los medios se niegan a consignar y que se narran con rapidez poco antes del final. En el montaje hay algunas caras más o menos conocidas, pero en toda la escenificación, excepto en el vestuario de Cristina Sauza, hay un aire de aficionados, como ejemplo máximo el actor que lucha porque no se le caigan las barbas postizas, quizás como tributo al teatro popular (en el librito en que se publica el texto, y que desde aquí agradezco, se dice que se puede representar en plazas y escuelas), pero a precios nada populares. Todo esto me extraña en un hombre de larga presencia teatral como es Felipe Galván.

Aunque no sea la intención del autor y director, La boca –título tomado de un poema de Miguel Hernández– de Ignacio Escárcega muestra a ese sector juvenil preocupado únicamente por sus problemas amorosos en una escenificación muy lograda en contraste con la anterior. Conformados por siete episodios (prólogo, canción, la cancha, precisiones, balancines y columpios, citas y epílogo) en que se intercalan los casi monólogos en que cada personaje identifica su situación, con apoyo de zapatos que son teléfono, computadora, o bien el personaje al que se dirigen, alguna vez con espejos, los dos actores y dos actrices describen encuentros con viejos amores, casi siempre frustrados como el enamorado de la muchacha ya comprometida o la que tiene relaciones con un hombre casado, intercalando momentos de expresión corporal, canciones y poemas amorosos de Pedro Salinas, Miguel Hernández y Joan Manuel Serrat, Cheo Feliciano, Moska, Moreno Veloso y Miguel Matamoros, siempre acordes con el momento de la narración dramática. Es un fino ejercicio dramático y escénico con el que regresa a escena Ignacio Escárcega, con escenografía, vestuario e iluminación de Tania Rodríguez y la asesoría musical de Marcial Salinas, que canta y acompaña con la guitarra lo que también entonan los excelentes miembros del elenco, Abigail Soqui, Bernardo Gamboa, Diana Fidelia y Leonardo Ortigris, algunos con mayor trayectoria, pero todos con actuaciones homogéneas gracias a la mano del director.

 
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