■ Salmón abrió el concierto del argentino en el Auditorio, en su primera visita al país
Entre rock y tangos Calamaro se entregó a sus fans, que lo esperaron más de 20 años
Ampliar la imagen Calamaro durante su actuación en el Auditorio Foto: Fernando Moguel
El rock y el tango crearon una atmósfera de música y calle de Argentina la noche del pasado lunes en el Auditorio Nacional, en el concierto de Andrés Calamaro, quien se presentó por primera vez en México y sucumbió ante la algarabía, la entrega de miles de jóvenes que corearon sus canciones, sumados a sus paisanos y admiradores. Todos vieron cómo el llamado Salmón besó el escenario del foro de Reforma, en gesto simbólico de agradecimiento y de empatía con los artistas que por ahí han pasado.
Fue Calamaro más que en vivo, que abrió con Salmón. Como impulsado por un resorte, ese público, mayoritariamente adolescente, se levantó de su asiento y ya no se sentó en dos horas. Los chicos, de su nuevo disco La lengua popular, ya consabida, que dice: “Si te toca ir arriba antes que yo, porque existe la vida eterna, lleva de parte mía un cucumelo, por si no llovía en el cielo, y de parte de los 22, se lo das al chico, cuartetero, y dale un abrazo muy largo a mis amigos que se fueron primero”. Es la nostalgia por los amigos y la necesidad de apreciar la amistad en vida.
Tuyo siempre, de amor sabinesco. En el escenario todo cuenta y Calamaro lució una playera negra con la imagen de Emiliano Zapata, fusil en mano. Sus infaltables lentes oscuros. Soy tuyo la unió a una tonada de Sabina. Ambos se han comunicado en la misma frecuencia. “Voy a hacer una canción sobre ese tema antes de que me la gane Joaquín”, ha dicho.
“A la manera de Gardel”
Anunció que cantaría unos tangos “a la manera de Gardel”. Se colocó un gran clavel en la solapa de un saco negro que vistió para el momento. Se sorprendió de que el Auditorio en pleno se supiera esos tangos. Veinte años lo esperaron y algunos más tiempo. “Es inmoral sentirme mal por haber querido tanto…” Es el drama y el tormento plasmados en una letra de alguien que trató de vaciar un dolor.
Los muchachos con los brazos en alto cantaron Los mareados, uno de los tangos de la época media, dijo Calamaro. Añadió que algunos se van a sentir identificados con ese tema. Tiene voz y la experiencia de la noche, de las desveladas que se requieren para tanguear.
Dijo sentirse como en su terruño. “Gracias, México, por haber sido casa de muchos argentinos.” Al centro, sobre unas bocinas, dos banderas enlazadas, de su país y estas tierras aztecas, reflejaron el sentir de Calamaro. Se oyó Nostalgia.
Todo estaba listo para la archiconocida La flaca, esa mujer de poca carne a la que le pide, se le ruega, que no niegue sus amores, que son favores. En el estribillo el público, en su colectividad, fue una sola garganta. Tomó un ramo que una dama le regaló. Repartió las flores entre las personas de las primeras filas.
Calamaro ha logrado el equilibrio entre comercialidad y calidad, el difícil y para algunos imposible punto medio de la conseja aristotélica. Paloma fue el cierre, la rola que refiere que la ilusión se va con la vida, pero antes interpretó Alta suciedad, una de sus tonadas más conocidas y ácidas. Pura ironía, ironía pura.
Así, garganta fresca y todo, en compañía de su grupo, que incluye excelentes guitarristas, la noche del lunes, Calamaro sucumbió ante la fuerza y la entrega del público reunido en el principal espacio de espectáculos del país.