■ Élmer Mendoza, autor de Balas de plata
México, una casa de monstruos olvidada por la clase política
■ El narco ha arrebatado la alegría al norte, dice
Ampliar la imagen Narcotráfico, impunidad, corrupción gubernamental y policiaca son algunos de los temas que el escritor y catedrático sinaloense Élmer Mendoza aborda en su libro más reciente, Balas de plata Foto: Javier Valdez
Culiacán, Sin., 14 de octubre. Para el escritor Élmer Mendoza, México es una “casa de monstruos” llena de contrastes dolorosos: de ciudades desarrolladas a regiones copadas de pobreza y desnutrición. A esto, insiste, se añade la narcoviolencia, que ha llegado a todos los rincones y a niveles nunca vistos, y ha arrebatado la fiesta a comunidades del norte del país.
El autor de la novela Balas de plata, con la que ganó el premio Tusquets y que aborda temas como el narcotráfico, la corrupción policiaca y gubernamental, la impunidad y la violencia, se dijo decepcionado de los partidos políticos porque, asegura, se olvidaron de los grandes problemas nacionales y sus dirigentes paracen ignorarlos o que viven en otro lugar.
–Ninguna novela cuenta lo que sucede con este tipo de violencia. Da la impresión de que, frente a la realidad, inutilidad.
–Hay una novela de Dashiell Hammett que se llama Cosecha roja, en la que hay muchos muertos, pero creo que la realidad que está viviendo el pueblo de Culiacán (570 homicidios de enero a julio, y un promedio de cuatro diarios en meses recientes) es muy intensa, no solamente por los muertos: no hay espacios o barrios donde no ocurra la violencia; está en toda la ciudad y eso supera cualquier expectativa. Estamos ante un caso típico en que la realidad supera a la ficción –responde.
–Para muchos ésta es una sociedad que prohija al narco, es su cómplice, se ufanaba de ello y ahora se lamenta y está espantada.
–Nos ha tocado vivir un proceso. Los que tenemos más de 50 años hemos visto al narco desarrollarse, crear barrios completos, tener influencia directa en el desarrollo económico del estado, cómo los sectores productivos han negado sin negar la presencia de dinero negro, y esto ha prohijado una complicidad tal vez no deseada ni buscada, pero que ocurrió.
“Ha habido muy pocas cosas que se les han resistido a ellos (los narcotraficantes). Nos convertimos en una sociedad que tiende a imitar su forma de vestir, sus desplantes, la música, y ahora estamos viendo que no son unas blancas palomas ni mesiánicos, como fueron muchos de los viejos narcotraficantes en los cincuenta o los sesenta. Sólo espero que no sea demasiado tarde, que la sociedad reaccione. Tal vez no se arrepienta de su pasado, de ser una sociedad cómplice, pero debemos evitar convertirnos en una sociedad aterrorizada, en la que dejemos de disfrutar nuestra ciudad.”
–Hablamos de pasividad, de manifestaciones tímidas contra la violencia. ¿Qué debe hacerse?
–Sectores muy significativos de nuestro estado guardan silencio. Estamos hablando de los que tienen el control de la economía, las iglesias, las universidades. Muy pocas personas han intentado mostrar su inconformidad.
“Los medios deben de estar maniatados. Su actitud es muy sospechosa y solamente nos muestran un registro de los caídos, pero no hay opiniones, y las que hay son viscerales contra el gobernador o el presidente municipal, pero sin análisis ni razones poderosas. Cada día yo encuentro más personas indignadas y cada día confieso mi tristeza y mi incapacidad para hacer nada. Una vez más he tenido que reconocer que soy un simple contador de historias en las que, si bien la sociedad es uno de mis personajes, no tengo influencia para sugerir cómo resolver este problema. Es doloroso. A muchos nos duele mucho y todo está en que ese dolor nos dé la fuerza para reunirnos y generar alguna propuesta concreta.”
–Tú trabajas mucho con jóvenes en círculos de lectura y con nuevos creadores. ¿Crees que en algo puedan contribuir las nuevas generaciones?
–Todavía no. Los jóvenes han vivido la fascinación, han sido las víctimas propiciatorias de todo este estado. Creo que los adultos, los padres de familia, tienen que encabezarnos en esto.
“No se trata de crear mártires ni de entregar la vida. Si bien nos toca la defensa de la ciudad, hemos votado por autoridades, pagamos un ejército y una policía, que son los que deben trabajar, y son muy pocos los detenidos. Parece no haber una idea de defensa.
“El gobierno federal declara una guerra, ¿y la población civil, qué? ¿Nosotros qué? El Ejército anda patrullando, descubriendo casas de seguridad, incautándose de armas y dinero. Eso nos parece correcto, pero por otro lado los excesos son cada vez más notorios, los atentados, la toma del centro comercial de Mazatlán, lo de Guamúchil, donde mataron a unas chavas cuando regresaban con sus amigos de un festejo. Eso es complicado. Creo que un aspecto muy importante en los pueblos es la fiesta, y cuando un pueblo se siente afectado en su fiesta, acelera el análisis de la situación y la toma de decisiones. Creo que algo tiene que pasar.
–Militaste en la izquierda durante la década de los setenta; estuviste cerca del movimiento guerrillero. ¿Cómo calificas a los partidos políticos?
–Algo les está pasando. No hay grandes diferencias y eso me da la idea de que también ellos necesitan una revisión. Por una parte llegan a acuerdos y eso me alegra porque eso es hacer política, y a ellos les debe importar lo que ocurre en el país y no deberían olvidarlo nunca, sobre todo un país con tantas carencias, tantos problemas
“Nuestro país es una casa de monstruos, y de pronto puedes pasar de la luz esplendorosa de una ciudad desarrollada a la zonas más atroz, con pobreza, falta de medios y de educación, enfermedades, desnutrición, y dice uno: no puede ser, ¿en qué país vivo? Es muy doloroso, pero al escuchar las declaraciones de los políticos uno dice: ¿en qué país viven?”