Usted está aquí: sábado 11 de octubre de 2008 Opinión En el Chopo

En el Chopo

Javier Hernández Chelico
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■ El hijo malcriado del Museo

Con el correr de los años, el Tianguis Cultural del Chopo ha dejado de ser un fenómeno mediático para convertirse en institución contracultural ( paradojas aparte). Pero su historia no ha sido fácil. Por ejemplo, hay un episodio poco conocido entre el Tianguis y su alma mater: el Museo Universitario del Chopo.

Todo inició en 1980 con el primer Tianguis de la Música, programado para los cuatro sábados del mes de octubre de aquel año. El recinto de Santa María la Ribera fue la sede. La exposición/venta incluía diversos ritmos –de la canción de protesta, al folclore y de la clásica al rock–, y al trueque como una de las formas de pago. Ante el inusitado éxito de asistencia, la incipiente muestra del disco se prolongó un par de años en ese sitio; al desalojar el inmueble, por problemas contractuales con los trabajadores del Museo, un pequeño grupo tomó la calle e inesperadamente se formó un pequeño mercado que luego adquirió carácter de Tianguis roquero cuando los futuros chopenses tendían su material sobre las aceras alrededor del Museo. Todo iba bien, hasta que de repente, alguien, subrepticiamente, ordenó arrojar agua sobre banquetas y rejas cada sábado, con la finalidad de que los aferrados protochoperos no tendieran su parafernalia rocanrolera. Ese es el verdadero nacimiento del Tianguis Cultural del Chopo, y ese tipo de adversidades, las que le dio la personalidad combativa. Ahora, a 28 años de aquel sábado en el Museo Universitario del Chopo, el Tianguis celebró, el pasado 4 de octubre, un onomástico más.

La celebración fue en la calle que lo ha acogido por más de 18 años: Aldama, entre Sol y Luna, colonia Guerrero. La pachanga la abrió, musicalmente, Lady Orlando, quinteto de chavas que le dan duro al hard pop. Se unieron a la fiesta Angélica Infante, Garrabos, Milky Brothers y Raxas. El pomadoso huateque oficial, que incluye suculentas viandas y espumosos vinos, será el próximo día 23 en el hall del Circo Volador.

Lora, hijo pródigo del rock

Un jovencito flaco y medio tímido que subía a los escenarios –tarimas– de los hoyos funky a principios de los setenta, logró identificarse, poco a poco, con la banda más gruesa gracias a rolas con títulos tan directos como, Bájame mamey Lolita, El blues del padrote, Oye cantinero, Abuso de autoridad, y la que le sirve de grito de batallas: Qué viva el rocanrol. Lo que terminó de posesionarlo entre la chaviza fue haber cerrado su participación en el festival de Avándaro con Street Fighting man, de los Stones “dedicada a los chavos agandallados por los Falcons el 10 de junio” del 71. Aquel Alejandro veinteañero ha caminado un largo trecho: 43 discos, largas noches de rock con cuates como Parménides García Saldaña, José Agustín y con casi todos los músicos rocanroleros. Giras, anécdotas, risas y reconocimientos –una Diosa de Plata, una estrella en el Paseo de las Estrellas en las Vegas–. Sin embargo, el mayor premio será celebrar 40 años de andar rolando entre la raza. Mañana será la celebración en el Palacio de los Deportes.

 
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