México, SA
■ Reservas, al barril sin fondo
■ Recuerdos del porvenir
Pues bien, en este país donde no pasa nada porque la crisis es externa (Calderón dixit), y en México está prohibida por decreto (ídem), el gobierno de la “continuidad” ha decidido que de nueva cuenta las reservas internacionales se destinen a “combatir” la siempre insaciable voracidad de los especuladores: si los 2 mil 500 millones de dólares del zarandeo cambiario del pasado miércoles significaron un mundo de dinero, súmense los 6 mil 400 millones de ayer, para que a final de cuentas la paridad de la vapuleada moneda mexicana con el dólar se ubique en niveles históricos, con ganas de empeorar.
Si la intención de utilizar el “tesorito” de las reservas internacionales es “inyectar confianza al mercado” –como aseguran en Los Pinos– la verdad es que nada ha logrado. Lejos de ello, el primer balance es horripilante: por cada peso que en cadena nacional anunció como inversión para “encender los motores internos de la economía”, a los especuladores cambiarios les ha destinado dos, y nada soporta la idea de que la multimillonaria inyección de ayer sea la última para sostener el tipo de cambio.
Por el contrario, se espera una espeluznante reapertura de mercados el lunes próximo, y si se consulta el resultado de devaluaciones anteriores en las que el gobierno federal aplicó la misma “estrategia” (indiscriminada utilización de reservas internacionales para “frenar” el embate especulativo en contra del peso), es fácil documentar que los únicos ganadores han sido –lo son ahora– los grandes especuladores, perfectamente alimentados con los dineros de la nación.
En el entendido de que si unos pocos ganan muchos pierden, lo peor del caso es que en éste, como en anteriores terremotos cambiarios, los despavoridos clasemedieros siempre llegan tarde a formarse frente a las casas de cambio en pos de comprar dólares a un tipo de cambio elevadísimo, para poco después verse obligados a venderlos a un precio mucho más reducido, con lo que no sólo alimentan las pingües ganancias de los grandes especuladores (ya atendidos por la inyección de reservas internacionales), sino que debilitan aun más sus propias finanzas.
Efectivamente, se repite la historia de las devaluaciones del peso. Miles de millones de dólares en reservas internacionales –recursos públicos– se han evaporado a lo largo de los años, porque el gobierno en turno decidió regalarlos a los especuladores profesionales, dedicados a patear el tipo de cambio cada que pueden, y lamentablemente pueden seguido.
Para no ir más lejos, la devaluación de 1976 dejó seca la alcancía de divisas, mientras que en 1982, un feroz año inestabilidad cambiaria, amén de política y económica, las reservas internacionales del país se desplomaron cerca de 70 por ciento. En tiempos de Miguel de la Madrid, quien ostenta el mayor número de devaluaciones en un sexenio, de milagro quedó uno que otro billete verde en las arcas nacionales. En 1994, con los asesinatos de Colosio y Ruiz Masieu, más los zarandeos políticos, las renuncias en el gabinete y los “errores de diciembre”, se “perdieron” alrededor de 20 mil millones de dólares, todos ellos destinados a “inyectar confianza” y “fortalecer” el tipo de cambio del peso frente al dólar.
De nada sirvió: en los 32 años transcurridos, la devaluación, o si se prefiere la apreciación del tipo de cambio peso-dólar, ha sido de 106 mil por ciento, y contando. Es el trauma histórico clavado en el epitelio nacional desde hace 133 años: en 1875, con Sebastián Lerdo de Tejada en la Presidencia de la República, por un dólar se pagaba un peso, y viceversa. Un siglo, tres décadas y un trienio después, cada billete verde cuesta 13 mil 250 de los de este lado, disfrazados de 13.25 pesos (recuérdese que Salinas le borró tres ceros a la paridad), y hoy se viven los recuerdos del porvenir.
En 2008, las reservas internacionales registran un nivel histórico. Los destrozos causados por fenómenos naturales, el hambre de millones en el país, el alarmante rezago tecnológico, la falta de infraestructura, la prácticamente nula generación de empleo, el raquítico “crecimiento” económico en rangos similares o incluso menores que los reportados en naciones como Haití, el apartheid económico, y tantas otras desgracias sufridas por el país, no convencieron ni motivaron a los gobiernos en turno a soltar un solo dólar de las sagradas reservas internacionales, pero al primer zarandeo cambiario las arcas se abren de par en par, con el resultado descrito, a pesar de que en el discurso se enaltece la “sólida política de flotación” del tipo de cambio del peso frente al dólar que “de tiempo atrás ha demostrado su efectividad”.
Bien, pero ¿hasta dónde la “continuidad” sacrificará reservas internacionales para alimentar a las hordas especulativas? Parece que con el movimiento de ayer la respuesta es obvia: tras una primera inyección de 2 mil 500 millones de dólares “para evitar mayores daños”, la Comisión de Cambios (Hacienda-Banco de México) anunció la subasta diaria de 400 millones adicionales. Ayer, el monto fue 16 veces mayor al oficialmente comprometido, y se espera un lunes de crisis, especialmente nerviosa.
Quince años tenía el actual inquilino de Los Pinos, cuando en 1976 el entonces presidente Luis Echeverría devaluó el tipo de cambio del peso frente al dólar; 21 cuando José López Portillo se comprometió caninamente a defender el peso y salió como el perro de la tía Cleta; 27 cuando concluyó el sexenio de Miguel de la Madrid, con sus tres macro devaluaciones; 33 cuando el peso se desfondó por los “errores de diciembre” y el crac bancario; 39 cuando el “cambio” no cambió absolutamente nada, desperdiciando todos los recursos públicos, y 45 cuando, por la puerta de atrás, se coló a Los Pinos. Muchos años transcurridos, y en su recorrido parece que no aprendió mucho, porque se aferra a repetir el error: sacrificar crecimiento económico, bienestar social y recursos de la nación para alimentar a los voraces especuladores y “apuntalar” una política cambiaria de “flotación”. No hay mucho que investigar: actuar en ese sentido, como lo hicieron “los del pasado”, sólo es intentar llenar un barril sin fondo.
Las rebanadas del pastel
Si de sacudimientos se trata, allí está el desgajamiento de algunos de los grandes consorcios mexicanos, con sus orondos barones Forbes, que en lugar de invertir en sus negocios de origen, aumentar la producción y la generación de riqueza, se dedicaron a especular en los mercados internacionales, a jugar en las ligas mayores, y hoy se encuentran al borde del precipicio, mientras las Afores y Siefores sudan fuerte, porque una parte importante del ahorro de los trabajadores lo comprometieron en acciones de empresas extranjeras que hoy muerden el polvo. De cualquier forma, no os preocupéis, que por decreto no hay crisis en este país.