Límites de la medicina
Tardé más tiempo del habitual en encontrar el encabezado de este artículo. La demora no se debió al título, que en ocasiones sí es tarea compleja, sino a las dudas que asaltan ante el temor de repetirse. O al menos repetirse sin agregar nuevas ideas o formular preguntas diferentes. Escribo sobre los límites de la medicina porque la idea de multar a los médicos que alarguen la agonía del enfermo merece unas palabras. Por nueva. Por atrevida. Por cuestionable. Pero, sobre todo, porque la iniciativa emerge debido a que son muchas “las cosas” que andan mal entre médicos, enfermos y medicina.
La sanidad de Andalucía, leo en un rotativo, “impondrá fuertes sanciones a los médicos que incurran en el ensañamiento terapéutico, esto es, a quienes prolonguen de manera inútil e injustificada la agonía de los enfermos terminales. Las multas se fijarían entre 60 mil y un millón de euros, según el anteproyecto de ley autonómica sobre la muerte digna…” Al igual que en Andalucía, mucho se ha discutido en otros sitios acerca de los vínculos que existen entre ensañamiento terapéutico –uso excesivo de procedimientos médicos que prolongan inútilmente la vida de un enfermo terminal– y muerte digna.
Cinco países han modificado sus leyes arropados por ejercicios de tolerancia y escucha. Lo han hecho también siguiendo algunos de los preceptos fundamentales de quienes aseguran que la ética debe ser laica, que es parte de la razón humana, que permite que la conciencia individual se exprese y que subraya la autonomía del ser humano. Holanda, Bélgica y Luxemburgo han autorizado la eutanasia activa; en Oregon, Estados Unidos, y en Suiza el suicidio asistido tiene validez legal. En el resto del orbe, incluidos los países ricos, la medicina y las leyes poco han avanzado. Quien camina y exige es la sociedad.
Sendos casos en 2008, en Italia, España, Francia y Alemania, de pacientes con enfermedades terminales, o en estado vegetativo por largos periodos –más de 16 años–, han sido objeto de discusiones públicas porque las leyes en esas naciones han denegado las solicitudes de enfermos o de sus familiares para morir dignamente –salvo el caso de Inmaculada Echeverría en España.
El embrollo es mayúsculo y contradictorio. Por un lado, de acuerdo con la sanidad de Andalucía, se pretende sancionar al médico que prolongue agonías, y por otro se prohíbe que los profesionistas apliquen eutanasia activa a quienes la solicitan. Dado que los pacientes que consideran que la eutanasia es una opción valida, y los médicos que están dispuestos a ejercerla suelen pensar parecido, es obvio que las leyes, y la falta de claridad en términos como agonía, muerte digna, paciente terminal y ensañamiento terapéutico, son las responsables de la confusión.
Si bien la idea de la sanidad de Andalucia brega por proteger al enfermo es muy probable que genere nuevos conflictos. La agonía, tema central de la ley y situación clave para pensar en el bien morir, la define el enfermo y la entiende quien la vive: no los médicos ni las leyes. El cuerpo es del enfermo, la vida es del enfermo, el dolor es del enfermo, la dignidad es de él. Si bien es cierto que el ensañamiento terapéutico existe es más cierto que no se ejercería si fuesen los pacientes los que decidiesen hasta dónde seguir.
El problema no subyace en los enfermos ni en los galenos librepensadores, sino en los candados que imponen ley y religión. El brete correría por buen camino si se permitiese que enfermos y doctores se moviesen de acuerdo a los intereses de los primeros. Magnífico sería restaurar el poder de la medicina y que sean los doctores los responsables de determinar qué es lo que se debe hacer; son ellos, apoyándose en leyes modernas, y no las religiones, quienes deben dictaminar. Huelga decir que esa idea conlleva tolerancia, pues permite que las personas religiosas actúen de acuerdo con su conciencia.
Así como la vida tiene límites, la medicina también los tiene. Ante la muerte, pacientes y médicos deben compartir sus sabidurías. Si se instrumentasen leyes como la que propone torpemente la sanidad de Andalucía, la distancia entre los protagonistas puede crecer y profundizar aún más la crisis de la medicina contemporánea. Demandas de familiares contra médicos, laxitud médica –dejar de hacer por miedo a prolongar “innecesariamente” vidas–, presencia de abogados y fractura de las relaciones entre enfermos y galenos podrían ser algunas consecuencias. El mal de la medicina tiene muchos orígenes. Destaco tres: los médicos han perdido voz, a los enfermos se les niega la autonomía y oscuras leyes se interponen entre unos y otros.