Bienal Tamayo
El jurado de la versión 14 de la Bienal Tamayo otorgó cuatro menciones honoríficas. La que corresponde a Fernando Aceves Humana (1969, todo un veterano) es Sin título, de la serie En riesgo. Sí es una pintura-pintura, de las pocas que hay en el conjunto. No es una obra que gratifique, con todo y que el animal feroz, además de su condición propiamente pictórica, es muy expresivo.
A los animales les fue bien en esta bienal: el perro de Abraham Jiménez (1977) es hermoso ejemplar y está adecuadamente pintado, sufriendo el ataque de una especie de beisbolista que no ayudó mucho al efecto general del cuadro en cuanto a composición, pero como el título es Ataque, algo tenía que haber sucedido con la disposición iconográfica.
Otro animal es un cerdito de cerámica (soporte no tradicional) pintado a mano que me hizo pensar: ¿Qué está haciendo aquí esta monada?, Su título, muy adecuado es Carne de la serie Patologías de Ricardo Sánchez López (1978), quien con acrílico y bolígrafo decoró con cortes de lomo y chuletas el cuerpecito del animal.
Aquí, como en otros casos, quizá la elección se dio por el título, como sucede con Bipolar I y II del exitoso Emilio Saíd (1970). ¿Será que la pieza alude al trastorno bipolar, antes denominado condición maniaco-depresiva en sus dos modalidades?, pudiera ser. ¿O más bien se trata de polaridades electrónicas? Los trazos, de arquitecto, son escuetos y elegantes.
Los 12 botes con mezclas de pintura de Alejandra Quintanilla (1973) provocan un efecto óptico nada desdeñable, por lo menos desatan la moción de observarlos a fondo, mientras que los porcentuales de laca automotiva de Emilio Chapela Pérez (1978), adjudicados a Starbucks y a McDonalds, tienen buen efecto decorativo, están relacionados, parece, con “el carácter irónico inherente a la naturaleza propia de la competencia “según expresa Taiyana Pimentel”.
Con todo y que soy defensora de la pintura, las piezas que mayormente me atraparon, las más logradas (según mi discutible criterio), no son pinturas, aunque puedan “leerse” como tales. Una de éstas es Muro cubierto, trabajo en tornillos que proyectan su sombra, de Ricardo Rendón (1970). La otra es Puntuación, de Carlos Maldonado (1975); está trabajada en esmalte negro y gris en diversos tonos sobre un tablero totalmente tapizado de cucuruchos de papel, de los que se usan para beber agua. Es un trabajo atinadamente pergeñado y de buen efecto.
Al ver de lejos la pieza central de Gabriel de la Mora, creí que Beatriz Zamora había participado y se encontraba en la selección. No fue así, mas ésta obra de De la Mora, realizada para la apreciación de un invidente, tiene mucho chiste; se trata de un bastidor de madera forrado irregularmente con las bolsas negras de plástico que sirven para recolectar basura.
Una de las más jóvenes participantes es Tania Ximena Ruiz Santos (tiene 23 años). Que la juventud sea divino tesoro, ni duda cabe, pero que resulte posible distinguir con una mención de honor la aplicación en tinta serigráfica casi negra sobre vinil negro es otra cuestión que ameritaría pensar si tales distinciones se adjudican teniendo en cuenta, en este caso, la edad de la autora.
Veo mejor el planteamiento de Alvaro Zanini (1977), porque revela que algo no es lo que parece ser. Los encajes bordados de sus abuelas (método más fácil para armar las dos composiciones) no son collages adheridos al soporte como a simple vista parece percibirse. Están acuciosamente pintados al óleo y tienen espesor.
La convocatoria dispone que el jurado, si así lo deseaba, pudo haber seleccionado hasta 50 trabajos. Se eligieron 44 de 38 artistas, algo que representa un avance sobre la bienal de 2006 cuya selección se integró tan sólo con 29 obras.
Aunque como se ve, siempre habrá piezas que suscitan interés o por lo menos curiosidad, no se entiende bien el por qué de la selección de ciertas piezas, que, o son francamente horrorosas y burdas a fuer de “conceptualosas” o únicamente llenan un hueco en cuanto a modalidad. En ese caso están, respectivamente y muy a mi pesar Gran boceto obra, de Anuar Antonio Atala M. (1972) y Sin título III, de María Vanesa García Lembo (1969). Esta última, por cierto, luce mucho mejor en fotografía que en la realidad.