TOROS
Aficionados soñadores
Comenzó la temporada otoño-invierno en la monumental Plaza México. Acompañado de otros aficionados de los llamados de “hueso colorado”, meditaba que ser aficionado a la fiesta brava equivale a ser un soñador. Quizás por eso, los cabales solemos ser unos románticos y cursis acosados por añoranzas y remembranzas.
Lo anterior venía a mi mente, mientras Jorge Kingston daba la vuelta al ruedo, al retirarse de los ruedos después de 30 años de banderillero al ritmo de las nostálgicas Golondrinas. Surgía la evocación de grandes recuerdos toreros, matizados por los ecos de los gritos de torero como recuerdos de aguas vivas.
Por que hay que ser un soñador para asistir a una corrida inaugural mixta, con el concurso de un torero veterano, Alfredo Lomelí, que no ha toreado una corrida en el año. Un joven que promete, Omar Villaseñor, aún sin dar la nota sobresaliente, y un rejoneador, Gastón Santos, con posibilidades de superarse, pero que no encuadraba con el susodicho cartel.
Todo esto en una tarde soleada con toros de La Soledad, justos de presentación, débiles, descastados, bobalicones. El cuarto, el igual de manso y parado, más con malas ideas, probón, en un ruedo resbaladizo por las lluvias de la semana y que le propinó una cornada a una de las cabalgaduras de Gastón Santos. Quién sabe por qué, el juez de la plaza le regaló una orejita al rejoneador, que protestamos los cabales.
Ante los rayos del sol, los toritos de La Soledad se dormían encantados cual si estuvieran en una playa y los toreros Lomelí y Villaseñor trataban de reanimarlos con base en los interminables derechazos en vano. Las faenas de los toros carecían de valor emocional, a pesar de recurrir a mil artificios, y que Villaseñor cortara otra orejita.
En última instancia emoción y artificio son incompatibles. Y si las figuras no lo consiguen, menos toreros “modestos”, poco toreados, no cabe duda que los aficionados somos unos soñadores.