Mariel mexicano
México se ha convertido en el puerto de entrada y salida de la emigración cubana. El asalto armado a un camión que transportaba indocumentados cubanos, en junio pasado, fue una punta del iceberg. Detrás del incidente hay una maraña tenebrosa de tráfico de personas, corrupción institucional, mafias cubanas, oídos sordos, impunidad y política del avestruz. En agosto, otro grupo de cubanos llegó a la zona hotelera de Cancún, incendió la embarcación y los migrantes, mezclados con los turistas, huyeron. Los incidentes son cada vez más frecuentes y los métodos más sofisticados.
En 1980 el puerto de Mariel fue la puerta de salida para cerca de 120 mil cubanos, lo que constituyó la tercera gran oleada migratoria de ese país. La crisis terminó con un acuerdo bilateral y una modificación a la Ley de Ajuste Cubano, que buscó ordenar la salida de emigrantes hacia Estados Unidos por medio de un sistema de cuotas y una lotería de visas. Más tarde, para enfrentar el problema de los balseros, que arriesgaban su vida en el estrecho de la Florida, se optó por una solución salomónica: la política de “pies secos y pies mojados” que estableció que todos los cubanos que fueran capturados o encontrados en el mar –pies mojados– serían devueltos a la isla; pero todos aquellos que tocaran tierra firme –pies secos– tendrían derecho a solicitar asilo de manera inmediata.
Y ahí empezó todo. Se creó la ley y se creó la trampa. Mientras la legislación en torno a la migración indocumentada y el asilo político y humanitario se endureció hasta límites increíbles para todos los que querían emigrar a Estados Unidos, los cubanos, en cambio, han gozado de un derecho al asilo generoso y eficaz. La única condición es entrar con los pies secos. ¿Y por dónde podían entrar? Por México, obvio.
A esto se le conoce en el argot migratorio como las “consecuencias no previstas”. Con el tiempo ya casi no quedan balseros. Ahora hay yates y lanchas rápidas, porque se trata de un tráfico organizado donde la mafia cubana cobra 10 mil dólares por garantizar un tráfico seguro. En 2007 alrededor de 10 mil cubanos que entraron por México –pies secos– fueron admitidos como refugiados en Estados Unidos.
El asunto salió a la luz a raíz del incidente del comando que rescató a los indocumentados cubanos y dejó en evidencia al Instituto Nacional de Migración. Lo sucedido iba más allá de la migración indocumentada para asociarse con tráfico, secuestro, asalto a mano armada, delincuencia organizada y, finalmente, corrupción. Porque toda la batería se dirigió a interrogar y castigar a los choferes del autobús y algunos funcionarios gubernamentales menores.
Pero el problema es mucho mayor, sin demeritar la tradicional, nefasta y gigantesca maquinaria de corrupción e impunidad que existe en torno al tráfico de indocumentados. Se trata de un asunto de seguridad nacional y de política bilateral entre Cuba y Estados Unidos que afecta de manera directa a México.
Y al parecer, por lo pronto, no hay salida. Si Estados Unidos prosigue con su actual política de asilo hacia los cubanos, pasarán cada vez más migrantes en busca de refugio; si cierra la puerta, se fortalecerá el tráfico ilegal y pasarán los indocumentados del futuro. México está condenado a ser país de tránsito para los cubanos y un gran nicho de oportunidad para las mafias y la corrupción.
Hasta el momento México ha enfrentado el problema en dos de las cuatro áreas de conflicto. Ha realizado algunas destituciones relacionadas con la corrupción oficial y ha renovado el diálogo con el gobierno cubano para buscar acuerdos y soluciones. Sin embargo, se ha dejado de lado al gobierno de Estados Unidos y a la mafia cubana, que son actores fundamentales en la dinámica y resquicios de la migración cubana.
Fidel Castro en un artículo publicado en Granma afirmaba que “México no está obligado a permitir que le impongan una versión de la política de pies secos y pies mojados”. Tiene razón. Pero en otro párrafo dice: “Pienso que México no puede convertirse en paraíso del tráfico de inmigrantes, cuando hasta los propios guardacostas estadunidenses interceptan y devuelven los que son capturados en el mar”. Lo que sugiere el comandante es que México deporte de manera sistemática a los migrantes que huyen de la isla. Pero tampoco es el papel de México dedicarse a deportar y devolver cubanos al por mayor, más aún si al pisar el suelo estadunidense resultan ser bienvenidos.
Cuando Estados Unidos cierra la puerta del Caribe, los flujos se dirigen hacia México. De esto ya tenemos amarga experiencia con el narcotráfico. Lo mismo sucede con la migración caribeña. Hay, ciertamente, una responsabilidad política de parte de Estados Unidos. Pero ni la Secretaría de Gobernación ni la cancillería mexicana saben qué hacer en cuanto a política migratoria y, menos aún, negociar estos asuntos con Estados Unidos. Por lo pronto, pagamos y pagaremos los platos rotos de la política migratoria de nuestros dos vecinos.