Usted está aquí: sábado 4 de octubre de 2008 Política Los estudiantes del 68 abrieron un boquete al muro del poder

■ El Estado perdió el control y cometió la locura de la matanza

Los estudiantes del 68 abrieron un boquete al muro del poder

■ El 2 de octubre, ser viviente que en 40 años ha significado muchas cosas

Hermann Bellinghausen

Ampliar la imagen Marcha, a 40 años del 2 de octubre Marcha, a 40 años del 2 de octubre Foto: Carlos Ramos Mamahua

Conmemorando unos hechos que el poder pretendió borrar con ahínco y pésimos resultados, lo que se celebra cada 2 de octubre no es sólo una fecha inolvidable. Es un ser viviente, que durante 40 años ha significado muchas cosas. Y aún ahora, tan “oficial” que hasta el Senado guardó un minuto de silencio, se celebraron marchas de protesta en todo el país.

Fue la hazaña de unos jóvenes que desafiaron al poder en un momento en que éste era presa de la paranoia. Díaz Ordaz y Echeverría siempre se dijeron convencidos de que se trató de una “conspiración contra México” (o sea contra ellos). Que actuaron con patriotismo. Si los orígenes del movimiento parecieron banales, es lo de menos. Los estudiantes vieron que le habían abierto un boquete al todopoderoso muro del poder priísta, se plantaron delante y supieron estar a la altura de las circunstancias.

La matanza de Tlatelolco fue un despropósito, una locura, una tontería histórica. No que no tuviera el gobierno un récord represivo, exitosamente acallado hasta 1968: maestros, ferrocarrileros, jaramillistas, médicos. Pero perdió el control. Fue la primera vez que el Estado mexicano creyó a los gringos sobre “qué ocurría” en nuestro país y lo peligrosa que era la “conjura comunista”.

Después, asustado de su crimen, el gobierno procedió a limpiar su cochinero, lavar la plaza, desaparecer los muertos, acallar a la prensa y los ya influyentes medios electrónicos. ¿Y qué ganó? Por un tiempo sólo hubo resentimiento, o poemas de Octavio Paz y José Emilio Pacheco muy leídos por quienes leían. Y los testimonio históricos (ellos mismos históricos) recogidos por Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Luis González de Alba, Leobardo López. Ese pequeño corpus bastó para dar dignidad y legitimidad al movimiento, que nunca dejó de estar en la memoria.

Pasaron el shock del “castigo”, la cantidad de muertos, los dirigentes presos, y pasó también la gran aspirina de los Juegos Olímpicos, que sólo pospuso el resfriado. El 2 de octubre se convirtió en “la” fecha para exigir libertad para los presos (los suyos salieron en 1971, se supone que derrotados, y exilados como si siguieramos en el siglo XIX), y luego para todas las reclamaciones que se siguieron acumulando.

En el origen, una generación de jóvenes estupendos, como los reconoció Poniatowska con admiración. Politécnicos y universitarios bien enterados, inteligentes, valerosos, honestos. Los años siguieron pasando. Se sucedieron tantas luchas: electricistas, mineros, universitarios, damnificados. Y siempre el 2 de octubre estaba ahí, no sólo para recordar sino para acoger las resistencias del momento.

Tras 40 años, la efeméride ha tenido un futuro extraordinario. Notablemente, ningún medio de comunicación se quedó sin registrar y reconstruir en 2008 lo que décadas atrás se calló vergonzozamente. El país ha cambiado de muchas maneras. Cuántos silencios fueron rotos: pueblos indígenas, mujeres, minorías sexuales, los habitantes de la ciudad de México, las madres de los desaparecidos en los años 70 (y los de ahora), las huelgas y movilizaciones del entero periodo. El 2 de octubre ha sido recipiente y magnavoz hasta para la actual defensa del petróleo y la protesta por represiones y crímenes políticos en toda la República.

Hoy que en decenas de ciudades marchan los hijos y nietos de aquella generación, es la única manifestación inevitable en el calendario de las resistencias, de los años 70, 80 y 90 a lo que va del desatroso siglo XXI. Los jóvenes de entonces son sesentones. Muchos ahí permanecen. Algunos ya valieron, o fueron y vinieron. Los mejores fundaron partidos, sindicatos, organizaciones campesinas, se unieron a movimientos como el cardenista de 1988, 20 años después. O se volvieron maestros.

Unos cuántos llegaron al poder con Carlos Salinas de Gortari, pero no pudieron negar la historia y la introdujeron en los textos escolares hacia 1993, con el consecuente disgusto de las fuerzas armadas. En esa querella estaban cuando les explotó el primero de enero de 1994. Otro parteaguas.

Sigue siendo termómetro, recipiente, espejo en la conciencia de lucha de los mexicanos. Una fecha útil, viva. Además, no se ha hecho justicia. Los responsables van muriendo, impunes. Su desprestigio no basta. Por eso el 2 de octubre no se olvida.

 
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