Andanzas
■ Lugo, Flores y Parrao
No consideramos conveniente pasar por alto las presentaciones que en pasados días realizaron en la ciudad de México Cecilia Lugo, Rocío Flores y Raúl Parrao, pues son parte representativa de lo más granado de la nueva y fructífera danza mexicana, que ha roto con esquemas rebasados en el ámbito internacional y que se ha liberado de la vieja ortodoxia de la danza contemporánea nacional, impuesta en escuelas y compañías, ámbitos culturales de poder y publicidad cantoyana, gracias a esa curiosa compulsión social que arrastra a la gente a repetir “lo que hace la mano, hace la tras”, y que con el tiempo su fuerza se decolora y aparece desdibujada y artificial en su verdadera esencia. Precisamente de eso se trata, de la esencia de las cosas, de la naturaleza genuina y profundidad de la forma, contenido e imaginación, cosa que afortunadamente cada vez más coreógrafos y bailarines logran tocar, buscar, sentir y plasmar.
Es como si de alguna manera la danza mexicana contemporánea actual hubiera dejado a un lado sus muletas y empezase a caminar por sí sola, unos tanteando, otros seguros y algunos más como aves que, una vez que cogen vuelo, nada las detiene: cruzan océanos y continentes, pueblos y culturas, armados únicamente con el poderío de sus alas y el objetivo preciso de su vuelo.
Cecilia Lugo, a quien conocí desde las primeras temporadas que programé en la flamante sala Covarrubias –de la Universidad Nacional Autónoma de México, allá por 1980–, quien también participaba en los talleres de danza de la universidad, bella y menudita, bailaba aún con Arturo Garrido, director de Barro Rojo, pero de inmediato noté su inteligente mirada, sus conocimientos y su talento. Cecilia Lugo, al día de hoy, ha sabido consolidar su compañía, Contempodanza, y un interesante repertorio que le ha permitido obtener apoyo oficial y crear obras como Tarde de abanicos, entre otras muchas, donde logra captar ambiente, forma, secuencia y diseño, y contagiar, transmitir al público, una idea, un mood, una emoción que se recibe directamente y se guarda en lo profundo de la experiencia estética.
Así, en su presentación en Música y danza contemporáneas mexicanas, en el Palacio de Bellas Artes, en agosto pasado, su coreografía Paisaje interior logró integrarse, asimilarse y expresarse con oficio de sobra a los fragmentos de las obras musicales que, ejecutadas en vivo, en el escenario bailarines y músicos fusionaron el maridaje creativo que precisamente buscaba esta experiencia viva de música y danza.
Lugo, madura y fluida, es y se ve, como una coreógrafa profesional con desarrollo y soluciones perfectamente logradas, y a quien deseamos cada vez mayor liberación de “la escuela” y “el coco”, y la maravilla para quien, liberado, sabe volar con sus alas, algo que nunca se acaba; ella vuela alto y hacia la luz.
Rocío Flores es flor delicada, frágil y perfumada que logra convertirse en una selva de complejas emociones y densidades oscuras en una batalla corporal, mental y emocional por expresarse. Sus herramientas ya las vivió con su maestra Farha Hilda Sevilla –donde la conocí, con aquel grupito del Cuerpo Mutable– de impactante belleza y fuerza, quien contenía la escuela del ballet ruso y una danza contemporánea harto rebasada en aquellos años 80, y que formaba parte de aquel nuevo movimiento danzario y de aquel programa de televisión La otra danza, que logramos producir en el canal 11.
Hoy, Rocío Flores, con Natura danza, la década de los 80, y la obra recientísima Leve semejanza de una cosa con otra, presentada también en agosto, en el teatro del Centro Nacional de las Artes, Raúl Flores Canelo, afianza la calidad y profundidad de su trabajo creativo e interpretativo como la gran coreógrafa del intimismo, de la capacidad introspectiva de su búsqueda por expresar lo que tal vez sólo se expone ante el siquiatra.
Abre su mente y sus movimientos como un libro donde se lee claramente el proceso, la sucesión de situaciones y emociones. Ella danza, actúa y revive las más personales e íntimas situaciones de su yo interno; su lucha, soledad y desesperación en secuencias con valor cinematográfico, vistas en long y medium shot, así como en close up. La mesa, la taza, la cortina y el azul del baño o el cielo, el colchón, el muro, la ventana o el espejo imaginario, donde recoge y araña el grito silencioso de su angustia, son fabulosas.
Su danza interna dista mucho de la frivolidad, egocentrismo y chocante narcicismo, tan peligrosamente comunes. Rocío Flores en su modestia y sinceridad artística se agiganta, y es tal vez la coreógrafa mexicana más fina, profunda y sutil capaz de –al mismo tiempo– oprimir la garganta y mover las verdades más ocultas o calladas de la vida de una mujer.
Ella es la coreógrafa, la bailarina más seria y profunda que ya vuela más allá de la distancia, en la danza mexicana.
Sobre nuestro querido Raúl Parrao, Le bizarre, libre de toda influencia desde siempre, nunca necesitó credencial alguna de academia. Su imaginación y enorme creatividad han convertido su trabajo en la danza bizarra, como él la denomina, y la convierte en firma. Él es él, no copia a nadie y es de generación espontánea. Siempre impredecible, también formó parte de aquella “joven danza mexicana” y de la “otra danza” que logramos difundir en la universidad y en Canal 11, hace muchos años, y ahora hace honor a su categoría y creatividad en el teatro Legaria, con su reciente obra Un día en el planeta… pufff!!! Reloded, en temporada hasta el 14 de diciembre, sábados y domingos a las 13:30 horas. Delicioso espectáculo para padres e hijos y divertidísimo como siempre, Raúl Parrao y su grupo UX Onodanza, sobre la cual escribiremos más adelante.