■ Un museo de la capital alemana presenta la muestra Robo y restitución
Documentan el pillaje nazi de obras de arte propiedad de judíos
■ La devolución de óleos y objetos de oro y plata enfrenta múltiples escollos jurídicos
■ En la mayoría de casos de despojo, los historiadores se dan contra la pared, dice experta a La Jornada
Ampliar la imagen Estas piezas, arrebatadas por los nazis a sus legítimos propietarios judíos, figuran en la muestra del Museo Judío de Berlín Foto: Eva Usi
Berlín, 30 de septiembre. Una exposición en el Museo Judío de Berlín documenta la historia del robo de bienes culturales durante el nazismo, y su difícil restitución, y muestra cómo, del mayor pillaje de la historia que despojó a millones de judíos de su patrimonio e identidad cultural, siguen beneficiándose los recintos alemanes y coleccionistas privados.
En 1938 los nazis emitieron un decreto que obligaba a los judíos a declarar su patrimonio, no sólo dinero en efectivo y propiedades, sino también mobiliario, obras de arte y hasta abrigos de pieles.
Al llamado Verordnung über die Ausführ von Jüdischen Besitz, le siguieron una serie de leyes abusivas y discriminatorias con las que los nazis marginaron a la población judía de la vida pública y la despojaron de sus pertenencias.
A la muerte financiera y social siguió el exterminio en los campos de concentración: la “solución final” como la llamaron los nazis, cuyo objetivo era aniquilar la existencia judía en Europa.
Secuelas de una rapiña
La exposición titulada Robo y restitución: bienes culturales de propiedad judía desde 1933 hasta hoy documenta la historia y las consecuencias de esa rapiña efectuada en Alemania y los países ocupados que, pese a que han transcurrido más de 60 años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, su devolución es una penosa tarea llena de escollos jurídicos, que convierten a estos objetos en los últimos “prisioneros de guerra”.
Asimismo, la muestra destaca cómo del robo más grande de la historia se beneficiaron sobre todo los jerarcas nazis. Mientras Hitler llegó a acumular más de 4 mil piezas, su lugarteniente y jefe de la fuerza aérea, Hermann Göring, se hizo de más de 370 objetos.
El ejemplo más claro de este robo descarado fue el decreto con el que los ciudadanos judíos fueron forzados a entregar sus propiedades en metales y piedras preciosas.
A “casas de empeño” estatales fueron a parar platones, vajillas, candelabros, copas y cubiertos de plata, anillos, collares y cadenas de oro, joyas, perlas y objetos decorativos, que eran “comprados” a una fracción de su valor en el mercado.
En Hamburgo pesaron el botín de plata: 20 toneladas. La mayoría de los metales fueron fundidos, pero antes algunos directores de museos pudieron comprar una selección a precios irrisorios.
Se estima que en Berlín el botín fue aún mayor. En dicha ciudad el Märkische Museum compró 235 kilos de objetos de plata; 4 mil 706 piezas que fueron catalogadas al detalle. No eran piezas de arte sino objetos privados y de uso cotidiano, como anillos, collares, candelabros, cubiertos, platones y vasos.
Según el director del museo, Walter Stengel, “fue un operativo de rescate con el que reconstruiría la cultura de la platería de los pasados 150 años”, como escribió en 1941.
En 1992, tras la reunificación alemana, el museo mostró por primera vez 535 piezas que quedaron después de la guerra y hasta la fecha el proceso de devolución de las mismas a la comunidad judía no ha concluido.
Mediante una museografía que emula un almacén lleno de cajas de cartón, se recuerda cómo fueron transportadas muchas de las piezas de una ciudad a otra. La exposición aborda 15 casos que representan la punta del iceberg del despojo y sigue la biografía de los objetos con afán detectivesco. Una de las pinturas es un óleo de Lovis Corinth, titulado Römische Campagna (Campo romano), que fue propiedad del historiador y coleccionista de arte Curt Glaser y devuelto el año pasado a sus herederos.
Glaser, quien también era médico y había servido como soldado durante la Primera Guerra Mundial, fue destituido por los nazis del cargo de director de la Biblioteca Estatal de Arte de Berlín, en 1933, y obligado a desalojar el departamento que ocupaba en el elegante edificio que albergaba la biblioteca, que a partir de entonces se convirtió en sede de la Gestapo.
Glaser vendió su colección, integrada por obras de Edvard Munch, Oskar Kokoschka, Lovis Corinth, Max Liebermann y de pintores holandeses del siglo XVII, a precios de remate para financiar su huida de Alemania.
El óleo de Corinth pasó a la colección de Conrad Doebbeke, magnate inmobiliario berlinés y miembro del partido nazi, quien se hizo de una importante colección de obras, buena parte de procedencia judía.
Tras la guerra, Doebbeke escondió su colección en las bodegas de varios museos alemanes occidentales por temor a reclamaciones.
El óleo de Corinth fue adquirido por la ciudad de Hannover, en 1953, por intermediación del director del Museo Estatal de Baja Sajonia, Ferdinand Stuttmann, quien alojó varias obras de la colección Doebbeke y sabía de la procedencia de las piezas.
Hasta la fecha no se ha aclarado el paradero de todas las obras que pertenecieron a Curt Glaser, ni el de la colección Doebbeke.
“En esta investigación hemos elegido algunos objetos cuyas biografías se dejan contar de principio a fin, pero en la mayoría de los casos los historiadores se dan contra la pared”, afirma Inka Bertz, curadora de la exposición, en conversación con La Jornada.
“Las investigaciones son muy difíciles y no siempre se puede cerrar el círculo. Por otra parte, en los museos existen muchas piezas sobre las que hay que investigar, y eso es algo muy complejo, pese a que el gobierno alemán ha puesto a disposición fondos que podrán obtener las instituciones interesadas en realizar investigaciones”, añade.
Prescripción de plazos
En 1998 Alemania y 43 países firmaron la Declaración de Washington, para devolver obras de arte y objetos robados durante el Holocausto. Sin embargo, la vía judicial es sumamente difícil, pues la adhesión de Alemania compromete a instituciones públicas, no así a coleccionistas privados ni al mercado del arte.
También existen las leyes de restitución adoptadas en los años 50, pero hay plazos de prescripción, por lo que no hay un camino legal que pueda seguirse.
La pianista de origen polaco y coleccionista de instrumentos antiguos Wanda Landowska recuperó algunos después de la guerra, pero gran parte de su colección sigue perdida y nunca fue indemnizada.
Los herederos de la familia Von Klemperer siguen batallando con el Estado ruso para recuperar sus piezas de porcelana y una colección de arte y libros incunables que se llevaron las tropas soviéticas a Moscú, como botín de guerra.
El Estado ruso se niega a entregar las piezas, pese a que son propiedad privada, lo que incluso bajo las leyes rusas obligaría a la restitución.
La devolución hace dos años del cuadro del pintor alemán Ernst Ludwig Kirchner, titulado Berliner Strassenszene (Escena callejera berlinesa), a la nieta del coleccionista judío Alfred Hess, provocó en Alemania una ola de consternación.
La obra, que había estado colgada en un pequeño museo berlinés, fue vendida en una subasta por 38 millones de dólares, lo que propició un acalorado debate y protestas en círculos conservadores.
Al respecto, Inka Bertz, historiadora del arte, estima que habrá muchos litigios más.
“Los casos más prominentes, las colecciones famosas y piezas cotizadas eso sí podrá aclararse, pero la gran masa de objetos pertenecientes a familias que tenían una o dos pinturas fueron rematadas y hoy se encuentran en manos privadas, me temo que eso será muy difícil recuperarlo”, dijo.