TOROS
■ Resurgen viejas interrogantes con relación “al asesinato” de Manolete
Sucesión de errores evitables convirtieron en mortal una cogida que no lo era
■ No fue la cornada de Islero sino transfusión de plasma infectado, afirman especialistas
Ampliar la imagen Lupe y Manolo, unos enamorados demasiados libres para el intolerante régimen franquista, al que no convenía que esa relación culminara Foto: Archivo
A pesar de que el rejoneador y ganadero Alvaro Domecq y Díez repitió el resto de su vida que Manuel Rodríguez Manolete había fallecido a consecuencia de la cornada que le diera Islero, de Miura, en el muslo derecho, el jueves 28 de agosto de 1947 en la plaza de Linares, y de las toneladas de tinta que se han gastado en atribuir al destino su trágica y redituable muerte, a 61 años del nacimiento a la inmortalidad del Monstruo de Córdoba, viejas interrogantes resurgen con relación al ídolo asesinado y no por ese toro.
Tras la cornada y en medio de la confusión el diestro fue transportado hasta el patio de caballos en lugar de la enfermería y luego de regreso. “Allí se perdieron siete minutos preciosos”, lamenta José Sabio Murillo, que era el enfermero de la plaza. “No fue el toro quien lo mató –declaró en España en 1997 el doctor Fabián Garrido, hijo del discretísimo doctor Fernando Garrido Arboleda, que junto con el doctor Julio Corzo López, cirujano de Ubeda habían operado exitosamente al diestro– sino la transfusión de un plasma infectado proveniente de Noruega”…
¿Quién ordenó la transfusión de ese plasma? El prestigiado médico de la plaza de Las Ventas de 1939 a 1972, Luis Jiménez Guinea, que llegó al hospital de los marqueses de Linares a las 4 de la madrugada del día 29 y que en 1967 recibió la Gran Cruz de la Orden Civil de Sanidad por parte del gobierno de Francisco Franco.
¿De dónde provenía ese plasma? De Noruega, donde fue utilizado a finales de la segunda Guerra Mundial y luego donado por el gobierno noruego al español con motivo de la tremenda explosión con visos de sabotaje ocurrida en Cádiz el 18 de agosto de ese 1947, donde murieron miles de personas y parte de la ciudad quedó destruida. Ese plasma ya había provocado muertes entre los heridos de la explosión pues estaba en mal estado.
¿Quién consiguió el plasma y lo llevó a Linares? Alvaro Domecq y Díez, quien con la anuencia del apoderado José Flores Camará lo trajo de Jaén poco antes del arribo de Jiménez Guinea. No obstante que los doctores Garrido y Corzo se oponían terminantemente a esa enésima transfusión, prevaleció la decisión del médico de Las Ventas. Manolete no aguantó y la intolerancia le provocó un bloqueo renal y un shock, muriendo por una “coagulación intravascular diseminada” como consecuencia de una reacción alérgica al plasma noruego. Tenía 30 años y “falleció cristianamente” gracias a “dos”, si no es que a tres.
¿Quién estuvo de acuerdo en que se efectuara esa transfusión fatal? Camará, apoderado de Manolete, su hombre de confianza y representante legal de la enorme fortuna, calculada en varios millones de dólares, quien junto con Domecq, futuro supernumerario del Opus Dei y propietario al año siguiente de la extensa finca Los Alburejos, impidieron que la amante del torero, Lupe Sino, quien llegaba del balneario de Lanjarón, provincia de Granada, pasara a verlo. “Si le quieres, no entres, pues en este momento cualquier emoción puede ser fatal”. Y no pudo verlo.
Por extrañas razones, el habilidoso pero retorcido Camará, bien entrada la temporada española de 1947, le había firmado a un exhausto Manolete –que pensaba retirarse y casarse en octubre de ese año–, una serie de corridas duras, cual si el hombre estuviera en busca de cartel. Como en todo crimen, hay que preguntar: ¿quiénes se beneficiaron con la desaparición de Manolete y por qué? (Continuará)