Usted está aquí: miércoles 24 de septiembre de 2008 Opinión Isocronías

Isocronías

Ricardo Yáñez

■ Puntuación

Es increíble, al menos para mí, cuánto trabajo les cuesta puntuar correctamente, ya no digamos artísticamente, a los poetas que, a cualquier edad, comienzan a escribir. Con frecuencia, ante las dificultades, prefieren no puntuar: usar nada más minúsculas, o –a la inglesa– empezar con mayúscula cada verso, mas sin recurrir a los signos, o, finalmente, optar por una puntuación de carácter tipográfico. Esto último no suele salirles demasiado mal, pero de cualquier manera tiende a evidenciar que puntuar no saben.

Y me inclino a decirles que en una gramática más o menos elemental las páginas dedicadas a la puntuación no son muchas, más bien sorprenden por escasas, y a recomendarles que las lean y relean, que de ese modo se les irá pegando algo, que si quieren estudiarlas pues que las estudien, y que si se las quieren aprender de memoria pues que se las aprendan, pero –advierto– la cuestión no es tanto normativa, sino auditiva: si no saben escuchar sus propias palabras muy difícilmente sabrán puntuar, y, abundo, la puntuación de alguna manera equivale a la dirección de orquesta de la lectura de un poema, de un texto cualquiera.

¿Cómo quieres ser leído? Da las indicaciones pertinentes. Pero imagino que sobre todo quieres ser leído como eres por ti mismo oído y si no sabes oírte, ¿cómo esperar que eso suceda? Por lo general sólo escribe bien quien escucha bien.

Haz de tu voz un instrumento, trátala como tal, aconsejo. Un instrumento pide sobre todo fidelidad. Pregúntale a cualquier músico. ¿Cómo quieres escuchar poesía en lo que escribes si no escuchas poesía en tu voz misma, si no le eres fiel, en tanto escucha, por lo menos, a tu propia voz? Si atiendes tu voz como si atendieras tu instrumento lo más seguro es que aprendas a escucharla, y no sólo a escuchar lo que dice, por supuesto, sino sus velocidades, sus intensidades, sus gustos armónicos, sus juegos rítmicos, sus alturas, sus silencios.

En apariencia, a eso nos acostumbran, los signos de puntuación van donde los silencios vocales. Así es en parte, pero no nada más; todo lo inmediatamente antes dicho de algún modo cuenta. No nos detendremos en ello, pero anotemos, sí, que no sólo los silencios cuentan, sino la calidad o la cualidad del silencio considerado a la hora de elegir determinado, específico signo. En algunos casos se puede recurrir sin incorrección lo mismo a un entrecomado, a un entreguionado o al paréntesis. La cuestión sería de matiz, pero el matiz, en literatura, en poesía, en arte, incide, ¿acaso exagero?, de manera grave.

Todos sabemos que una página de cualquier escritor de valía puntuada por otro escritor valioso también, puede, es lo más probable, cambiar. Sucede allí, aventuro, que la respiración, el reloj vital o al fin y al cabo la percepción de cada quien decide en muy buena medida sobre la pertinencia o no de recurrir a tal o cual signo.

Hay muchas maneras correctas de puntuar, y sólo, imagino, una precisa, la del lenguaje de cada quien.

Si nos enseñaran que no sólo tenemos un lenguaje particular, único (aunque similar al de todos, relacionado con el de todos: de otro modo no podría ser lenguaje), sino que no de distinto modo “poseemos” una puntuación muy nuestra, que la puntuación de cada uno asunto es a la vez mental y corporal, y que la norma orienta, pero uno, cada uno, y no otro es el que atina, acierta, da –si da– en el blanco....

 
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