■ Reiteraciones, lugares comunes y cifras sueltas de Mouriño, Medina Mora y García Luna
En San Lázaro, fuegos de artificio verbales, matizados “bajo protesta de decir verdad”
■ Radicalismo perredista y obuses del PRI incomodan a los comparecientes; el PAN, en su papel
Ampliar la imagen Juan Camilo Mouriño y Genaro García Luna, al término de su comparecencia Foto: Cristina Rodríguez
Los diputados se acercan al corral de prensa. Juan Guerra (PRD), Gerardo Priego (PAN) y Marco Antonio Bernal (PRI) chacotean con los reporteros mientras, en tribuna, hablan los responsables de la política interior y la seguridad pública. Confirman lo que dice la ausencia de cientos de sus colegas: que los tres integrantes del gabinete responden, “bajo protesta de decir verdad”, lo que quieren: casi nada, fuegos de artificio verbales. No tenía que transcurrir más de un mes, desde la firma del Acuerdo Nacional para la Seguridad, la Justicia y la Legalidad: los secretarios dicen lo mismo que entonces, lo elogian como un documento único, histórico, inédito.
La retórica es culpable. El otro responsable es el formato. ¿Quién lo decidió? “Los coordinadores”, responden los tres diputados. Juan Guerra va más allá: “Emilio Gamboa lo vende y el Güero (Javier González Garza) lo deja pasar”.
La comparecencia no va ni a la mitad y ya todo son reiteraciones, lugares comunes, cifras sueltas, pechos inflamados que hablan de compromiso, de unidad en torno al Presidente de la República. Juan Camilo Mouriño, Eduardo Medina Mora y Genaro García Luna inauguran la nueva manera de glosar el Informe presidencial. La legislatura que dio mate al Día del Presidente da paso a los días de tedio con los secretarios de Estado. O los días en que la verdad, escasa, ha de buscarse en toneladas de retórica.
A los diputados del PAN corresponden ocho intervenciones, siete al PRD y el mismo número al PRI, hasta llegar a las dos del Partido Socialdemócrata. Cada diputado debe dirigir sus preguntas a uno de los tres funcionarios. Tres minutos de pregunta, igual de respuesta. Al final, suman 34 intervenciones de los secretarios y el procurador, y 38 de los legisladores. Sin derecho de réplica de los diputados, lo que convierte la sesión en un pobre ejercicio sin debate.
Hacia la hora de la comida, apenas unos 50 diputados aguantan vara, ya repletos los pasillos, los patios y los restaurantes.
¿Fracasó el formato?
“Fracaso es el empecinamiento de Felipe Calderón de mantener a estos tres funcionarios. Llegaron con el ánimo de no responder y así lo han hecho. Calderón va limitándose cada vez más, encerrándose en su pequeño círculo”, dice González Garza, coordinador de los diputados del PRD.
La “trilogía del desamparo”
En el arranque, un par de diputadas perredistas piden que, contra el acuerdo de coordinadores, se les permita subir a tribuna a preguntar. Algo dicen sobre el equilibrio de poderes. Igual demandan que se haga explícito que los miembros del gabinete comparecen, según reciente reforma, con la obligación de decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Después de un escarceo, el priísta César Duarte, presidente de la mesa directiva, levanta a todos los presentes. “¿Protestan ustedes decir verdad ante esta Honorable…?”
Clic, clic, clic. Las fotos consagran el momento y dan paso a las preguntas.
Obdulio Ávila, del PAN, hace nueve, y el secretario Mouriño responde acaso dos. Es la marca de la comparecencia. Han jurado decir la verdad, no contestar todo.
Los perredistas queman sus primeras intervenciones en un radicalismo verbal que no se traduce en buenas preguntas. Aleida Alavez, por ejemplo, mete toda la agenda nacional en discurso, facilitando a Mouriño un amplio abanico de no respuestas.
“¿El gobierno que representa está dispuesto a suscribir el pacto de salvación nacional, cuyos ejes rectores sean el cambio en la política y social?”, es la interrogante regalada. “El gobierno está dispuesto a dialogar sobre los grandes temas que aún nos quedan pendientes”, responde el titular de Gobernación.
Quizá por eso la también perredista Valentina Batres Guadarrama mejor no pregunta. “No lo necesito. Está claro, no pueden, renuncien”.
Los obuses surgen de la bancada del PRI: “Deficiencia, demagogia y desorden son tres pinceladas que pintan de cuerpo entero el combate a la delincuencia en esta administración: es la trilogía del desamparo”, suelta César Camacho Quiroz.
El ex gobernador del estado de México va sobre Calderón y la “mezcla de cinismo y evasión” que lo llevó a sumarse a los reclamos ciudadanos a él dirigidos. Pone ejemplos de su trilogía: a un año de la ley contra la trata de personas “no hay una sola consignación por ese abominable crimen”.
Y reta: “Ya nos enteramos que no van a renunciar. Eso significa que tienen voluntad aunque, por supuesto, es insuficiente. Se necesitan cuando menos capacidad y agallas, ¿tienen?”
Ovación y besamanos priísta, porque hay cosas que nunca cambian.
Los diputados panistas se debaten entre el apoyo al gobierno de su partido y su sensibilidad hacia el sentir ciudadano. María de los Angeles Jiménez se dirige al secretario de Seguridad Pública: “Ya lo había felicitado y lo vuelvo a felicitar por su trabajo”.
Sólo para, acto seguido, expresar que los mexicanos salimos de nuestra casa sin saber si vamos a regresar o si al volver la encontraremos igual.
La panista también pregunta sobre los “controles de confianza. ¿Por qué suceden casos como el de Lorena González?”, dice, sobre la policía que trabajaba para el funcionario que recién ha felicitado.
Hay un “rezago histórico”, hay un plan, un proyecto de ley, hemos avanzado en un nuevo “perfil policial”, dice García Luna, lo que ha de repetir la tarde entera con su atropellado hablar.
Las patas de charro y el dedo flamígero
“¿Sabe usted, señor secretario, que su trayectoria más se acerca a su capacidad para hacer negocios que a la conducción de la política interior del país?”, lanza el priísta sonorense Carlos Armando Biebrich.
Para entonces, un sector de los perredistas ha sacado mantas y cartelones. “Salvemos a México”, dice uno. “Ahí vienen los piratas IVAN por el tesoro”, reza la manta, en referencia al apodo de Juan Camilo Mouriño.
Comienza la gritadera. “¡Renuncia!” “¡Corrupto!”
Mouriño no puede seguir. Una y otra vez César Duarte llama al orden. Los gritos no duran mucho.
Los opositores siguen su retahíla sobre la incapacidad del gobierno. Unos con más efectividad que otros.
“Han pasado suficientes montas para saber quién tiene patas de charro”, cita Layda Sansores un dicho michoacano. “Y en dos años, espots, discursos, dinero y más dinero, soldados y más soldados, pero no llega al fondo, no combate la impunidad ni la corrupción”, sigue, tras acusar a Mouriño de personificar la corrupción, la impunidad y el cuatismo.
Poco a poco, entre más se repiten las respuestas, el salón de plenos se queda vacío. Pasadas las cuatro de la tarde casi no hay priístas ni perredistas, y de los panistas acaso permanece un tercio de la bancada.
Los funcionarios insisten en que los atentados de Morelia no quedarán impunes, en las bondades del Acuerdo Nacional para la Seguridad, la Justicia y la Legalidad y sus metas verificables, en pedir a los legisladores que se comprometan con más dinero.
Se acerca el cierre. Regresa una parte de los diputados.
El priísta Francisco Bedoya no cree en plazos: “Señor procurador, usted tiene ocho años (en diversos cargos) y no vemos el final del túnel”.
Regresan los panistas. Arropan a los funcionarios federales en la despedida.
Les favorece que el último orador es el panista Cristian Castaño, quien alude al tripartidismo michoacano para decir que nadie puede señalar con su “dedo flamígero” un responsable, y asegura que el PAN no va a lucrar con las crisis de seguridad: “Nadie tiene derecho de buscar miserablemente un voto con la sangre de nuestros muertos”.
La ovación panista, de un tercio del salón, no es para los secretarios y el procurador, estrellas opacas del día, sino para el diputado que le pega al PRD.