Un concierto de alma y corazón
El del sábado fue uno de los conciertos más emotivos que se recuerden en la historia de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México (OFCM), cuando menos de los pasados 10 o hasta 15 años.
Opinión en la que coincidieron algunos atrilistas, el director Jorge Mester y el tenor Leonardo Villeda, quienes participaron como batuta huésped y uno de los cinco solistas de la noche, así como personal administrativo y demás trabajadores de la agrupación y parte del público.
A esa apreciación se suma el maestro Luis Herrera de la Fuente, quien a sus 92 años fue, con Mester, el único de los ex directores de la filarmónica capitalina que asistió a ese concierto de gala, con el que conmemoró su trigésimo aniversario de existencia.
Fue una noche “emotiva y cautivadora”, se comentaba al final de las casi dos horas de la velada en la Sala Silvestre Revueltas del Centro Cultural Ollin Yoliztli, sede de la OFCM, cuyas mil 200 butacas fueron ocupadas en 90 por ciento, algunas por funcionarios del gobierno local, entre ellos la secretaria de Cultura, Elena Cepeda.
Integraron el programa el Concierto número uno para piano, de Piotr Ilych Tchaikovski, y la Novena sinfonía, de Ludwig Van Beethoven.
Para la primera obra, la orquesta tuvo como solista al pianista cubano Jorge Luis Prats, quien deleitó con una fogoza ejecución, plena de ímpetu y sutilezas, en la que intérprete e instrumento parecieron fusionarse y conformar un armonioso ente, a la manera de un centauro, ante y para el embeleso de la concurrencia.
Entregada de principio a fin, la agrupación capitalina acompañó al pianista de forma estremecedora, bajo una conducción sobria, elegante y precisa del maestro Mester, quien regresó a este podio después de fungir como titular de la agrupación entre 1998 y 2002, y para luego salir de forma poco amable.
Terminada la pieza, el público explotó en estridente ovación y aplausos de pie para todos los artistas, y batiendo sus palmas rítmicamente solicitó a Prats un encore, al cual accedió; obsequió una rítmica y lúdica interpretación de la Danza cubana, de su paisano Ignacio Cervantes.
El intermedio fue aprovechado para realizar una breve ceremonia en la que cada atrilista de la filarmónica recibió de manos de alumnos de la Escuela Vida y Movimiento sendos medallas y diplomas conmemorativos de estos 30 años de la OFCM.
La parte musical se reanudó con la Novena sinfonía del genio de Bonn, que fue encarada por los músicos y el director huésped con el alma y los sentimientos a flor de piel, logrando una electrizante conexión sentimental en la sala.
Las fibras más íntimas se estremecieron en varios pasajes, sobre todo, fue en el último movimiento de la partitura, en el que intervienen los cuatro cantantes solistas y el monumental coro, cuando las voces, en conjunción con la música, traspasaron la epidermis y sacudieron las emociones.
En esa parte vocal actuaron la soprano Irasema Terrezas –quien sustituyó de último momento a Emma Meliá Stepanian–, la mezzosoprano Carla López Speziale, el tenor Leonardo Villena y el barítono Guillermo Ruiz. Dos fueron los coros: el de la Orquesta Sinfónica del Estado de México y el Coral Ars Iovialis, de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Extenuados y felices, al término del concierto Jorge Mester y Villena comentaron que hacía largo tiempo que no actuaban en un concierto tan emotivo como éste, en el que cada participante “entregó su alma y corazón”.