Usted está aquí: lunes 22 de septiembre de 2008 Opinión ¿Quién nos enseñó a leer?

Carlos Ímaz Gispert

¿Quién nos enseñó a leer?

Estamos presenciando el nacimiento de un nuevo ciclo de la insurgencia sindical de los maestros mexicanos. Hay paro total de actividades en dos estados y movilizaciones crecientes en una docena más. El descontento es generalizado y la rebelión organizada se extiende.

La rebelión ha sido incubada por el autoritarismo y las pretensiones pactadas por la dirigencia sindical y las autoridades de la SEP, para darle el certificado de defunción a las escuelas normales públicas y a cambio aumentar, aún más, el control clientelar y corporativo de la actual dirigencia magisterial.

La malsana práctica de determinar quiénes deberán dirigir la organización sindical, mediante acuerdos cupulares y a escondidas, tiene una larga historia y está haciendo crisis una vez más. Desde los cacicazgos de Sánchez Vite, Robles Martínez, Jonguitud Barrios y, en los últimos 20 años, de la presidente Gordillo Morales, la lucha magisterial por democracia sindical ha ido de la mano de la defensa de las condiciones de vida, trabajo y, ahora también, de la jubilación de los trabajadores de la educación.

El actual cacicazgo sindical del SNTE, al igual que los de sus antecesores, es gansteril, se pretende vitalicio y está sometido, a cambio de costosísimas canonjías, privilegios y recursos públicos, al grupo en el poder en turno por medio de una relación directa con el Ejecutivo federal. Por ello, no es casual que la lucha por mejores condiciones laborales o la defensa de la educación pública pase, en todos los casos, por una confrontación interna con la dirigencia sindical, pues en los hechos ésta representa al gobierno en turno frente a los maestros y no, como debiera ser, a los maestros frente al gobierno.

Tres grandes bloques se cruzan en este proceso. El proyecto democrático enfrenta el curioso maridaje entre el proyecto corporativo y el proyecto neoliberal. La paradoja está en que éstos son antitéticos en sus términos, pues mientras el primero pretende mantener su capacidad de ordeña del sistema educativo público, el segundo aspira a su debilitamiento y desarticulación en el corto plazo. Sin embargo, tienen en la corrupción y los privilegios el mantenimiento ordenado de la clientela y en la apariencia de tranquilidad, elementos en común que los hace socios, pues ambos son antisindicalistas, aunque por distintas razones y a ninguno de los dos les importa la educación pública ni quienes la hacen posible, por esas mismas razones.

La sumisión comprada del cacique en turno, además de muy cara, está resultando ineficiente para someter a los maestros. Los charros no pueden, ni quieren, acompañar el legítimo descontento de sus agremiados, por lo que, al surgir éste, de inmediato dejan de ser interlocutores válidos para resolver el conflicto. Dejan de se útiles y se vuelven carísimos, cuando los maestros se movilizan masiva y coordinadamente contra las pretensiones privatizadoras del ISSSTE, las normales, la llamada Alianza por la Calidad de la Educación y las inservibles “evaluaciones” como la prueba ENLACE.

Con estas dos últimas “innovaciones”, resulta que 80 por ciento está reprobado o que son unos copiones y la negociación secreta con “la dirigencia” resuelve mágicamente la circunstancia creada. Para su beneficio, el problema son los maestros y los estudiantes, ¡no las pruebas!

El proyecto democrático, con todos los defectos que se le quieran ver, más los que les inventen para deslegitimarlo, tiene una enorme avenida por donde transitar. Para empezar, porque los cacicazgos sindicales duran hasta que los sindicalizados quieren, pues entonces se convierten en un estorbo para los demás; porque tienen una tradición de lucha que impulsa una mística y una ética de la acción, que contiene una experiencia acumulada que los hace más astutos, menos sectarios y más prácticos; porque representan la defensa y el necesario rescate de la educación pública, frente a quienes medran con él o de plano lo quieren destruir; porque todo ello se da en medio de una sociedad urgida del renacimiento de la educación pública, harta de la impunidad y el desgobierno, urgida de dignidad y movimientos solidarios: ¡A mí también me enseñó a leer un maestro!

 
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