Desde el otro lado
■ Al borde del abismo
Por tercera vez en menos de un mes, el gobierno de Estados Unidos intervino para rescatar de la ruina al vapuleado sistema financiero de la nación, mediante la inyección de más de 700 mil millones de dólares con el fin de salvar de la quiebra a cuatro de sus más “sólidas” instituciones financieras. El comportamiento errático del mercado de valores hizo recordar pasadas crisis; la más profunda de ellas, en 1929, sumió al país en una depresión que duró 10 años y echó a la calle a 13 millones de trabajadores, la cuarta parte de la fuerza laboral nacional.
Probablemente la crisis que vivió el país la semana pasada sea sólo la punta del iceberg de un problema mucho más profundo. Lo más grave es que nadie puede asegurar que la inyección de ese extraordinario monto, extraído directamente de las reservas del Tesoro y, por tanto, de los bolsillos de quienes pagan impuestos, será suficiente para detener una crisis de mayores proporciones.
En medio de este huracán financiero, para expresarlo en términos puntualmente dramáticos, los candidatos a la presidencia han expresado opiniones muy generales sobre la forma de enfrentar esta grave crisis. John McCain, afín a los principios del Partido Republicano, se opone a una mayor intervención del Estado en la regulación y el control de las instituciones financieras. Aunque paradójicamente favorezca la creación de una nueva institución para normar el sistema financiero, exige menos recursos para vigilarlo. Barack Obama, más cauto, espera el plan del gobierno, y sugiere una mayor regulación y vigilancia mediante la creación de una oficina que ayude a las familias a restructurar su deteriorada economía, incluyendo mejores términos para el pago de sus hipotecas. Hasta ahora ninguno ha delineado un plan detallado para enfrentar esta crítica situación. Sólo vale recordar que muy pronto uno de ellos será el responsable de tomar las decisiones sobre la ruta que adopte la mayor economía del mundo.
En este contexto de inestabilidad económica, quiebras, abusos de los grandes consorcios financieros y de los barones que los dirigen, es válido recordar la excelente reseña de John Kenneth Galbraith sobre el contexto en que se dio la quiebra del sistema financiero en 1929, precedente de la profunda recesión de los años 30. En sus palabras, el mercado de valores no es más que el reflejo de la situación fundamental de la economía, y sólo puede agravarlo el mentir sobre su mal estado.