■ Carlos Monsiváis presentó su libro El Estado laico y sus malquerientes en la feria de la UV
La Iglesia católica ya sólo ejerce control “sobre la formación de la nueva elite”
Ampliar la imagen Monsiváis, durante la presentación de su libro Foto: Sergio Hernández Vega
Jalapa, Ver., 19 de septiembre. Poderosas durante siglos, las iglesias, especialmente la católica, ya no pueden denominarse como enemigos o adversarios del laicismo republicano, pues a lo mucho llegan a ser sus malquerientes, ironizó Carlos Monsiváis al describir el papel del clero en el contexto actual de México.
Ya no tienen la capacidad plenipotenciaria de cambiar el estado de cosas ni de la movilización absoluta sobre las multitudes, dijo. Sin embargo, pese a la imparable secularización de la sociedad mexicana, la Iglesia católica todavía conserva cotos de poder.
Lo anterior, por dos razones principales: una, la capacidad de movilización masiva (de feligreses) en algunos estados y, la segunda, por “el control sobre los hijos y las esposas de los funcionarios, es decir, el control sobre la formación de la nueva elite”, señaló.
Al presentar el libro El Estado laico y sus malquerientes en la Feria Internacional del Libro Universitario 2008, que organiza la Universidad Veracruzana (UV), Monsiváis rememoró dos etapas históricas que demostraron la enorme influencia de la Iglesia católica en la vida política.
La primera fue en la dictadura de Porfirio Díaz, quien no hizo nada por combatir el poderío clerical sino ayudó a su restauración a cambio de reconocimiento al largo periodo gubernamental.
“Díaz les entregó lo que que-rían, su poder no tenía límites, les devuelve el poder con la condición de que ellos le aumentaran las medallas. Después de la Reforma liberal vino todo un periodo cuyo objetivo es negar lo que ha acontecido con dicha reforma”. Entonces, en la dictadura porfiriana se propicia y estimula el poder de la Iglesia católica.
“Ya con el Estado revolucionario, para empezar les entrega la censura; es una cesión de la censura del cine, del teatro y de los periódicos y, como elemento de contención de la madurez crítica de una sociedad, la censura funcionó.”
La situación se tornó extrema y altamente preocupante, refirió el autor de Días de guardar, cuando la derecha mexicana intentó superar al Estado laico y el Partido Acción Nacional profetizó su “triunfo en todas las batallas culturales”, en voz de su entonces dirigente Carlos Castillo Peraza.
“Si hubiese dicho el triunfo político, respaldado por la inteligencia y lucidez de Vicente Fox, por ejemplo, pues yo hubiese entendido, pero lo de las batallas culturales ya me comenzó a inquietar y he seguido el destino de sus batallas culturales.”
Reacción furiosa de la derecha
En la era de Fox, citó Monsiváis, se tuvo una “reacción furiosa” de la derecha contra el laicismo y prueba de ello son las declaraciones del guanajuatense cuando fue criticado por arrodillarse y besar el anillo papal de Juan Pablo II. “El Estado laico, esa tontería”, dijo Fox en ese entonces.
“Desde luego me asombró la expresión en él porque no sabía que la conociese y siempre es una alegría saber que un político amplía sus términos, pero preocupó. pues me dije: en qué momento esta moción le llegó y en qué momento pensó que era rechazable (pese a ser un jefe de Estado).”
Otro ejemplo fue cuando el secretario de Gobernación, Carlos Abascal Carranza, afirmó que sólo de la religión católica se podría extraer la moral; la moral no existía fuera de ese registro.
“Yo le contesté, andaba pasando por Los Pinos y se me ocurrió contestarle allí, diciendo que eso era inadmisible en un secretario de Gobernación, porque tenía que entender y además proclamar que la República tenía una ética, y no era posible que un funcionario con su encomienda dijese que la República la carecía puesto que no profesaba públicamente la religión católica.”
Si la República no tiene un sustento ético propio, remarca el escritor, todo el proceso de Independencia ha sido inútil.
El Estado laico y sus malquerientes, agrega Monsiváis, es un alegato. “Así lo pensé, no sé si funciona, pero desde mi perspectiva es un alegato; no tengo duda porque se escribe en un momento en que se piensa posible el retroceso y la vuelta a todas las formas de censura y de lo que llaman victoria cultural de la derecha”.
Y resalta que en la obra se pretenden definir claramente tres términos que son inherentes a la República: laicidad, laicismo y Estado laico.
La primera “es la atmósfera general en la cual vivimos y habitamos, y no sólo es producto de la separación de la Iglesia y el Estado, porque cuando menos 20 por ciento de la población ya no profesa el catolicismo, sino que es producto de la necesidad de no constreñir el ritmo de la República a creencias, absolutamente respetables y válidas para cada persona, pero que ya no constituyen el todo de la vida social”.
En tanto, el segundo término, laicismo, “surge en la oposición al clericalismo: cuando dicen que el laicismo ya pasó de moda, yo siempre pienso que mientras que no pase de moda el clericalismo no pasará de moda el laicismo. Nunca están separados el uno del otro, porque así quiso Dios que nacieran, juntos”, expresó con sorna.
Y el tercero, Estado laico, que se daba “por ya integrado en los tatuajes anémicos del país” que intentó ser echado por la borda por personajes como Fox y Abascal, además de la jerarquía católica que ha tolerado el término sólo como un requisito del poder político.
“El título del Estado laico y sus malquerientes, contesta la pregunta de que si la Iglesia católica es tan poderosa como lo fue antes. Ya no son los adversarios ni los enemigos, son los malquerientes, porque perdieron toda oportunidad de movilizar y cambiar el estado de cosas, y eso es irreversible”, resume.
A excepción de algunas regiones del país donde todavía conservan la capacidad de movilizar –y manipular– a los feligreses, y “del control sobre la formación de la nueva elite, al controlar a los hijos y esposas de los funcionarios”, a eso se reduce su poderío actual, pues el proceso de secularización de la sociedad es inmenso.