Desencuentro mediático del cardenal Rivera
Respuesta a Hugo Valdemar. En diversas colaboraciones para La Jornada he mostrado la crisis mediática que desde hace varios años padece el cardenal Norberto Rivera, que no es producto sólo de un mal manejo de su imagen, sino que tiene un fondo más profundo que se centra en la dislocación de diálogo cultural entre el prelado y la sociedad secular contemporánea. El cardenal ha privilegiado en los hechos el lenguaje del poder y de lo político sobre el religioso y el espiritual, por tanto, está pagando los costos de las opciones que ha venido tomando. En las sociedades democráticas la transparencia y el derecho a la información son demandas ciudadanas enérgicas que allanan no sólo a los gobiernos, sino a las instituciones nodales de la sociedad donde los medios de comunicación juegan un papel determinante para hacer llegar a los ciudadanos el comportamiento real de los principales actores, instituciones e individuos, que conducen el país.
El cardenal Rivera llega a la arquidiócesis un año después del fatídico 1994; los vacíos de liderazgo le facilitaron aspirar a convertirse en un sólido líder religioso con autoridad política y visibilidad mediática; se consolidó, pues, como el personaje clerical más notorio de la Iglesia católica mexicana, posición que le permitió mimetizarse e incidir en las elites de la clase política mexicana. Sin embargo, su falta de coherencia y consistencia principalmente religiosa le han provocado una prematura erosión y persistente afinidad por los conflictos, disputas de amplia cobertura en medios que han venido convulsionando su imagen como jerarca católico y de la propia Iglesia mexicana en su conjunto.
El padre Hugo Valdemar, su vocero, con defensas nerviosas y aprensivas quiere demostrar que el problema está en los medios, en malos periodistas y analistas que le tienen mala fe al prelado y por tanto distorsionan la percepción que la población debería tener del cardenal. Sin embargo, es inocultable que el problema es estructural y no se resuelve con reclamos quisquillosos, sino que atañe a cómo se construye un nuevo entramado institucional entre las posiciones de la arquidiócesis con una cultura social, política y mediática laicas, cuyo diálogo se presenta en otros términos, utiliza otros lenguajes, ya no vive del ceremonial del pasado, que no se articula solo en un discurso formal. Es decir, el problema de origen del arzobispo primado es que no puede ignorar la condición de las actuales y cambiantes circunstancias; por ello, tiene obligación de estar permanentemente ubicando la realidad, especialmente cultural, para hacer un ejercicio de comunicación asertivo.
Cuando Valdemar me reclama pruebas precisas sobre la postura “colérica” del cardenal ante la presentación de proyecto de despenalización del aborto en la asamblea legislativa del DF, abril de 2007 (El Correo Ilustrado, 5/09/08) le recuerdo que sus desplantes crisparon el clima político al grado que la Secretaría de Gobernación les llamó la atención y solicitó tanto a usted como al cardenal Rivera moderar sus declaraciones, ante lo cual usted externó a una agencia católica: “Nuestra opinión es que la Segob obedeció a las presiones y chantajes del PRD… al referirse al procedimiento administrativo iniciado por esta institución gubernamental contra el arzobispo de México, cardenal Norberto Rivera, y contra él mismo por supuesta violación a la Ley de Cultos” (www.aciprensa.com/noticia.php?n=16633). En este mismo episodio en que usted dijo haber librado la principal batalla contra la despenalización del aborto terminó declarándose: “el primer perseguido político del gobierno de Marcelo Ebrard”. Ante la amenaza de excomunión directa a los legisladores del DF por aprobar el proyecto, Valdemar me solicita pruebas del dicho por el cardenal, me “reta”; he rastreado los medios periodísticos y me conducen a la oficina del vocero de la arquidiócesis, quien reitera a diferentes medios una posición que de lejos puede interpretarse personal pero que es a todas luces institucional, la siguiente es un ejemplo: “(…) la oficina de comunicación del cardenal Norberto Rivera externó (…) Se contempla dentro del derecho canónico –que rige la conducta de toda la Iglesia universal– que la excomunión tendrá lugar ipso facto para todas la personas que participan en la aprobación de la ley. Cometen pecado gravísimo y se colocan en las puertas del infierno” (La Jornada, 24/04/07).
El vocero Valdemar dice que debo distinguir entre la arquidiócesis y su arzobispo. Yo le respondo que él debe distinguir al arzobispo, la arquidiócesis y la Iglesia en su conjunto, porque sus declaraciones se realizan a nombre de la arquidiócesis y parece hablar en nombre de toda la Iglesia, y tomo un ejemplo: “La Iglesia católica excomulgará a los asambleístas del DF que aprueben la despenalización del aborto, así como a las mujeres que lo permitan, aseguró el vocero de la arquidiócesis de México, Hugo Valdemar, quien lo haga sabe bien que las penas que impone la Iglesia, son de las más graves: queda excomulgado, queda fuera de la comunión de la Iglesia, no puede recibir los sacramentos, es un pecado tan grave que queda reservado al obispo” [Hoy por Hoy 20032007]. Ante la corrección de Roma sobre la falta de elementos canónicos para ejecutar la excomunión de legisladores del DF, resulta insólito el deslinde del propio cardenal cuando declara: “Ésta es una controversia que se dio en los medios. Para nosotros es muy claro lo que dice el derecho canónico. Solo aquél que procura un aborto y llega a consumarlo queda excomulgado, eso es muy claro. Nadie ha dado ningún documento de excomunión a ningún político, a ningún legislador, o al jefe de gobierno de la ciudad de México” (18/05/07, www.zenit.org/article-23655?l=test). Y cuando todo este embrollo salió de su propia oficina de prensa, resulta que son los medios, los reporteros, los analistas tendenciosos, los responsables del desencuentro mediático del cardenal.