Usted está aquí: miércoles 17 de septiembre de 2008 Opinión Astillero

Astillero

Julio Hernández López
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■ Las trampas de la “unidad”

■ Desactivar y satanizar oposiciones

■ Aprovechamiento de desgracias

Ampliar la imagen DURANTE EL GRITO DE LOS LIBRES. Las senadoras Yeidckol Polevnsky Gurwitz y Rosario Ibarra de Piedra junto con Andrés Manuel López Obrador durante el acto popular celebrado la noche del 15 de septiembre en el Zócalo de la ciudad de México DURANTE EL GRITO DE LOS LIBRES. Las senadoras Yeidckol Polevnsky Gurwitz y Rosario Ibarra de Piedra junto con Andrés Manuel López Obrador durante el acto popular celebrado la noche del 15 de septiembre en el Zócalo de la ciudad de México Foto: José Carlo González

En los meses recientes, el escenario político y la sensibilidad social han sido cambiados con rapidez por sucesos impactantes (el caso Martí; ahora el estallido de granadas en Morelia) que hacen aflorar sentimientos primarios válidos y compartidos pero peculiarmente exacerbados por los mismos responsables o beneficiarios de esos males detonados y que, con esa oportuna generación de ansiedad y desasosiego colectivos, empujan a la sociedad desvalida a buscar soluciones desesperadas y a asumir un discurso mediáticamente impuesto que convoca a la unidad nacional y al abatimiento de las naturales y largamente cultivadas diferencias políticas e ideológicas, para entonces así, de manera mágica y sin crítica que pueda ser “patrióticamente” válida, luchar todos los mexicanos por supuestos intereses superiores, sin recordar ni ahondar en las causas de las catástrofes y mucho menos atreverse a señalar a los culpables y exigir correcciones o castigos.

Una primera lectura de lo sucedido la noche del 15 en Morelia apunta sin duda a Felipe Calderón como el blanco político escogido. Fue en su tierra natal (donde, además, residen varios de sus familiares) y donde 10 días después de haberse hecho del poder había arrancado la llamada “guerra contra el narcotráfico” (11 de diciembre de 2006, cuando el “gabinete de seguridad” anunció la Operación Conjunta Michoacán, primer paso de lo que sería la actual “guerra contra el narcotráfico”). Y fue virtualmente a la misma hora en que ese político cumplía con la ceremonia oficial del grito de Independencia, en un Zócalo que una hora atrás había escuchado un discurso opositor reiterativo que sin embargo constituyó por sí mismo la confirmación de que el poder real no está en los recintos oficiales.

Pero la estrategia del gobierno de facto pasa por convertir todo error en virtud y toda desgracia social en oportunidad de legitimación. Sonriente, casi triunfador, Calderón es capaz de convocar a un concurso nacional de detección del trámite más inútil de los que su gobierno impone a los ciudadanos, como si él fuera ajeno a lo que sucede, una especie de ONG con domicilio provisional en Los Pinos para recibir donaciones y reclutar voluntarios para luchar contra los abusos del poder establecido. En ese tenor, lo más grave ha sido la transmutación de episodios dolorosos en estrategias políticas perversas: el asesinato del hijo secuestrado de un próspero empresario fue utilizado para promover la aparición y movimiento de una fuerza social de clase media y grupos derechistas que sin programa ni organización política ayudaron a sustituir en la agenda política el tema de la defensa del petróleo por el de la lucha contra la inseguridad pública.

Y, ahora, la peculiar nueva gradación de los ataques armados de ciertos narcotraficantes (¿por qué o para qué habrían de atentar contra población inocente?, ¿cuál es la ganancia esperada de quienes hasta ahora han actuado con cierto éxito, para sus propósitos, mediante mantas informativas y ataques directos a policías y militares?) es utilizada por el habitante provisional de Los Pinos para convocar a los mexicanos a cerrar filas en derredor de su gobierno, un gobierno largamente impugnado por su origen electoral fraudulento, por la división social que impuso, por las políticas altamente dañinas para el interés nacional que impulsa y, además, por haber sumido al país en un baño de sangre a causa de una “guerra” contra el narcotráfico que él determinó por sus intereses específicos de militarizar al país (para así tomar control de él, aunque sólo fuera por las armas sacadas a las calles, y para estar en condiciones de enfrentar revueltas o protestas sociales), de servir a los planes estratégicos de Estados Unidos y, también, de establecer nuevas reglas de mercado, con nuevos gerentes nacionales y regionales, en el negocio imparable de las drogas.

La pretensión felipista de aprovechar los sucesos trágicos de Morelia para abonar sus tierras sin títulos válidos queda de manifiesto en el discurso que ayer pronunció ante el Ángel de la Independencia. No hubo ningún asomo de autocrítica en relación con una “guerra” tan mal llevada y planteada que hoy ha comenzado a pagar masivamente víctimas inocentes. Lo que más importó al comandante en jefe del Ejército Mexicano fue insistir en la importancia de que haya unidad nacional, “sin importar creencias, sin importar posiciones ideológicas”, una unidad “sin excepción ni cortapisa”, en la que no haya lugar para quienes “pretenden sembrar el miedo o el desaliento para satisfacer ambiciones o intereses personales o de grupo”. Las palabras de Calderón parecerían dirigidas más a las contiendas políticas, partidistas y electorales, y en especial en la lucha cerrada en defensa del petróleo que mexicanos decididos han anunciado: “La Patria, La Patria exige la unidad nacional, unidad que supone un repudio unánime y sin matices a tan repudiables hechos, unidad que implica dejar ya a un lado acciones o intereses que buscan dividir a los mexicanos”. Declarado por sí mismo intérprete y vocero de La Patria, el predestinado Calderón dejó en claro, enseguida, que si habla a nombre de ella es porque, en realidad, ella ha encarnado en él (La Patria soy yo: letrero de ganga en un sillón Felipe XIV): “Unidad que asume el hecho de que toda la fuerza de los mexicanos, concentrada en las instituciones que lo representan (‘Yo soy el representante, yo, yo’, grita entusiasmado un ciclista fallido a mitad de esa frase), y en el Estado que organiza a la Nación, se aboque, precisamente, a esta prioridad nacional”. ¿Guerra contra el narcotráfico o guerra contra AMLO y la defensa del petróleo?: “La Patria exige unidad en los mexicanos. Se puede discrepar pero no deliberadamente dividir y enconar. Se puede opinar distinto en la libertad que nos han heredado nuestros próceres, en el marco de libertad que el propio Estado garantiza, pero no se puede atentar contra el Estado mismo. Por eso, en nombre de la República demando a todos los mexicanos, sin excepción, en esta hora crítica, la unidad que México necesita”. ¡Hasta mañana!

 
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