Usted está aquí: miércoles 10 de septiembre de 2008 Opinión Isocronías

Isocronías

Ricardo Yáñez

■ La voz de la poesía

Entre un intérprete que apellidaremos excelso de poesía y un llano transmisor eficiente de la misma, pero eficiente, prefiero, sobre todo si el sujeto es el propio autor, al segundo. El primero tendrá su mérito, indudable, mas se trata de un mérito de actor, no necesariamente de poeta, o no de poeta de la poesía sino, cuando bien nos vaya (lo que desde luego puede ser), de poeta de la actuación o, más modestamente, de la locución. Con otras palabras lo señalábamos hace 15 días: decir poesía que dicha siga siendo poesía, que como tal fluya, vibre, llegue a los oídos, a la percepción, a la imaginación de un auditorio medianamente dispuesto a que ello ocurra, no es un hecho frecuente; lograr que no de la letra a la boca al oído pierda, por exageración o falta de fuerza, o de fe, la afinación precisa (no hablamos tanto de arte como de discreción), la adecuada entonación, la prosodia, lo escrito, su chiste tiene o, mejor, su gracia, su levedad y peso.

Desbordándome un tanto me figuro al lector de poesía como una especie de director de orquesta de los sonidos del poema: hay que tomar en cuenta los tiempos, la intensidad, los timbres, las intenciones, las velocidades (bueno, yo qué sé de música, pero por ahí), los armónicos de la voz que en el poema habla, hablan, y transmitir una obra, por mínima que sea. No pierdo de acústica que en los poemas muy breves, no tratándose de una serie o de un montaje que permita a varios entre sí relacionarse, sea por contraste, sea por continuidad, se encontraría el lector público más ante un suplicio que ante un reto, pues el auditorio no suele acudir a las lecturas de poesía a que le digan una verdad (poética) en 17 sílabas o cuatro palabras. Sin embargo, textos como “Hoy es siempre todavía” o “Ayer es nunca jamás” o hasta “M’illumino d’immenso”, bien colocados en el digamos guión, pueden, si bien leídos, actuar contundentemente o soltar sus esporas a la buena de Dios, de modo que llegado el momento cumplan ciertamente su función.

Supongo que todavía existen muchos, muchísimos talleres de poesía. Me pregunto en cuántos de ellos (no tengo información al respecto, conste) se atiende la necesidad de leer la poesía como poesía, no como más ni como menos que poesía, no sobreactuándola o retirándole su estricta vibración sensible (en cierto modo enfriándola no por la ley del hielo, sino por la de la prosa). La voz instrumental de la poesía, como me gustaría llamarle, se hace indispensable (o se evidencia necesaria) en esas lecturas en que las cosas resuenan de más o no alcanzan a hacerse en efecto sentir.

 
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