TOROS

■ ¿Por qué sigue enlatada la película con Adrien Brody que habla del gran torero?

Antes de morir, Manolete pidió casarse con su novia en la enfermería de Linares

■ Álvaro Domecq lo impidió, para evitar que Lupe Sino heredara la fortuna del diestro

Lumbrera Chico

De cara redondita, boca grande, ojos verdes, pelo negro, sonrisa manchega, actriz de cine, cantante folclórica, la hermosa Lupe Sino, la olvidada novia de Manolete, sigue esperando que la historia la ponga en el sitio que en su momento le negaron la madre del Monstruo de Córdoba, la familia de Álvaro Domecq y, a fin de cuentas, el franquismo.

La leyenda arranca en Madrid, 1944, España en ruinas, Europa desmoronándose como los ejércitos de Hitler, una noche en que al margen de la tragedia que envolvía al mundo, en el bar de Perico Chicote, ése que tanto alabó Agustín Lara, sobre la Gran Vía, repleto de momias de la vela perpetua pero también de bohemios y gente del toro, la cantante Pastora Imperio le presenta a Manuel Rodríguez una morena clara y preciosa.

Se llamaba Antoñita Bronchalo Lopesino pero se había inventado el nombre artístico de Lupe Sino. En De purísima y oro, canción preñada de aquellas nostalgias, Joaquín Sabina recreó la escena con estos versos: “Enseñando las garras de astracán/ reclinada en la barra de Chicote/ la bien pagá (Pastora Imperio) derrite con su escote/ la crema de la intelectualidad.// Permanén con rodete Eva Perón/ Parfait amour, rebeca azul marino/ Maestro le presento a Lupe Sino/ lo dejo en buenas manos, matador”.

Así comenzó todo. Manolete se puso a vivir con ella en Madrid y en los hoteles de sus giras a través de las plazas y las ferias de la destrozada península. Incluso la trajo a México en dos ocasiones, para la inauguración del embudo de Mixcoac, en 1946, y al año siguiente, que sería también el de la trágica cornada en Linares.

Vivir en amasiato, sin ocultarlo, a pesar de la asfixiante moral franquista de la posguerra no era poca cosa. Al gran matador cordobés, sin embargo, le perdonaban todo. A ella, en cambio, no. Los banderilleros del Monstruo le decían La Víbora. Doña Angustias Sánchez, la madre del torero, propaló que su hijo se había hecho adicto a la cocaína, por culpa de esa “viciosa desalmada”.

Otros testimonios cuentan, por el contrario, que Manolete y Antoñita no podían ser más felices y que pasaron juntos casi todo el año de 1946 en el pueblo natal de ella, a las afueras de la Guadalajara de allá, la española, cerca de Madrid, conocido como Fuentelaencina. En aquel villorrio, lejos de su propia fama, el diestro jugaba frontón y futbol en la calle, y al dominó y a las barajas en las tertulias del café con los vecinos que regresaban del campo.

Al igual que doña Angustias, Antoñita estaba desde luego en una barrera de la plaza de Linares, el 28 de agosto de 1947, cuando Manolete fue herido de muerte por Islero. ¿Por qué no la dejaron entrar a la enfermería a despedirse de él? Porque el torero, dicen, pidió la última voluntad de casarse con ella, a lo que su madre y el viejo Álvaro Domecq se opusieron. Si lo hubiesen consentido, ella se habría quedado con toda su fortuna. ¿Será por esto, por las poderosas influencias de la antigua familia jerezana productora de claretes y tintos, que no se ha estrenado la película con Adrien Brody y Penélope Cruz que narra la triste historia de Lupe Sino?

Adiós a José Zamarripa

Ayer, en forma inesperada, de un infarto, murió José Zamarripa de la Peña, un gran aficionado a la fiesta brava, un gran luchador social y un gran amigo. Su palabra siempre ingeniosa, su sonrisa afable, su pensamiento crítico y su espíritu rebelde vivirán mientras respiren quienes lo respetamos y lo quisimos.