Tumbando Caña
■ Concha Buika, lo mejor de dos mundos
“Gracias mi tribu!”, dijo Buika inclinándose ante la audiencia del Lunario que le aplaudía a rabiar. “¡Eres única!”, le gritó un espontáneo desde la oscuridad y ella respondió ampliando esa sonrisa que le caracteriza: “Os quiero, sois muy importantes para mí”, expresó ante un rosario de halagos.
Había concluido su primera presentación de esta segunda vez que pisa tierra mexicana y su canto, en el que África, España, México y el sur de Luisiana se funden, lograba el milagro de la comunión.
Concha Buika, cantante española de origen guineano, quien lleva cientos de horas en los escenarios y su talento da para cubrir las cuatro esquinas del mundo, vino a la República Mexicana a presentar su tercera producción discográfica, Niña de fuego (Warner), en la que incursiona en la copla, el jazz y la canción ranchera mexicana. En entrevista nos había dicho lo necesario que era para ella visitar de nueva cuenta México. “Más que por una condición de trabajo, por una razón vital (…) Es que yo me siento de lo mejor aquí. Qué te cuento, este país vuestro es como una droga para mí, tengo una necesidad constante de volver”. Y por eso regresó, para dar y recibir.
Era, pues, la noche, su noche mexicana y la convivencia se daba entrañable. El lugar lucía repleto y mucha gente que no la conocía había asistido precisamente para saber de ella y descubrir en qué consistía ese “fenómeno bicultural”, que citaban los medios.
Concha Buika había llegado acompañada por dos instrumentistas, dos grandes músicos: Iván Melón González Lewis, al piano, y Horacio El Negro Hernández, en la batería, personalidades de la escena jazzística poseedoras de proyectos propios. Más que suficiente para enmarcar el arte vocal de esta mujer que ensambla voces, sonidos, ecos, ritmo y corazón en favor de un arte único y por lo mismo distintivo.
Diversidad colorista y tonal
Concha no es muy alta pero su figura se agiganta cuando lanza esa poderosa voz que bien sabe manejar en su diversidad colorista y tonal: dolorosa, pasional, hiriente, dulce, amorosa, cálida; ascendente, descendente… Su trabajo lo explica como el de un pintor que va por su obra y en el lienzo vierte todas sus inquietudes creativas. Y ya, puesta a exponer, se expone retratándose a sí misma con deliberado riesgo. Las coplas, el cante, los estilos vocales africanos, el blues, el jazz, el funk… aparecen aquí y allá; luego se rompen, se descomponen de la misma forma que la abstracción desdibuja los contornos del arte figurativo.
Claro que esto se percibe a detalle en sus presentaciones escénicas, más que en el estudio de grabación. Sobre las tablas esta mujer es un poliedro expresivo: gime, se contorsiona, baila, manotea, gesticula, llora, ríe, se da palmadas en el pecho, en el alma… Con ella no hay truco ni engaño, se muestra tal como es. Si te gusta bien y si no, ni modo, te jodes, porque ella es así.
Concha no se anda por las ramas. En las entrevistas, a pregunta concreta, respuesta inmediata, y es así en su cante y su decir: “Me da la gana de sentir la madre patria en el centro de la Tierra. Ay, porque yo he tenido mucha guerra, a mí el héroe se me murió. Qué bien, ya libre soy”, canta con gracia, con fuerza y certeza.
En su voz la canción cobra dimensiones impensadas: aires andaluces para La niebla, canción “sin música” de David Trueba; introducción y tratamiento de scat singing para el tango Nostalgia; ingrediente blues a La falsa moneda; tratamiento clásico, a lo Falla, en Árboles de agua; rumbas flamencocubanas eclosionadas en Culpa mía y Mentirosa, y rancheras al estilo Chavela Vargas (su alter ego) en Miénteme bien o Volver, Volver.
Y hay más y más y más… Pero eso lo tendrá usted que descubrir. En serio, le digo, esta mujer es lo mejor de dos mundos: el hispano y el africano.