Dos veteranos de los 70 buscan recuperar su vigencia
Ampliar la imagen La actriz Keira Knightley habló sobre su más reciente protagónico en el filme The Duchess, que se exhibió en Toronto Foto: Ap
Toronto, 7 de speitmbre. Por un error de impronta (vaya, la impronta de mi cerebro) apunté hace unos días que la película brasileña Última parada 174 era de Beto Brant. En realidad, el nombre del director es otro con doble B, Bruno Barreto, el veterano que ha estado activo desde los años 70. En otra demostración de que la realidad supera siempre, la ficción, la película es la versión ficticia del mismo hecho de la nota roja que fue el tema del estrujante documental Bus 174, de José Padilha: en un intento fallido de asalto, un adolescente secuestra un autobús urbano de Río de Janeiro hasta que la inepta intervención policiaca, en medio de un circo mediático, causa el sacrificio de una rehén y la muerte sospechosa del joven.
Barreto toma el camino fácil de transformarlo en un melodrama lineal de causa y efecto. Después de ser un niño de la calle y un sobreviviente de la famosa matanza de la Candelaria, Sandro (Michel Gomes) es caracterizado como un especie de Will Smith de la favela, bueno para el rap y el beso que, tras ser decepcionado por su novia prostituta, sufre los golpes del destino. Así, es la mala suerte la culpable del desenlace fatal, no la marginación, la pobreza o el carácter brutal de la policía brasileña. Para más trampas sentimentales, Barreto y el guionista Braulio Mantovani se inventan una subtrama sobre un alter ego de Sandro, también delincuente, y la madre que lo busca.
El documental de Padilha bastaba y sobraba para testimoniar el caso de Sandro de manera emotiva, con el suspenso trepidante de un thriller. No era necesario el toque light de Barreto –el mismo que le ha permitido chambear en Hollywood– para trivializar el asunto.
Hablando de veteranos, hace tiempo que Jonathan Demme no realiza una película de éxito. Dieciocho años, para ser exactos, desde El silencio de los inocentes (1990). El rumor era que su nueva realización, Rachel Getting Married (Rachel se casa), le ha devuelto relevancia a su carrera. Los rumores son exagerados, tal vez porque Demme es un director estimado en el medio y en algo influyó el wishful thinking.
La película no es otra cosa que un ejemplo más de ese temible género de moda, la comedia dramática sobre una familia gringa disfuncional. El pretexto suele ser una boda –como es el caso– o la reunión del día de Navidad o Acción de Gracias. Aquí el agente del caos es Kym (Anne Hathaway), una chica drogadicta que sale de una clínica de rehabilitación para asistir a la boda de su hermana, en el contexto de una familia liberal de Connecticut (aunque el matrimonio es interracial, nunca nadie menciona ese detalle).
En los preparativos de la fiesta surgirán varias crisis producto del rencor que Kym provoca y sus propias culpas, pues en uno de sus pasones provocó la muerte accidental del hermano menor. Para darle un aire espontáneo, Demme filma la consecuente terapia de grupo como un documental... o más bien, el video casero más hábil de la historia. Y una vez superada la peor crisis, se dedica a registrar el festejo, con todo y baile de música exótica, un grupo multiétnico de invitados y los inevitables apapachos de reconciliación. Eso sí, Rachel Getting Married resulta verosímil: uno acaba con esa sensación real de tedio y pena ajena que da asistir a la boda de unas personas que uno no conoce –ni quiere– bien.
Este domingo coincidieron las primeras funciones de prensa de dos películas dirigidas por mexicanos: The Burning Plain, de Guillermo Arriaga, y Voy a explotar, de Gerardo Naranjo.