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Centenaria

8 de septiembre de 1908

El Diario*

El canavismo mexicano, vulgo marihuana

Como si no fuera bastante nuestra desgracia con el alcoholismo agudo, que de confín a confín de la patria asfixia nuestro destino y estrangula nuestro porvenir; como si fuera poco veneno el tabaquismo prematuro inyectado en nuestra juventud, desde la niñez; asoma ya sus garras un demonio voraz, que contento antes con sacrificar pocas víctimas, pretende extender sus dominios hasta donde ha llegado á reinar el alcohol. Este es, el uso de la “canavis índica,” planta conocida en el país con el nombre local de marihuana.

Es un hombre honrado quien nos envía, desde una de las camas del Hospital Juárez, la voz de alarma contra el enemigo solapado, quien, en alianza con el pulque, labran á prisa la degeneración de nuestro pueblo. Ese hombre de bien, que se hundió en los cienos del vicio y logró redimirse por un esfuerzo sobrehumano de la voluntad, nos dice, con la elocuencia del sentimiento, que el peligro de la marihuana es máximo, que merece el grito clamoroso de la prensa honrada, y la atención decidida del Gobierno, para cortar el mal ó sus avances con medidas represivas.

Sabemos ya que esta calamidad había sentado sus reales en nuestro bajo pueblo, el criminal, sobre todo, y que su consumo tenía un mercado dentro de la ciudad amurallada de Belén. Sabíamos también que excepcionalmente había en los suburbios, centros de consumo inmediato, semejantes á los fumaderos de opio de las colonias chinas. Pero ignorábamos las terribles revelaciones que se nos han hecho.

Primero: no sólo el mexicano ínfimo, el que no usa ni pantalón ni blusa, es el único consumidor del canavis; ya gusta de él el cargador de vestido planchado, el obrero de chaleco sin saco, el artesano de calzado y sombrero de fieltro y hasta “jóvenes de porvenir y de buena familia,” dicen nuestros informantes.

Segundo: el hecho de que el marihuanismo se albergase en las prisiones ó fuera de ellas con la gente de la hampa, nos hizo creer que era un efecto de la vida presidiaria, y resulta ahora todo lo contrario; el marihuanismo, no es efecto, es causa de criminalidad. Los que fuman en las cárceles la hoja fatídica no es que allí hayan aprendido á fumarla, sino que siguen una costumbre adquirida, en uno de cuyos impulsos, el agresivísimo morboso que engendra el cigarrillo se descargó a golpe contra el amigo, camarada, el compañero de vicio, y después de despertar de la razón se hace entre las rejas de la ley y las bartolinas de la vindicta pública.

CAL

*Se publicó de 1906 a 1917

Centenaria recogerá, en su grafía original, noticias que publicaban diferentes periódicos hace cien años en la capital

 
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