Bajo la Lupa
■ La guerra fría energética del siglo XXI
Ampliar la imagen Refugiados georgianos reciben pan gratuitamente en un campamento de Gori, instalado después de que estalló el conflicto entre Rusia y Georgia Foto: Ap
La anterior guerra fría bipolar entre EU y la ex URSS fue netamente ideológica entre el capitalismo y el comunismo: ganó el primero y perdió el segundo, lo que originó un vacío que fue colmado por el radicalismo de la globalización financiera como expresión del orden unipolar estadunidense.
La nueva guerra fría entre EU y Rusia, sucesora de la balcanizada URSS, comporta características ostensiblemente energéticas en el triángulo del golfo Pérsico-mar Caspio-mar Negro. Europa se fracturó durante la guerra fría ideológica, lo cual fue epitomizado por el Muro de Berlín, y es muy probable que ahora acontezca una desarticulación del viejo continente.
En la sección “Manejo de la globalización” de The International Herald Tribune (IHT, 29/8/08), editado en París, Daniel Altman (DA) aduce que la probable nueva guerra fría es “conducida por la energía”. Mientras el nuevo orden mundial ha entrado irremisiblemente a la multipolaridad y tanto las finanzas como la economía del planeta tienden acentuadamente “hacia la desglobalización” (título de un reciente libro nuestro), IHT insiste en “manejar” la inmanejable globalización, cuando “el mundo cambió en el Cáucaso” (ver Bajo la Lupa, 20/8/08).
Si el marco de referencia de IHT está desfasado y desincronizado, en contraste su enfoque geoenergético es persuasivo: “ahora Rusia se encuentra en el negocio (sic) energético. En caso de asentarse una nueva guerra fría, los energéticos serán su divisa (sic)”. Rememora que “hace medio siglo, la URSS estaba en el negocio (sic) ideológico” cuando intentó “expandir la más reciente combinación de Marx, Lenin y Stalin” con el fin de “mantener a raya a Occidente y así solidificar su dominio en todas las regiones del mundo”. Sí, pero hasta cierto punto, porque no es lo mismo una gerontocracia soviética poliartrítica, insulsa y sin pasión, que el juvenil gobierno ruso socialdemócrata de libre-mercado de la dupla Putin-Medvedev, que aspira a la gloria y, más que nada, a frenar la humillación permanente de los halcones de la Casa Blanca y las águilas de la OTAN.
Daniel Altman ubica el sitio de confrontación: “claramente (sic) en Asia Central”. Pues ni tan “claro” –y sin aminorar la relevancia de Asia Central, donde prácticamente EU ha sido expulsado en forma paulatina debido, en gran medida, al posicionamiento del Grupo de Shanghai, que presiden conjuntamente Rusia y China–, ya que la lucha se fragua más bien en el triángulo geoestratégico del golfo Pérsico-mar Caspio-mar Negro (ver Bajo la Lupa, 31/8/08), es decir, los linderos occidentales, pero no el núcleo de Asia central. Lo relevante del artículo de Altman no es su perdonable imprecisión geopolítica, sino su conceptualización sobre la modalidad geoenergética de la nueva guerra fría en ciernes. Comenta que Rusia intenta protegerse del aislamiento de la OTAN debido a que “varios de sus vecinos sudoccidentales (sic) poseen sustanciales reservas de hidrocarburos”.
Resulta que la “incursión” rusa en Georgia “ha provocado serios efectos” y “ha puesto en tela de juicio la viabilidad del proyecto de gasoductos y oleoductos de la Unión Europea”.
Al unísono de la vulgar desinformación anglosajona, Daniel Altman insiste en que la reciente cumbre del Grupo de Shanghai en Tayikistán fue un fracaso, visión que no es compartida en absoluto por analistas serenos y menos sesgados de la región aludida. Altman pretende que los concurrentes a dicha cumbre midieron con el mismo molde al gigante ruso con la “diminuta Georgia” y extrapola alegremente que probablemente “Rusia cometió un error (¡súper sic!) estratégico al haber ingresado a Georgia con armas en lugar de dinero (¡súper sic!)”.
Cita y sobredimensiona a su colega del IHT, Judy Dempsey, quien pone de relieve la ausencia de un apoyo explícito del Grupo de Shanghai a la postura rusa en el Cáucaso, durante la reciente cumbre en Tayikistán, donde muy bien se pudieron haber concertado acuerdos secretos, y donde tampoco pasó inadvertida la reunión bilateral entre los mandatarios de Rusia e Irán (que figura como “observador” y a punto de ser admitido en el relevante grupo centroasiático).
Dempsey no toma en cuenta que China tiene que ser más precavida frente al oleaje de balcanizaciones que comenzaron EU, la Unión Europea y la OTAN en Kosovo, imitadas por Rusia en el Cáucaso, cuando la epidemia secesionista podría cundir en Taiwán, Tibet y la región islámica de Xinjiang.
En sus planteamientos, Altman considera que “Rusia obviamente (sic) desea una participación sustancial en el flujo de las reservas energéticas en Asia central y fuera de ella”, lo que “ha ocasionado que sus vecinos se pongan nerviosos”. Habría que precisar (la gran falla de Altman) a cuáles “vecinos” se refiere porque a los centroasiáticos islámicos (Kazajstán, Tayikistán, Uzbekistán y Kirguizia) no se les nota demasiado intranquilos. Otra cosa son, desde luego, los “vecinos” del mar Caspio, pasando por el Cáucaso, hasta la ribera occidental del mar Negro, quienes apostaron insensatamente todas sus cartas a la “salvación” del “mundo libre” (¡súper sic!) que enarbolan EU y la OTAN.
Aquí la valía indiscutible de Georgia versa sobre el tránsito de los hidrocarburos de Azerbaiyán, potencia energética respetable y ribereña del mar Caspio, que cuenta en demasía. Ni Georgia ni Turquía ni Ucrania son potencias energéticas y, al contrario, son sensiblemente dependientes de su importación caspiana. Así que más vale colocar las cosas en su lugar geográfico para no perderse en meandros teológicos e ideológicos.
Es notoria la obsesión pecuniaria (“negocio”, “divisa”, “dinero”) de Daniel Altman en su subtexto, mientras lanza un axioma temerario: “la ideología puede ser fácil (sic) de controlar, pero la energía es una materia prima que cualquiera (¡súper sic!) puede vender”. Pues ni tan “cualquiera”, ya que los energéticos constituyen el talón de Aquiles de EU, la Unión Europea y también de la OTAN, por extensión.
En paralelo a las guerras por dinero sonante e intereses no pocas veces mezquinos, ¿sabrá Altman que a lo largo de la historia los humanos también se han aniquilado por teologías e ideologías, como demuestran las guerras religiosas y la reciente guerra fría bipolar?
Cuando era presidente, el zar geoenergético global Vlady Putin solía referirse precautoriamente a los hidrocarburos de Irak, que no pudo defender su patrimonio debido a la carencia de un arsenal nuclear disuasivo con el que sí cuenta Rusia para defender la riqueza energética que pretendían arrebatarle conjuntamente EU, la Unión Europea y la OTAN.
Los energéticos cuentan mucho, pero sin armas nucleares no sirven demasiado. A esta conclusión parecen haber llegado los estrategas juveniles de la “nueva Rusia”, primera superpotencia geoenergética del planeta. La probable nueva guerra fría no es unidimensional –que implique única y sustancialmente a los energéticos–, sino más bien multidimensional.