Melón
■ Don Guillermo
Cada año se celebra en Cali, Colombia, un congreso de admiradores de la Sonora Matancera, al que asisten, invariablemente, Arturo Yánez y Marcos Salazar Gutiérrez, en compañía de Isidoro Corkidi Yaffe, nacido en ese país. De unos años a la fecha han presentado grabaciones, películas, videos y testimonios gráficos de lo que soneros mexicanos han realizado en nuestro país, así como de las estrellas cubanas que convivieron entre nosotros en el pasado, quienes, por supuesto, dejaron escuela y gratos recuerdos.
La labor de estos enamorados de nuestra manera de interpretar la música cubana es realmente loable y ha servido para que en otros países se sepa que tanto Lalo Montané como Tony Camargo nacieron en México. Asimismo, para que se conozca la calidad de numerosos exponentes que también vieron la luz primera en nuestro suelo.
Uno de éstos se llama Memo Salamanca quien, por desgracia, acaba de emprender el viaje sin retorno, pero dejó testimonios de calidad con una trayectoria en el medio sonero, desde aquello que los más viejos de la comarca (por fortuna, aún quedan varios) califican de la “época de oro” del son cubano en México, que permitía gozar siete tardes y noches a la semana con grupos de gran calidad, pero que en la actualidad brillan por su ausencia.
Lo conocí en el Zombie, de Heriberto Pino, y más tarde al formar parte de la orquesta de Arturo Núñez, teniendo por compañeros a Rey, El Chato Marcelino, el Chunco Pacheco, Enriquito, El Che Toledano y, por supuesto, a Lalo Montané y Benny Moré. Era un recorrido semanal que me ponía a gozar: lunes, en el salón de baile El Fénix; martes, Los Ángeles; miércoles, La Playa; jueves, Swing Club; viernes, El Amanecer; sábado, algún baile particular o El Brasil, para volver el domingo al Swing Club. ¡Qué cura!, diría Maelo.
Así fueron pasando algunos años, hasta que se decidió a formar su propia orquesta; más tarde un conjunto y luego una charanga en sociedad con Mango, a la que bautizaron Orquesta Continental. Entre una y otra agrupación hubo grabaciones a lo bestia, entre las que destacó la terminación de un proyecto iniciado por Pérez Prado, que Mariano Rivera Conde le encargó terminar. Todavía se vende como si fuera completamente de Dámaso Pérez Prado –así se las gastan las grabadoras– , pero Alekumsalem, Oye Isabel y otras que no recuerdo, son cosas de Memo. Esto lo afirmo porque me llevó para hacer coro junto con Lalo Montané y Homero Jiménez.
Al terminar la grabación, don Mariano Rivera Conde estaba de muy buen humor por el resultado, así que premió al personal con tres horas más en el pago. También nos dio la noticia de que a la semana siguiente todos, sin excepción, grabaríamos con Bebo Valdés. Debo decirle, monina, que Memo había logrado reunir una orquesta de alto nivel, con una sección de percusiones de aquellita.
La grabación con Bebo trajo una sorpresa: el batanga, ritmo creado por él, que me permitió conocer el okónkolo, uno de los tres tambores batá, por cierto, el más pequeño, que Clemento Piquero Chicho se encargó de ejecutar. Recuerdo que entre los números que se grabaron, llamaron mi atención Batanga para las viejas, Copla guajira y Rapsodia en cueros, esta última, como diría Ricardo Rocha, sólo para iniciados. El cantante fue Óscar López.
Memo estuvo al piano. Años más tarde nos reunimos para llevar a cabo un álbum llamado Melón y su sonora, que él dirigió y le hizo los arreglos. Tuve la oportunidad de llevar una cercanía con don Guillermo que me permitió gozar con sus detalles tan propios, cargados de ironía, sentido de humor ácido, que ponían en aprietos a más de cuatro que se atrevieron a provocarlo.
Descanse en paz, don Guillermo, ya lo alcanzaremos. Mientras tanto, lo extrañaremos quienes lo conocimos y supimos entenderlo.
Para terminar, mi nagüe, si usted es sonero “de coraza”, le recomiendo un lugar llamado Los cuchilleros, sito en las céntricas calles de Madrid y París, con un servicio de campanillas, una cocina con sabor exquisito y para ponerle el tapón al botellón, ameniza Gonzalo y su Son de Altura, que está sonando con jícamo y saoco, al presentar un repertorio, como diría Justo Betancourt, “distinto y diferente”. ¡Vale!