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Mujeres Campesinas en la Encrucijada
Heladio Ramírez López Estamos en una encrucijada especial de la vida política del país. Se han juntando diversos componentes que dibujan un cuadro problemático para la sociedad y en especial para el pueblo campesino. La tormenta viene de afuera, de arriba y por varios lados. La inflación y los precios de los alimentos que encarecen la vida, la ausencia de apoyos adecuados por parte de las instituciones, la crisis financiera que sube las tasas de interés, los cambios climáticos que perjudican las cosechas, los agrocombustibles elaborados con productos alimenticios, la carestía de la energía y la especulación desatada forman parte no de problemas aislados y desconectados entre sí, sino anuncian un panorama gravísimo para los pobres del campo y también de la ciudad. Estos problemas no están de paso, vinieron para permanecer un buen tiempo, es una larga tormenta en la noche oscura de esta economía excesivamente de mercado. Desequilibrios inhumanos. Las fuerzas que se ocultan bajo el manto de la globalización nos han llevado a tal punto que hoy día los campesinos mexicanos están obligados a realizar el peor de los negocios: cambian trabajo barato por comida cara; el déficit de semejante intercambio no es sólo pobreza, es algo todavía más grave: es el hambre. La inflación pone al alza los precios y a la baja los salarios, ello sobrevalúa las cosas, pero a costa de desvalorizar a las personas, y además, afecta dramáticamente la economía campesina: insumos caros, créditos inalcanzables, salarios bajos y alimentos caros. Así se llega a la extraña paradoja de que las familias campesinas, pese a vivir donde se producen los alimentos, son las primeras en ser golpeadas por la escasez. Cuando se deteriora el campo, las mujeres son las primeras que reciben en su casa aquellos problemas que nunca crearon. Reciben el peor de los pagos: más trabajo, más dificultades para alimentar a sus hijos, más sufrimiento en su noble tarea social. Hay una distancia creciente entre las hermosas odas amorosas que se cantan a las madres y las tristes odas implacables con que el sistema las castiga. Multifunciones. El papel que la economía asigna a la mujer y a la familia es cada vez más preocupante. La mujer presta una serie de servicios en el hogar: cuida de los niños, vela por la salud familiar, protege a los ancianos, prepara la comida, impulsa la producción de alimentos en el traspatio, limpia la casa, lava, remienda, educa a sus hijos, etcétera. Ahora bien, este trabajo de la mujer en su casa es indispensable para el funcionamiento de la economía del país, puesto que garantiza a la sociedad un importante suministro de mano de obra. Mientras la mujer es un fantástico taller natural que forja la vida, el hogar es un taller social que forma a las personas hasta que entran al mercado de trabajo. Aquí caben dos preguntas: si la actividad que realizan las mujeres en la casa es un trabajo, ¿por qué no se les paga?, y si no se les paga ¿quién se está beneficiando con ello? ¡Cuánta pobreza se evitaría si las mujeres campesinas recibieran una compensación por su trabajo doméstico! Sería un error pensar que la solución está en pavimentar el camino para que la mujer abandone su casa y se incorpore al actual mercado de trabajo. Se trata de algo mucho más profundo, mucho más humano: se trata de abrir un espacio por donde las mujeres puedan transitar hacia el desarrollo en sus propios pueblos y sustentadas en los valores de las comunidades. Se trata de que la mujer participe en los procesos de cambio para que desde las bases vaya surgiendo una economía protectora de las familias. De ahí que incorporar a la mujer a la sociedad no pasa por incorporarla al actual y desfigurado mercado de trabajo, sino a muchos y pequeños proyectos de desarrollo que creen riqueza para ellas mismas, para las comunidades y las regiones. Concentración de las remesas. Ha surgido la falsa idea de que las remesas que les envían sus esposos desde Estados Unidos son una solución para combatir la pobreza. Se olvida que las remesas enviadas a las familias son salarios ahorrados a costa de grandes sacrificios. Las remesas son pequeñas cantidades repartidas en muchas familias, que sumadas representan significativas cantidades de dinero que llega a pocas manos. Son apoyos útiles a las familias, pero están creando importantes riquezas para otros. Al seguir la pista de esas remesas, resulta que terminan en las cajas del comercio y servicios ubicados en las ciudades. Ello explica el surgimiento explosivo, en los recientes 20 años, en las regiones más pobres, del comercio, la banca y otras actividades que acumulan gracias a este ingreso extraordinario que reciben las familias campesinas. Por las manos de muchas mujeres pobres del campo pasa el dinero que enriquece a minorías urbanas, las que se han transformado en los polos que dominan la economía de la región, mediante una simple operación: compran barato los productos al por mayor y los venden caro al por menor, a los campesinos. Acosan a los campesinos con mercancías a plazos que ocultan bárbaros intereses usurarios. De esta manera, si bien las remesas son una ayuda a las familias, potencian las fuerzas que oprimen a los campesinos, ampliando las desigualdades en las regiones pobres. ¿Cómo las mujeres podrían romper y salir victoriosas de esta trampa en que se encuentran la sociedad rural y la economía campesina, de inflación, desintegración familiar, remesas que alivian pero no curan, debilidad de los apoyos institucionales, desempleo y trabajo excesivo sin recompensa? Desde mi perspectiva, la mejor manera de romper ese círculo vicioso es organizándose en actividades productivas, crear una economía de defensa para sus familias, capacitarse para formar una pequeña empresa con una visión social y participar activamente en el diseño de una nueva política para el desarrollo rural. Parecería difícil, pero es ya una realidad que la mujer campesina ha ido ganando cada día su derecho a nuevos espacios; a inéditas oportunidades para progresar. No es hoy el conformismo o el silencio lo que domina la vida de las mujeres, al contrario, es el deseo de cambio; su imparable deseo de participación lo que caracteriza hoy la actitud de las mujeres en el mundo rural. Esta realidad, significa una auténtica esperanza para el desarrollo de nuestra patria. |