Usted está aquí: miércoles 13 de agosto de 2008 Cultura Isocronías

Isocronías

Ricardo Yáñez

■ Prontuario

Parece fácil, no lo es. No por buscar la escritura pierdas la voz, recomiendo a los jóvenes con que trabajo; no por no perder la voz pierdas la escritura.

Les digo también, y yo no sé qué tanto me crean, que no hay mejor maestro en esto de la poesía que el soneto. El soneto impone rigor, no hay modo de hacerse el distraído, por así decirlo, en haciendo sonetos. Uno sabe cuándo sí y cuándo no. Claro, puede que uno no sepa cómo llegar al sí, quedarse como en Babia detenido en el no, sin decidirse a nada, excepto al abandono del poema (que todavía no llega a su definición mejor) a su ¿propia? suerte.

La canción, las décimas, el romance, aceptan (en términos generales se diría que las convocan) variantes, variaciones, versiones. El soneto es único. O tiende a ello. En habiendo dos o más versiones suele optarse y sin mucho problema por una.

Pero por ello mismo es muy interesante hacer canciones, coplas, corridos… Conjuntar voces u observar cómo otras voces se meten en nuestra voz o cómo nuestra voz se vuelve otras voces. La voz del soneto tiende a ser una, única (no necesariamente la del autor, aunque finalmente ni modo que no, sino lo que algunos entiendo han definido como la voz poética). Ser parte del coro es también un gozo de la voz. No todo tiene que ser aria.

El soneto demanda: atención, concentración, unidad, fluidez, totalidad.

Me gusta la rima, el metro. Por supuesto que no se los impongo a las personas con quienes en esto trabajo, mas siempre, y subrayadamente, se los sugiero. El argumento con que los incentivo podrá parecer extraño: mediante ellos se aprende naturalidad.

Nunca publiquen, si no quieren, les digo, nada rimado, nada medido. Nunca un soneto, si no quieren. Ejercítense en ello. Ese trabajo mejorará lo que ustedes naturalmente son, su propio lenguaje, su propia voz, su gusto. ¿Y qué es el estilo sino el propio gusto puesto a prueba?

No falta quien se fastidie con el asunto de la rescritura. Se rescribe para no rescribir, hay que decirle.

Hay quien teme a la desaparición de la sustancia poética que presunta o realmente dio origen al poema. Se le dice que, contrario a lo que ocurre en otras artes, no es difícil regresar a versiones con las que esté más conforme. Pero también se advierte: no confundir espontaneidad con naturalidad. Ni capricho con logro.

Hay los que temen la desaparición del poema. Se les indica: el poema puede perderse, el trabajo no.

 
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