A 40 años
Los jóvenes se apropian de todo espacio público
■ Los estudiantes consideraron un triunfo la marcha de más de 100 mil personas el 13 de agosto
Ampliar la imagen La cobertura de El Heraldo de México sobre la marcha del 13 de agosto recuperó su carga anticomunista y enfatizó dos aspectos: las supuestas agresiones verbales a las autoridades por parte de los estudiantes y la presencia de iconos exóticos y extranjerizantes, en particular la figura de Ernesto Guevara, asesinado en Bolivia un año antes
La columna de la marcha que el 13 de agosto avanzaba del Casco de Santo Tomás hacia el Zócalo “tenía una extensión de varios kilómetros”, y se requería de “una hora con 20 minutos para ver de la vanguardia a la retaguardia”, según reportó El Universal.
A los estudiantes se habían sumado maestros y pequeños grupos de electricistas, ferrocarrileros y sindicatos magisteriales. Además, “durante todo el trayecto recibieron innumerables muestras de simpatía por parte del pueblo”, refiere Ramón Ramírez sobre esa movilización en su libro El movimiento estudiantil de México, editado por Era en 1969.
A diferencia de otras manifestaciones, en las que la policía mantuvo fuerte presencia en el centro de la ciudad y los comercios cerraban, “todos los establecimientos comerciales continuaron abiertos en la confianza de que, según se observaba, no intervendría la policía”, agrega el libro de Ramón Ramírez.
Así comenzó la apropiación “tanto de las aulas, los auditorios y las explanadas escolares, como de las calles, plazas, mercados, cines, cafés, camiones urbanos y, en general, de todo aquel espacio público donde éstos (los estudiantes) pudieran difundir las demandas, consignas y utopías de protesta”, como describe el avance del movimiento José René Rivas Ontiveros en su libro La izquierda estudiantil en la UNAM, editado por Porrúa en 2007.
“La insurgencia estudiantil no fue más una clásica movilización universitaria o politécnica circunscrita sólo a los ámbitos geográficos de los recintos escolares, sino que se convirtió en la más importante rebelión urbana del México posrevolucionario, que hizo de la capital mexicana su principal centro de operaciones”, afirma en su obra Rivas Ontiveros.
Diarios como El Universal, El Sol de México y El Día coincidieron en reportar que aquel día no hubo violencia, y Ramón Ramírez señala que en esa movilización “no hubo agravio contra ninguna autoridad, aunque fueron muy enérgicas las protestas en contra de Corona del Rosal, de los jefes policiacos y de los granaderos”.
Algunas leyendas en las pancartas eran: “Respeto a la Constitución, Luchamos contra un régimen de injusticia y pobreza, No más bayonetas, Los verdaderos agitadores son: el hambre, la ignorancia y la injusticia”, añade Ramírez.
En las mantas se pedía: libertad de los presos políticos, entre ellos Demetrio Vallejo y Valentín Campa, líderes ferrocarrileros encarcelados en 1959, y de los estudiantes detenidos desde el inicio del movimiento, así como la abrogación de “los anticonstitucionales artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal”.
Sin embargo, el Libro Blanco del 68, elaborado por la Procuraduría General de la República (PGR), señala equivocadamente el punto de partida y destino de los manifestantes aquel día: “El 13 de agosto se realiza una manifestación en la que participan conjuntamente la UNAM y el IPN, y que va desde el Museo Nacional de Antropología hasta el Zócalo”.
Según el volumen de la PGR: “aunque los manifestantes no realizan actos violentos a su paso, ejercen una extrema violencia verbal y escrita. Las mantas y pancartas que llevan contienen lemas y pronunciamientos injuriosos, como lo son también los gritos, porras y canciones que vierten a lo largo de todo el trayecto.
“Enormes retratos de Ernesto Che Guevara presiden la manifestación, que entre sus pancartas lleva (sic) varias en contra de las olimpiadas, pidiendo que no se celebren.
“Prominentes directivos del Partido Comunista Mexicano, del Movimiento de Liberación Nacional y de los grupos extremistas estudiantiles encabezan la manifestación, en la que participan también muchos maestros, así como personas ajenas por completo a los centros de educación superior.
“Entre los gritos más frecuentes se encontraban (sic) el de ‘únete pueblo’ y el de ‘prensa vendida’.
“Aunque la manifestación fue injuriosa para las autoridades desde el principio hasta el fin, pudo ser realizada con la mayor libertad, y sin interferencia alguna de la fuerza pública. No cabe duda que la fuerza circunstancial, aunque irreflexiva, que tienen los actos de masas, propició una exacerbación de los ánimos de los manifestantes que empezaron sentirse ‘dueños de la calle’.”
Un volante elaborado por los comités de diversas escuelas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y del Instituto Politécnico Nacional (IPN), del que dieron cuenta agentes de la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales (DGIPS), señalaba que para los estudiantes la manifestación del 13 de agosto “hizo que el movimiento estudiantil alcanzara un verdadero triunfo (…) rebasando el marco en que las autoridades y las deformaciones noticiosas habían querido encerrarlo.
“El carácter popular, democrático y revolucionario del contenido de nuestras demandas se fortaleció (…) y se hizo patente con la magnitud del contingente, que alcanzó las cien mil personas, aproximadamente.”
Y también el Libro Blanco del 68 ofrece el siguiente panorama que el gobierno tenía en ese momento: “entre los grupos extremistas” había varios, “pequeños pero muy activos, como la Juventud Comunista, la Central Nacional de Estudiantes Democráticos, la Liga Obrero-Estudiantil, la Liga Comunista Espartaco y el Partido Obrero Revolucionario Trotskista”, que buscaban, según la visión de la PGR, sumar a estudiantes y obreros de otras entidades para que la rebelión se convirtiera “en un problema nacional: la ansiada huelga general (…) para lograr la caída de un gobierno democrático”.
Por ello, ante la creciente adhesión y simpatía que generaba el movimiento estudiantil, la DGIPS y la Dirección Federal de Seguridad intervinieron líneas telefónicas para conocer las conversaciones que sostenían autoridades universitarias; de ello dan cuenta documentos encontrados en la caja 2912 del Archivo General de la Nación, titulados “resumen”, fechados el martes 30 de julio:
“02:04 José informa a su hermano, el licenciado Enrique González Pedrero, director de la Facultad de Ciencias Políticas, que ya el Ejército abrió a bazukazos la preparatoria y se metió; que tiene a cargo la ciudad, incluso la policía no tiene nada qué hacer, es un estado de sitio. Agrega que parece que el Ejército va a la CU y que el señor rector iba a hablar con el secretario de la Defensa, para ver si para esto.
“02:43 El licenciado Enrique González Pedrero se pone en contacto con el profesor Julio González Tejeda, de la Dirección de Servicios Sociales de la Ciudad Universitaria, este último informa que sucedió todo lo peor que se pueda imaginar, que entró el Ejército en Justo Sierra y detuvo a los muchachos y ‘no sabemos si viene para la la CU, … tal vez sí… tal vez no… no saben los altos funcionarios… no están enterados de nada… sólo el Ejército’… Agrega que está ocupándose ampliamente de todos los muchachos que estaban en la escuela de Pedrero para que salieran de los recintos universitarios… ‘había muchos’. Pedrero pregunta que cómo han reaccionado. Julio dice que hasta ahora han salido para protegerse.
“03:00 Enrique González Pedrero pregunta a Henrique González Casanova que si ya está enterado de las cosas y qué le parecen. González Casanova dice que hace un momento fue enterado por Julio, y opina que son hechos muy graves, ‘no nos equivocábamos al juzgar que estábamos en una situación muy delicada’. González Pedrero expresa que Julio dijo que habían hablado con altos funcionarios del gobierno y que nadie estaba enterado de nada. González Casanova se sorprende y comenta que en este caso, las cosas pueden ser más graves de lo que se supone.
“08:00 (…) Pedrero piensa redactar una protesta; además le propuso a Fernando Solana una reunión con el rector, porque hay la obligación de protestar ‘frente al vandalismo del Estado’, como universitarios no pueden permitir esta violación de la autonomía; si aceptan esto están perdidos frente a la historia, frente a los muchachos y frente a todo el mundo. (…) Continúa Pedrero comentando que es muy clara la provocación que ha hecho el Estado; que ni en Francia hubo que echar mano del Ejército en una huelga general de 10 millones de obreros, cómo es posible que aquí unos preparatorianos van a poner en peligro la existencia del Estado, al grado de que tenga que intervenir el Ejército.
“A propósito de esto, Pedrero comenta con Horacio Flores de la Peña que ‘nuestro glorioso Ejército Nacional ha ganado una batalla más, y mi general Corona también ha ganado y ahora no sólo contra el sufragio como antes’, agrega que cuando le preguntaron a Corona cuánto iba a durar la ocupación, respondió que tanto cuanto sea necesario y hasta que el orden sea aceptado.”
En esos días, según el Libro Blanco del 68, de la PGR, la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos “empezó a perder (…) la poca fuerza que le quedaba entre el alumnado del IPN”, lo cual hizo evidente su escaso poder de convocatoria para organizar una manifestación de Zacatenco al Casco de Santo Tomás el día 5 de agosto, la cual fue muy poco concurrida, a pesar de que, como se había anunciado, en el mitin final intervino el director del instituto, Guillermo Massieu.
Desde el 1º de agosto y hasta después del día 20 del mismo mes, ni el presidente Gustavo Díaz Ordaz ni el secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, emitieron declaración alguna; en cambio, el general Alfonso Corona del Rosal, jefe del Departamento del Distrito Federal, llenaba espacios en los diarios.
Nuestra bandera
También en aquellos días, José Revueltas, uno de los más destacados intelectuales de izquierda, en su escrito titulado Nuestra bandera, hacía el siguiente análisis: “una infracción a los reglamentos de policía (una reyerta de poca monta entre dos escuelas) que atrajo en su contra la más desproporcionada, injustificada y bestial de las represiones, tuvo la virtud de desnudar de un solo golpe lo que constituye la esencia verdadera del poder real que domina en la sociedad mexicana: el odio y el miedo a la juventud, el miedo a que las conciencias jóvenes e independientes de México, receptivas y alertas por cuanto a lo que en el mundo ocurre, entraran a la zona de impugnación, de ajuste de cuentas con los gobernantes y estructuras caducos, que se niegan a aceptar y son incapaces de comprender la necesidad de cambios profundos y radicales.
“Nuestro movimiento, por ello, no es una algarada más, esto deben comprenderlo muy bien las viejas generaciones, cuyas mentes se obstinan en querer ajustar las nuevas realidades a los viejos esquemas obsoletos de su ‘revolución mexicana’, de su ‘régimen constitucional’, de su ‘sistema de garantías’ y otros conceptos vacíos, engañosos, de contenido opuesto a lo que expresan, y destinados a mantener y perfeccionar la enajenación de la conciencia colectiva de México a la hipocresía social y a la mentira que caracterizan al régimen imperante.”
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