Feminista con faltas de histeriografía
Querida Malú: Gracias por la carta en la que me dedicas tu opinión de mis escritos, aun cuando esta vez tus comentarios no hubieran sido de concordancia sino de cuestionamiento de mis puntos de vista.
Tanto que me escribieras como que sentaras las bases para una polémica son prácticas sorprendentes para mí, pues casi no tengo amigos y, también con algunas apreciadas excepciones, tampoco tengo lectores. Por mis lecturas sé que esta correspondencia entre colegas o entre un lector y un escritor, se da. Confieso que imaginariamente la he envidiado y que desde hace más de medio siglo, cuando me adentré al mundo de los escritores y la literatura, la he querido tener.
Aunque tu nota conste apenas de unos renglones, y por más que la hubiera leído con atención, no entiendo del todo el centro de tu crítica. Me resulta claro deducir que partes de un artículo que días atrás publiqué en estas páginas y que protagoniza sólo una vez más el love affaire de Simone de Beauvoir y Nelson Algren, roto debido a que ante los ojos de ella él resultó puritano, y ella, ante los de él, amoral. Mi posición era y es analizar las perspectivas encontradas de los dos ante la leyenda que cada uno logró imponer de sí mismo para la historia. Pero tu argumentación en contra de que, basada en evidencia documentada, yo dude de la solidez de la moral feminista de S. de B. no me resulta consistente.
Pareces decir que yo, porque no soy feminista, no puedo juzgar a S. de B., que sí lo es. ¿Por qué no he de poder? Después de reflexionar, he llegado a una conclusión quizá simple pero que me enfoca el concepto. Es feminista una mujer que razona por sí misma, es decir, sin ni siquiera el filtro del feminismo, y que sabe lo que quiere y lo que puede, y dedica su vida a dar realidad a su sueño. Y si parto de esta acepción y este criterio, ante mí cobra valor no tanto mi trabajo literario, que puede no tenerlo, como el camino que he recorrido para hacerlo. Me pregunto, si no hubiera partido con la intuición de que ser yo significaba empezar por pensar por mí misma, si hoy, tantas décadas después de estas meditaciones, tendría hecho el trabajo que tan existe que lo puede ver quien quiera. Consiste en lo que soñé con hacer y que es lo que mejor puedo hacer. No en balde le he dedicado la vida, a cuenta de otros sueños que descarté con tal de que no impidieran esta dedicación que me pedía exclusividad y totalidad.
Prefiero ser una mujer con faltas de feminismo a una escritora a quien le fallara la redacción, pues mi trabajo literario sondea el alma del ser humano en general, no de la mujer en particular.
¿Intentas señalarme que desprecio a la mujer que dedica su vida a tratar de no ser lo que la historia ha dictado que fuera? ¿Procuras decretarme que no desprecie a la mujer que se arriesga a cuestionar la historia? Pareces alertarme contra debatir actitudes que, según tú, yo no sólo ni siquiera he ensayado sino mucho menos desarrollado con resultados tan superiores que me autorizaran a descalificar las de aquellos a quienes estudio. Si te parezco tan deleznable persona como me pintas, ¿por qué te diriges a mí como tu amiga? Y si las que deduzco de tu carta son las conclusiones que has alcanzado después de leerme, ¿cómo puedes llamarte mi lectora?
Poner en duda mi derecho a cuestionar la moral feminista de S. de B. con el argumento de que yo no soy feminista, es un razonamiento pobre. Si en vez de dudar de la honestidad moral de S. de B. la hubiera exaltado, ¿tampoco habría tenido derecho a hacerlo? Lamentaría que también me negaras éste pues, sea yo o no feminista, según tú, a tí te admiro.
Respecto a tu contundencia de que “es más fácil odiar a una mujer que a un hombre”, ignoro de qué métodos reflexivos, empíricos o estadísticos te valiste para obtenerla, pero la matizo al ofrecerte mi caso. Para mí es tan difícil odiar a una mujer como a un hombre, como me es igualmente difícil amar a ninguno de los dos.