■ El iraní se encuentra en el país para dictar un ciclo de conferencias en la UNAM
Muralismo mexicano, fuente del impulso creador del artista Nassar Palangi
Mientras estudiaba la carrera de bellas artes en la Universidad de Teheran, el pintor Nassar Palangi (Hamedan, Irán, 1957), junto con cuatros compañeros, se inspiró en el movimiento muralista mexicano, ya que soñaban con un futuro más justo y la igualdad entre las personas.
Con el tiempo, Palangi se convirtió en uno de los primeros muralistas de su país. También ha pintado en Estados Unidos y Sudáfrica. En 2001, el gobierno australiano le otorgó una visa especial de “artista talentoso”, por lo que estableció su residencia en Canberra, donde empezó un movimiento muralista con el tema de la historia de su nuevo país de residencia. Piensa hacer de Canberra una capital de murales.
Palangi viajó a México, junto con su esposa, la también artista Farideh Zariv, como parte de una estancia académica dentro del seminario El muralismo, producto de la revolución mexicana, en América, cuyo responsable es Ida Rodríguez Prampolini, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), para dictar el ciclo de conferencias El arte de Irán antes y después de la revolución, y participar en las sesiones del seminario.
En entrevista, Palangi recuerda cómo un álbum de artistas mexicanos, sobre todo de obra de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, editado en Irán en farsi, se convirtió en fuente de inspiración para aquel grupo de jóvenes artistas de vanguardia: “Nos reuníamos diario para discutir qué se podía hacer por las artes revolucionarias de Irán. El ayatola Jomeini empezó a dar un mensaje universal tanto a la gente de Irán como a otros pueblos alrededor del mundo para oponerse al imperialismo y buscar justicia e igualdad.
Arte como medio de protesta
“Con esa inspiración, además de nuestros pensamientos y sentimientos, empezamos a crear una serie de nuevas obras de arte.” También estudiaron la pintura revolucionaria rusa, sin embargo, una obra de Siqueiros en la portada de aquella edición “nos inspiró mucho”.
Palangi señala en qué medida el arte empezó a fungir en las manifestaciones populares del momento, en forma de grafiti y pancartas. Luego, los diferentes artistas fueron invitados a mostrar su trabajo en varias ciudades del país. Al mismo tiempo, una “organización revolucionaria” empezó a reproducir en las paredes obra en gran formato, para lo cual echaron mano de la pintura de caballete del grupo de Palangi y sus amigos. Su pintura gustó porque los iraníes sentían que “describía el sentimiento, el pensamiento y la visión del futuro”.
Como “artista revolucionario”, Palangi también hizo murales directos sobre la pared. En los primeros años de la guerra Irán/Irak, de 1980 a 1988, el aún estudiante de tercer año viajó con cámara y libreta a la ciudad liberada, pero destruida, de Khorramshahr. Le dio mucha tristeza, de hecho, no se pudo ir de allí, entonces, quiso hacer un registro histórico que devino más de cinco mil dibujos y transparencias.
Usó algunos de sus bosquejos para hacer un mural de 45 metros cuadrados en una mezquita, algo insólito. No había a quien pedir permiso, porque la gente se había ido de la ciudad de 30 mil casas arrasadas. El artista invirtió 10 dólares en la compra de pinturas de acuarela. Apunta: “Había prometido a mis amigos estudiantes que de morir peleando por la libertad de la ciudad, les pintaría así como la memoria y la historia del momento”.
La tarea le tomó seis meses. Dormía en la mezquita. Después de medio año, los habitantes empezaron a regresar para ver qué había pasado con la ciudad. Los militares, relata Palangi, estaban encantados con el mural que veían como reflejo de su vida. Con el paso del tiempo, el mural se convirtió en un monumento nacional. En 2006, el gobierno iraní lo invitó a regresar a restaurarlo; ahora, con una comisión de por medio y ayudantes, mientras, sus amigos le hicieron un documental.