Mar de Historias
El mundo de Jazmín
Entre “El Mundo Infantil” y la estación del Metro hay siete cuadras. Esa distancia es el único territorio libre de América Hinojosa. Allí no recibe ni da órdenes, no necesita explicar su silencio ni lo que murmura y atrae las miradas de quienes pasan a su lado.
En esas siete cuadras puede reflexionar acerca de su vida: un matrimonio que se aturde en la indiferencia, una casa (apenas obra negra) en alquiler, un trabajo siempre mal pagado pero hasta hoy seguro, deudas, proyectos que nunca se realizan y una hija de l8 años: Jazmín. La adora, se desvive por ella, pero a veces no la comprende.
América recuerda que a la edad de Jazmín, a pesar de todas las carencias, ella vivía su juventud, disfrutaba, era conversadora, risueña. En cambio su hija siempre está callada, de mal humor y no aprecia las ventajas que tiene si se compara con otros jóvenes: va a la escuela de computación, no necesita trabajar y en la medida de lo posible ella y Narciso procuran complacerla.
La actitud de Jazmín es su mayor preocupación. Le gustaría hablarlo con su marido, pero Narciso está siempre deshecho por la fatiga del trabajo y los trayectos tan prolongados que hace para ir y volver. América sólo puede desahogarse con Eréndira, la otra dependienta de “El Mundo Infantil”. Ella le ha aconsejado que hable con su hija y la haga ver los privilegios de que disfruta.
Siempre que reflexiona acerca de Jazmín, América se sorprende de reconocer que, a la edad de su hija, vivió su juventud a pesar de que no tuvo muchas libertades. Ya trabajaba como “cerillo” en una tienda de autoservicio y su proyecto de estudiar para educadora había quedado atrás junto con sus otros sueños.
Muchas veces, mientras hacía el recorrido hasta la estación del Metro, América llegó a pensar que no le quedaba más alternativa que seguir el consejo de Eréndira: “Habla con tu hija, pero hazlo con energía, como lo que eres: su madre”. Pero después postergaba el enfrentamiento, ya fuese porque hallaba a Jazmín contenta y no quería ponerla de mal humor o porque la muchacha parecía más deprimida que otras veces y no deseaba agravar su pesadumbre.
Pero hoy, sea como fuere, hablará con su hija para evitar que se repita lo ocurrido entre ellas esta mañana.
II
Antes de llegar a su casa América escucha la música a todo volumen, indicio de que Jazmín faltó otra vez a las clases de computación que toma de cinco de la tarde a nueve de la noche porque el horario de la mañana no le gustó: “Van puros fresas. ¡Me chocan!”
América se propone no perder la paciencia, insistir hasta que su hija le diga por qué se aísla cada vez más, por qué cuando ella le habla no le responde, a qué se debe su sonrisa amarga cuando le dice que es joven y procure aprovecharlo porque los años se van volando. Además tiene todo lo que necesita, le viven sus padres. Mañana, ¡quién sabe!
América: hija, ya llegué. ¿Me oyes?
Jazmín: ay, sí, claro, ni que estuviera sorda.
América: es que como tienes la música tan fuerte…
Jazmín: ¿eso también te molesta?
América: no he dicho nada. ¿De dónde sacas eso?
Jazmín: de que todo lo que hago te parece mal.
América: tengo que decirte lo que no está bien. Por ejemplo, que no hayas ido a tus clases. ¿Qué pasó?
Jazmín: no tuve ganas.
América: pues yo, aunque a veces tampoco tenga ganas, me presento en mi trabajo para que no me descuenten el día. Necesitamos ese dinero.
Jazmín: ¿ya vas a echarme en cara lo que me dan?
América: no sé lo que te pasa. Últimamente has estado insufrible: me malinterpretas o no me contestas cuando te hablo. ¿Sigues molesta conmigo por lo que te dije esta mañana?
Jazmín: ay, ¡olvídalo!
América: no puedo. Imposible quedarme tranquila cuando me dices que quieres salirte de la escuela para ponerte a trabajar. Lo estuve pensando, y si quieres ¡hazlo! Nada más que en todas partes van a pedirte título y sólo cuentas con el certificado de secundaria. Tenía la esperanza de que al menos terminaras la computación y ya ves, a cada rato faltas a las clases.
Jazmín: ay, mamá, ¿qué quieres? ¿Cómo te doy gusto? Si salgo, te preocupas; si me quedo en la casa, igual. Ya no sé ni qué hacer.
América: lo que te corresponde: vivir tu juventud, aprovecharla, disfrutar de lo que te damos de todo corazón.
Jazmín: pues ni tanto, porque se la pasan diciéndome lo mucho que les cuesta comprarme aunque sea unos pantalones.
América: mi amor, no es fácil ganar el dinero. Lo sabrías si trabajaras.
Jazmín: es lo que quiero y no me dejas.
América: porque aspiro a tu bien. Eres tan joven…
Jazmín: ¿y eso qué?
América: el mundo está en tus manos, ¿te parece poco? Con nosotros lo tienes asegurado todo: casa, comida, ropa, medicinas, escuela.
Jazmín: es su obligación.
América: sí, pero la tuya es aceptar todo eso al menos con un poquito de agradecimiento.
Jazmín: siempre terminas igual: echándome en cara lo que me dan.
América: ¡no y mil veces no! Lo que quiero es que valores lo que tienes.
Jazmín: ¿qué tengo?
América: si te parece poco, allá tú, pero es lo más que podemos darte. ¿Sabes cuál es la ilusión de tu padre? Comprarte un coche.
Jazmín: para que luego me diga adónde puedo ir y adónde no, mejor que ni lo compre. Ya tengo suficiente con que se la viva diciéndome que me dio el celular para que me reporte de donde esté.
América: porque le preocupa que pueda sucederte algo. Si leyeras los periódicos sabrías lo que pasa. Nada menos anteayer, cerquita de mi trabajo, se armó una balacera y un tiro mató a una chamaquita que atendía un puesto de jugos con su mamá.
Jazmín: ¿y por qué tiene que sucederme lo mismo a mí?
América: porque las balas no respetan, ¡por eso! ¿A dónde vas?
Jazmín: a mi cuarto. La verdad me está dando mucha hueva tu rollo: lo he oído mil veces. Sí, sí, sí: ya sé que todo lo que dices es porque me adoras y quieres que disfrute de mi juventud.
III
Entre la sala-comedor y el cuarto de Jazmín hay 10 metros, que atraviesa urgida de escapar. El portazo que da para atrincherarse es la salva con que celebra haber recuperado su único espacio de libertad.
El cuarto mide seis metros por cinco. Jazmín lo ocupa desde que era niña. Conforme ella iba creciendo el espacio se hacía más y más reducido, quizá porque fue acumulando cosas: ropa, zapatos, compactos, mochilas, revistas, carteles, juguetes. Todos son de plástico y la mayoría de pilas. Sobre ellos reinan varias Barbis.
Aunque despelucadas, con un solo zapato, semidesnudas, Jazmín se niega a desprenderse de ellas. En distintas etapas de su vida fueron sus únicas compañeras. Cuando volvía de la escuela y encontraba la casa desierta porque sus padres se habían ido a trabajar, eran las confidentes de sus disgustos, ansias, insatisfacciones. Sólo a ellas les confesaba su miedo a la oscuridad y a los peligros de la calle.
El miedo es como una sombra que le robó el mundo más allá de las puertas de su casa. Pasó la infancia sin saber lo que era jugar en la calle. Los choferes atrabancados se apropiaron del arroyo mucho antes de que ella estrenara su primer triciclo; los robachicos se agazaparon en los quicios mucho antes de que ella pudiera dibujar un avión en la banqueta para saltar sobre él; los perversos tomaron por asalto los parques y jardines mucho antes de que ella pudiera disfrutarlos saltando la cuerda o en su bicicleta; los narcos tendieron sus redes antes de que ella conociera la libertad; el sida envenenó los cuerpos antes de Jazmín pudiese disfrutar del amor.
El mundo que Jazmín recorrió cuando era niña abarca las distancias que hay entre su casa y la iglesia, la escuela, el mercado, la tintorería, la farmacia, el salón de belleza. Nunca las caminó a solas ni eligió el itinerario. Siempre lo hizo de la mano de alguien –padres, abuela, tíos– que previamente había elegido el trayecto.
A la sombra del miedo que en su infancia le robó espacios se agregó otra: la del temor que siente ante la posibilidad de que se desate la violencia. Su madre le advierte que eso puede ocurrir en cualquier parte y a cualquier hora; que en su juventud era distinto: “con no meterse en antros ni andar en la calle a deshoras estaba uno seguro. Ahora nadie está a salvo ni siquiera en su casa”.
Jazmín siente que conforme fue alcanzando la juventud, el mundo, como su habitación, se ha vuelto más pequeño. Por todos los rincones se acumulan la violencia y el miedo.