Usted está aquí: martes 5 de agosto de 2008 Opinión Llamada a los campos

Crónica especial para La Jornada

Baldemar Velázquez /IV*

Llamada a los campos

Julio, 30.
El calor de hoy fue de los peores que recuerdo. A las 8 de la mañana ya estaba empapado, en parte por tener que volver a ponerme la bolsa de plástico. La humedad no duró mucho porque el sol ardía, pero cuando nos quitamos el plástico seguimos sudando con profusión. Yo estaba más preparado con las cosas que compré el lunes, una pañoleta para usarla en la frente para que no me entrara sudor en los ojos y un Gatorade en el contenedor del hielo. Los hombres bebían gaseosas a media mañana, pero yo me la pasé tomando agua hasta que me acordé de traer el Gatorade que compré el lunes.

A las 10 de la mañana el que llaman Nino se sintió mal y fue a tomar agua, y otro al que apodan Chemo hizo lo mismo. Ayer supe de hombres que en otras granjas dejan el trabajo a causa del calor. Me sentí incómodo por el sol quemante en la espalda y por las condiciones de este campo. Había un montón de quelites y en los primeros 30 metros tuve que agacharme entre los surcos y hundirme en tierra caliente para arrancar la hierba, sin posibilidad de ser confortado por la brisa. Recordé que en mi pasado de jornalero hacía lo mismo. Primero desbrocé y luego regresé a cortar los brotes.

Cuando llevábamos un surco y medio nos detuvimos a tomar agua en el otro extremo del campo. Los hombres se veían aporreados, respiraban con la boca abierta y tenían la camisa empapada en sudor. Me dije: esto les ocurre a los viejos que realizan este trabajo. Alcancé a ver mi reflejo en el espejo de la pick up cuando fui a tirar mi vaso a la basura. ¡Tenía el mismo aspecto!

Estos hombres son atletas en todos los sentidos de la palabra. Son correosos y fuertes, con mucha energía. La mayoría de este grupo llevan años trabajando juntos, así que hay mucha camaradería. Se ayudan a terminar sus surcos para poder tomar agua todos al mismo tiempo. Cuando los surcos son especialmente largos, ayudan al de al lado para que todos estén en la misma parte del campo. Esto se añade a los relatos, cantos y bromas que hacen soportable el día. Son un equipo; el campo de labor al que volvemos día a día es como una mezcla de vestidor y cuartel.

El granjero vino de nuevo al mediodía y comió con nosotros. Nos sentamos al otro lado del campo, junto a un bosque de pinos que nos dio un lugar agradable para comer. La sombra y la brisa ocasional nos refrescaron. Le hice varias preguntas al granjero sobre la industria del tabaco en pausas apropiadas entre sus bromas con los hombres. Era bastante abierto y sincero para revelar datos que guardé en mi banco de información sobre RJ Reynolds. Hablando de esa empresa, caí en cuenta de que me hacía sentir como un fugitivo. Si me están buscando, ¿qué van a hacer conmigo cuando me encuentren? No tienen más que levantar el teléfono y llamarme.

Luego de la breve pausa para almorzar, nos dirigimos a los próximos surcos; en el curso de una hora el sol nos debilitó. Los cantos cesaron. Nos separamos para terminar los surcos y nos fuimos al campo siguiente. Una vez más, el corto trayecto nos revitalizó y los hombres hacían bromas de que no fuéramos a ser como unos tipos de los que nos habían contado un día antes, que sólo querían trabajar medio día. “Deben creer que son banqueros, de ésos que ponen a todos los demás a hacer el trabajo.”

A eso de las 4 de la tarde una capa de nubes nos refrescó, acompañada por una agradable brisa. Todavía hacía calor; el granjero nos dijo que la temperatura andaba por los 35 grados. Terminamos como a las 5:20; me sentí aliviado.

Esta tarde me senté con El Caballo a leer la Biblia. Tiene una versión bilingüe de la Biblia del Rey Jacobo, que no es mi favorita, pero es buena también para aprender inglés, algo que les interesa a todos los trabajadores. Le prometí a Chemo que le conseguiría una; él se pasa el día preguntándome cómo se dice tal o cual cosa en inglés. Me hizo recitar todo el alfabeto despacio para repetir cada letra después de mí. Decían que sería estupendo que me quedara más tiempo para darles clases.

En mis años de jornalero, el tercer día era siempre el decisivo para irme o quedarme. Espero que mi cuerpo recuerde esa regla mañana.

* Presidente del FLOC.

Traducción: Jorge Anaya

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.