Encrucijadas
Se trate o no de “diferencias de tono” entre la Secretaría de Hacienda y el Banco de México, como las llama el analista Enrique Quintana (Reforma, 01/08/08), el hecho es que el reciente informe del gobernador Ortiz sobre la situación económica nacional es contundente y debería servir para dejar atrás los muchos equívocos provocados por la dialéctica entre optimistas y pesimistas invocada por el propio gobierno.
En justicia, habría que admitir que se trata de un legado envenenado más del (des)gobierno de Fox, quien se dedicó a inventar alegremente cifras de empleo y a confundir al país sobre el estado real de la economía y sus efectos sobre el resto de la vida social, así como a “vender” sus reformas como si fueran Coca-cola, la chispa de la vida de una economía exangüe que lleva más de dos décadas sin generar los empleos necesarios y, como se muestra ahora, las capacidades mínimas para asegurar su abasto básico.
De este desbarajuste no se ha recuperado la opinión pública que un día sí y otro también asiste a un carnaval de datos, cifras, interpretaciones y proyecciones que le impiden centrar su atención en lo importante. Esto es sin duda grave, entre otras cosas porque una economía abierta y de mercado como la que nos hemos empeñado en construir requiere de información consistente y amplia, así como de interpretaciones rigurosas y sistemáticas sobre el desempeño económico y sus perspectivas. De no ocurrir así, la mano la llevan los especuladores de las finanzas y la política, en un mundo dominado por la especulación desenfrenada propiciada por la “magia” y el fundamentalismo del mercado que tienen sus baluartes precisamente en los círculos de inversión financiera.
Por más esfuerzos empeñados por el Banco de México y el INEGI, la incertidumbre sobre la calidad de las cifras y sus proyecciones se ha apoderado de diversas franjas de la opinión pública, entre las que están varios estamentos de la empresa privada, sobre todo de la mediana y pequeña, que pugna por sobrevivir en el ambiente más hostil imaginable.
El horno económico así, no está para bollos, como bien dice Carlos Fernández Vega (La Jornada, 01/08/08, p.32) sino para estampidas demográficas y financieras. Para las primeras hay ya un muro en operación; a las segundas sólo las detiene la incertidumbre mayor sobre lo que puede ocurrir en el Gólem del Norte.
Ésta es una encrucijada mayor si asumimos en toda su magnitud el horizonte de estancamiento con inflación delineado por Ortiz: capear los temporales que acompañan este barroco fenómeno del capitalismo global va a necesitar de algo más que de la paciencia inveterada del pueblo mexicano, que sólo adquiere existencia para los que mandan cuando de apelar a su resignación se trata. La verdad es que este pueblo parece ahora dispuesto a reclamar más de la cuenta, a pedir resultados y a exigir que su opinión cuente. Con ello, a medida que se despliegue como reclamo ciudadano, pero también laboral y de consumo, este pueblo tan prontamente declarado como no existente por la sociología al modo del poder, se torna protagonista de la política y factor económico en activo, que obliga a revisar el cálculo macro y microeconómico.
Puede la caída económica “no estar tan mal” (La Jornada, 31/07/08, pp. 1, 24) como sugiere Banxico, porque siempre se puede estar peor como postula la economía política ortodoxa, pero tal como nos la ha descrito su gobernador es suficiente para que gobierno y sociedad nos declaremos en estado de emergencia. Puntos de más o de menos en el crecimiento del producto interno bruto (PIB) no despejan el panorama de desolación del empleo y del ingreso; décimas de más o de menos en el crecimiento de los precios no difuminan, ¡verbo a modo!, la actualidad de una carestía que como siempre le pega a los más débiles en la economía, quienes a su vez suelen repercutirlo en los más débiles en el hogar o la comunidad (niños, viejos, madres).
Cooperación social y económica en un mundo dominado por el mercado no es fórmula fácil ni goza de la simpatía de los que mandan o influyen. Pero se trata, sin más, de una condición para la sobrevivencia de una sociedad en crisis cuyo sistema de dominio y lucro sigue articulado por aquella “alianza para las ganancias” que tan bien describió Roger Hansen cuando empezaba la crítica del desarrollo estabilizador que se había vuelto desestabilizador, para recordar a otro amigo y colega americano, Clark Reynolds.
La historia no se repite sino como farsa, dijo el clásico, pero lo que tenemos enfrente es el cuadro goyesco de una tragedia, a pesar de tanta bufonería ambiente.