■ Encuentros anuales, como el de Tepetzintla, hacen renacer la tradición con más vitalidad
Cada día los huapangueros son más pequeños; las niñas destacan
■ “Cuando oigo son huasteco las depresiones se van; como que si estoy enfermo, me alivio”, expresa Rafael Piñeiro, del Trío Ozuluama
■ “Aquí nadie toca bien ni mal; lo importante es que no se olviden las raíces”, asegura Antonia Vera, fundadora del encuentro veracruzano
Ampliar la imagen De izquierda a derecha, Efrén Segura, don Sósimo Núñez y Rafael Piñeiro, integrantes del Trío Ozuluama Foto: Patricia Peñaloza
Ampliar la imagen Los Huastequitos de la Sierra de Totonacapan fue uno de los tríos infantiles que más admiración causó en el encuentro de Tepetzintla, por su solemne forma de tocar. En la imagen, Miguel Domingo, de 11 años; Jesús Domingo, de 12, y Roberto López, de nueve Foto: Patricia Peñaloza
Tepetzintla, Veracruz. Cojeando, con las piernas cansadas, el intérprete de son huasteco, don Sósimo Núñez, de voz potentísima detrás de la jarana, luce juvenil y entusiasta en su mirada: a sus 71 años formó hace sólo ocho el Trío Ozuluama. “¡Nunca es tarde!”, exclama, mientras recalca: “Dejaré de tocar y cantar hasta que Dios me lo permita. Es lo último que voy a dejar de hacer. He sido ejidatario, líder sindical y hasta pescador, pero hacer esto es la mejor vida que he llevado… En este ambiente nos dan cerveza y dinero, nos apapachan… ¿Para qué vamos a regresar al monte? El huasteco dice lo que siente, lo que ve y lo que el corazón le dicta, eso es lo que hace. No soy bueno para componer versos, pero repito los de otros. Me gusta saber versos viejos y cantarlos mucho, para que no se pierdan, porque todo esto que hacemos es como una maleza que se va regando…”
Desde hace unos 20 años reverdece y se extiende sobre la Huasteca una maleza que parecía haberse secado, pero hoy día goza de vitalidad y renovación constantes: el son huasteco late al compás del verso improvisado y el falsete, no como un folclor institucionalizado, sino como una expresión genuina de sus pobladores, convocados por los crecientes festivales que en distintas comunidades de Veracruz, San Luis Potosí, Hidalgo, Puebla y Querétaro, entre otras entidades, a lo largo del año son organizados por huapangueros entusiastas, lo cual está dando como resultado que los intérpretes y trovadores más longevos sean reconocidos, y que cada día haya más niños que tocan y cantan, así como jovencitas que al hacer lo propio desafían el machismo prevaleciente en las comunidades rurales mexicanas.
Si bien al margen de los reflectores mediáticos han prevalecido y destacado, ya como ejemplo de tenacidad o como influencia musical desde los años 60, tríos de son huasteco, como Los Cantores del Pánuco, Los Camalotes o Los Camperos de Valles, al cobijo de los recientes festivales, la actual cantidad de tríos es incontable, y las edades para interpretarlo y bailarlo son cada vez menores.
Tres de los encuentros anuales de huapango más importantes son el de Amatlán, Veracruz (en noviembre cumplirá 20 años); el que auspicia el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en agosto, cuya sede es itinerante (este año cumplirá 13 veranos: del 28 al 31, en Xilitla, San Luis Potosí), y el de Tepetzintla, Veracruz, realizado en su octava edición el fin de semana pasado. También están, con menos de ocho ediciones, los que se llevan a cabo en Citlaltépetl, Tamalín (a efectuarse hoy y mañana), San Sebastián, Colatlán, Los Ajos (todos en Veracruz)… más los que se vayan acumulando.
Tepetzintla: la Tierra bailó con lluvia
Los días 26 y 27 de julio, Tepetzintla recibió a decenas de tríos provenientes de siete estados de la República, incluyendo a músicos del Distrito Federal. Organizado por la asociación civil Huitzitzilin, a cargo de Antonia Vera, a pesar de la lluvia y el escaso apoyo de las autoridades locales, este octavo Encuentro de Huapango resultó emotivo: en ninguna de sus ediciones había llovido, y justo ahora que el tema del encuentro fue el cuidado de la Tierra y el medio ambiente, ésta se animó a bailar con un chaparrón incesante, que en nada amainó las ganas de cientos de pobladores, por zapatear o echar versos, aunque la escenografía se hubiera estropeado.
El domingo, mesas y mesas de comida tradicional fueron ofrendadas por los habitantes de Copaltitla –caserío indígena aledaño– a los visitantes, para proseguir ahí con la fiesta.
Vera, quien recibe a muchos de los músicos en su casa, extiende: “Aquí las autoridades sólo apoyan con los permisos, camionetas, tarimas. Aunque tampoco queremos que pongan más, porque luego quieren que les apoyemos políticamente, y eso no nos interesa. Y como no les apoyamos, pues más trabas nos ponen. Pero nos mantenemos firmes, pues, aun sin ellos, la fiesta la hace la gente”.
Antonia fundó este encuentro en 2001, en recuerdo de sus padres y abuelos, quienes le contaban que en los años 30 había ahí muchos bailes y huapangos, algo hace 10 años casi extinto: “Nuestro objetivo, como el de muchos de los que organizamos estos festivales, es rescatar, fomentar y difundir el huapango. La gente no es que no lo conociera, pues igual lo baila en bodas o bautizos, pero aisladamente. Ahí estaba latente, sólo hacía falta poner la chispa para que se encendiera la mecha. Y a diferencia de Amatlán, donde hacen concursos de baile académico, aquí nos interesa que se baile y cante lo tradicional. Aquí nadie baila bien o mal, sino como lo siente, como se divierte y emocione; lo principal es que haya convivencia y que no olviden sus raíces”.
En estos encuentros hay también talleres y cursos. Vera aseguró que es satisfactorio ver que cada día hay más niños que aprenden son huasteco, y sobre todo niñas. Y es que de generaciones anteriores, destacan unas cuantas mujeres, como Esperanza Zumaya, Antonia y Natalia Valdés y Soraima y sus Huastecos; las primeras, trovadoras; la última, intérprete, compositora e investigadora.
El decimista y promotor cultural, Gilberto Ortega, de 73 años, autor de cinco libros compiladores de décimas, así como de historia y descripción del son huasteco, confirma que es un hecho el actual “renacimiento” del huapango: “Hace 15 años ya casi nadie estaba haciendo décimas, cantando o bailando. Ahora hay muchos talleres y jovencitos aprendiendo”.
Oriundo de González, Tamaulipas, quien compone y recita de memoria bellas décimas, indicó: “Yo prefiero cantarle al amor. No sólo a la mujer, sino a la naturaleza, al mar, al cielo, a la laguna… todo lo que sea motivo de sentimiento. En el huapango nadie toca mal, no hay error. No hay virtuosismo; eso no es lo importante. No se trata de tener una capacidad ilimitada para tocar, sino mucho corazón, sinceridad. Unos creen que es algo repetitivo, pero no. Un trío nunca va a tocar como otro, porque cada uno tiene su estilo, o porque entre versos ya establecidos van intercalando improvisaciones únicas, de acuerdo con el momento. Cada quien pone sus arreglos, su pasión, su gusto”.
Alegrar a la gente
Gran admiración causaron dos grupos infantiles: Los Cocuyitos y Los Huastequitos de la Sierra de Totonacapan. Estos últimos, de extracción campesina e indígena, provocaron revuelo por su tamañito y corrección al tocar. Miguel Domingo, de 11 años; Jesús Domingo, de 12, y Roberto López, de nueve, tocan afinados, bien coordinados, con calidad instrumental y siguiendo la vena tradicional, a diferencia de otros grupos infantiles, que a veces suenan a musical de escuela. Tímidos, pero de ojos expresivos, contestan algunas palabras. Dice Miguel, ejemplar al violín y líder del grupo: “Nos enseña a tocar un señor que se llama Antonio Domingo”. No dice que es su papá. Luego se le pregunta si lo es, y lo afirma.
Aprender para ser grande
–¿Por qué tocan huapango?
–Porque nos gusta.
–¿Se quieren dedicar a ello toda la vida?
–Sí.
–¿Qué consejos te da tu papá?
–Que aprenda mucho, para que sea yo grande en esto.
–¿Qué les dice su familia de que toquen?
–No dicen nada. Nos dan permiso de ir a todos lados. Allá en Mecatlán, donde vivimos, los sábados nos enseñan a tocar rancheras, cumbias, huapangos. Llevamos ocho meses aprendiendo.
–¿Qué es lo que más les gusta de tocar huapango?
–Que alegra a la gente, la hace bailar, reír, la pone contenta. Lo más bonito es cantar y que nos aplaudan.
Uno de los grupos más populares y de respeto actual es el Trío Ozuluama, encabezado por el carismático Sósimo Núñez. De estilo único en el violín, en manos de don Efrén Segura, también de 70 años, y con ocurrentes improvisaciones a cargo de don Rafael Piñeiro, misma edad, este trío se ha vuelto entrañable, sobre todo en el festival de Pánuco en 2006, donde el público aplaudió de pie varios minutos tras su actuación.
Con arrebato, cada uno narra sus vidas. Don Efrén relata cómo, a los 17 años, su padrino, con quien vivía, no le dejaba dedicarse a la música, de modo que él mismo se hizo su violín con trozos de madera y un pedazo de crin; como no lo dejaban practicar, cuando iba a dejar un pedido de leche o queso, en el camino, a caballo, iba sacándole sonido al instrumento; su historia prosigue entre desencuentros familiares, causados por su pasión hacia el violín, la cual nunca ha abandonado. Don Sósimo, a su vez, relata que aunque su padre tocaba la jarana, también tenía que hacerlo a escondidas, pues aquél le decía: “no te dediques a la música, ese ambiente es para borrachos, es un mal camino; además, quién te va a enseñar teniendo la mano chueca”. Y es que don Sósimo es zurdo. Aun así, hasta hoy día toca con el encordado para “derechos” porque, dice, así aprendió y así le sale. Luego, tras la quinta huapanguera, Rafael Piñeiro, hijo de padre compositor, cuenta que al contrario, siempre contó con gran apoyo familiar.
“Si me hubieras dicho hace 20 años...”
Campesinos de toda la vida, actuales ganaderos y parcelarios, la historia de estos tres hombres es singular, pues, aunque se conocen desde los 20 años de edad, nunca habían formado un grupo juntos; sólo tocaban en grupo de vez en cuando. Dice don Sósimo: “Nada más habíamos tocado a las ‘pegadas’, o sea, de juntarnos con otros. Rafael estuvo un rato con el Trío Bichín, y yo dos años con el Frontera, pero no me acoplaba. Entonces, para concursar en Amatlán hace ocho años, le dije a Efrén que hiciéramos el trío. ‘Si me hubieras dicho hace 20 años, estaría bien, ¿pero, cómo ahora?’, me dijo. ¡Pero nunca es tarde!, le contesté. Y como siempre habíamos tocado a las ‘pegadas’, aunque vivimos a kilómetros de distancia cada uno, y no practicamos, no le hace, porque aprendimos a acoplarnos con quien fuera. Aunque cada vez nos da más trabajo. Donde vive Efrén nomás se puede llegar a caballo, y a veces con las lluvias no puede salir. Además, ya se siente mal de sus piernas. Yo lo que quisiera es un helicóptero para poder pasar por ellos y llevármelos a donde sea a tocar”.
Sonero hasta la muerte
Después afirma: “El huapango es una cosa muy bonita, una tradición que forjaron nuestros antepasados; una herencia que no debemos perder. Antes éramos cinco huastecas, ahora somos siete. Nos vemos a todos como hermanos, porque con el huapango así lo sintemos. Al cantar es muy bonito ver cómo alegro a otras personas”.
Piñeiro expresa: “Cuando oigo el huapango hay algo que me atrae. Las depresiones se van. Para mí el huapango es lo más predilecto; me llama, me toca, me levanta. Como que si estoy enfermo, me alivio. Yo tampoco haré otra cosa mientras Dios me tenga en el planeta Tierra”.
Para cerrar, don Efrén elige recitar un verso huasteco: “Ay, Huasteca, tierra mía, yo te bendigo cantando/ Digo sin hipocresía, y como me gusta el rango:/ no hay música ni alegría que compita con tu huapango”.