Meditación sobre el Moncada
Cuba en 1953 era probablemente el más dependiente de Estados Unidos entre los países de América Latina, señorío de gobiernos entreguistas y del anticomunismo más primitivo. Quién podía imaginar entonces una revolución socialista allí ocho años después y la primera gran derrota militar del imperialismo estadunidense en nuestra región.
Y es que el ataque al cuartel Moncada el 26 de julio de aquel año no fue sólo un acto de valentía y desprendimiento inaudito de sus jóvenes protagonistas que estremeció la conciencia moral de la isla. También inauguraba una concepción renovadora sobre el sujeto de la revolución, las vías y formas de lucha, y el papel decisivo de la subjetividad inspirada en José Martí y en una interpretación acertada de los clásicos del pensamiento socialista. Prefiguraba, en síntesis, la gran hazaña intelectual y política que ha exigido hasta hoy la transformación revolucionaria de Cuba. La inmensa mayoría no podía darse cuenta en ese momento, fracasada la acción insurgente y muertos o prisioneros la mayoría de los participantes. Apenas se conocía en la isla el alegato de Fidel Castro ante los jueces, “La historia me absolverá”, uno de los documentos políticos iluminadores de la historia latinoamericana. Fue la arrolladora campaña del Ejército Rebelde, la gran huelga general revolucionaria que la coronó, la radiante entrada de los barbudos en La Habana el primero de enero de 1959, la rápida constatación posterior de la hondura de su proyecto lo que permitió vislumbrar la influencia que aquel proceso ejercería en nuestra América y en el enriquecimiento de la teoría revolucionaria.
Plantada ante las fauces del “norte revuelto y brutal que nos desprecia”, la revolución cubana conmocionó al mundo, dio un impulso sin precedente a la fe de las masas latinoamericanas en la posibilidad de cambiar por sí mismas el destino impuesto por siglos de dominación colonial e imperialista, negada hasta por los dogmas en boga de un pensamiento de izquierda esclerosado.
La misma revolución que cumplió 55 años de lucha incesante el pasado 26 de julio. Once lustros de frecuentes rupturas con el pasado y consigo misma, de rectificaciones, de ensayo y error, pero sin haber cometido hasta hoy uno solo que pusiera en peligro el rumbo, pese a que nadie sabía –ha recordado Fidel– cómo se construye el socialismo. La misma revolución que en un país pobre y subdesarrollado pudo resistir la monumental crisis ocasionada por el colapso de la URSS y el recrudecimiento simultáneo de la guerra económica y la hostilidad de Estados Unidos sin ceder a la tentación neoliberal. ¿Cómo explicar el milagro? Raúl Castro lo dijo con sencillez en la reciente conmemoración del Moncada: “Las profundas convicciones y la firme voluntad de resistir y vencer de nuestro pueblo”.
A 17 años del derrumbe soviético es evidente la abismal diferencia entre la actitud de ese pueblo y la de los desarmados ideológicamente y aturdidos por el espejismo consumista en la URSS y demás países del llamado socialismo real, que sin hábito de pensar con su propia cabeza se dejaron arrastrar pasivamente –o hasta ilusionados– a la versión más salvaje del capitalismo. Una causa fundamental de ese contraste radica en la prioridad concedida al desarrollo de la conciencia y la cultura política del pueblo por los dirigentes cubanos, que se revela en el sentimiento de pertenencia a la revolución de una gran mayoría y en los rasgos de solidaridad tan frecuentes de muchos. Otra, la estrecha relación mantenida por casi medio siglo entre el liderazgo revolucionario y las masas que, aunque exigentes y críticas con él, aprecian su dedicación y entrega a la causa. En esencia, la cubana es una concepción del socialismo discrepante de la aplicada en el este europeo al colocar al ser humano como el principal sujeto y objeto de la transformación social. Su gestación estaba ya presente en el Moncada aunque viene de lejos en la historia de Cuba.