Usted está aquí: miércoles 30 de julio de 2008 Opinión El martirio de Miguel Caxlán

Carlos Martínez García

El martirio de Miguel Caxlán

Hace unos días se cumplió un año más de su terrible asesinato. El 24 de julio de 1981 el líder histórico de los indígenas chamulas protestantes, Miguel Gómez Hernández (conocido como Miguel Caxlán desde su niñez, por usar camisa y pantalón al igual que los mestizos), es brutalmente ultimado por sicarios al servicio de Javier López Pérez, cacique de San Juan Chamula.

Aquel día el dirigente de la creciente Iglesia evangélica tzotzil ya no pudo escapar de sus perseguidores. Antes había logrado, en numerosas ocasiones, ponerse a salvo de los intentos por asesinarlo.

Sus captores lo interceptan en las cercanías de la colonia Nueva Esperanza, asentamiento de chamulas protestantes expulsados de sus poblados originales, fundado por Caxlán en los márgenes de San Cristóbal de las Casas, y de donde lo llevan a la cabecera municipal de Chamula para torturarlo vilmente en casa de quien paga por el secuestro y asesinato. Le arrancaron el cuero cabelludo, le extirpan un ojo, arrancan la lengua y nariz, lo golpean reiteradamente y con distintos objetos. Después se lo llevaron a un monte, ahí lo cuelgan de un árbol. Sus hermanos evangélicos, que lo buscaban desde el primer momento en que se enteran de su desaparición, encuentran a Miguel Caxlán inerte, el vaivén del viento movía su cuerpo.

Es frecuente hallar referencias que aseguran como origen de la implantación del protestantismo entre los chamulas los trabajos de los traductores y misioneros del Instituto Lingüístico de Verano (ILV). Pero casi nadie ha prestado atención a los propios chamulas conversos, que son quienes de manera definitiva extienden y consolidan su nueva fe. Por destacar, con distintas motivaciones, un supuesto papel preponderante de los misioneros estadunidenses, se invisibilizan los esfuerzos de los indígenas que deciden elegir otra identidad religiosa, en este caso el protestantismo, y son eficaces difusores de esa creencia. Es el caso de Miguel Caxlán, personaje central en la construcción de un protestantismo con rostro indio.

La vida de Miguel Gómez Hernández tiene varios paralelismos con la de Juan Pérez Jolote, cuya biografía debemos a Ricardo Pozas y ha tenido múltiples reimpresiones desde su primera publicación en 1952. Ambos viajan a las fincas cafetaleras del Soconusco para laborar, tienen graves problemas de alcoholismo, viven por un corto tiempo en la ciudad de México, experimentan la discriminación de que son víctimas en todos los lugares por los que pasan en su éxodo. Los dos colaboran como informantes de la lengua tzotzil (Juan en los años 50 del siglo pasado y Miguel en los 60) con los misioneros del ILV, Kenneth Jacobs y su esposa Elaine.

En 1963 Miguel Caxlán abandona su puesto de jilol (curandero) y se convierte en predicador evangélico. Dirige pequeños núcleos de simpatizantes y conversos en distintos hogares de parajes pertenecientes al municipio de Chamula. Al enterarse, hacia finales de 1964, que en Vinictón tenían lugar reuniones de evangélicos encabezados por Gómez Hernández, las autoridades tradicionales de Chamula advierten al grupo que de no cesar las reuniones sufrirían represalias. Las mismas no tardarían en hacerse efectivas.

Después de varios hostigamientos y ataques de advertencia, el 21 de enero de 1966 Miguel Caxlán y Domingo Nachij (también líder y quien introduce a Miguel en el cristianismo evangélico) son balaceados, pero salen ilesos del intento por eliminarlos.

Más tarde, en ese mismo año, los tradicionalistas incendian casas de evangélicos en tres parajes: uno de los hogares en llamas es el de Caxlán, que a partir de entonces decide refugiarse en San Cristóbal de las Casas. Ése fue el primer ataque violento contra Miguel Gómez Hernández. El último acabaría cruelmente con su vida 15 años después.

Desde su lugar de exilio, Miguel Caxlán hace visitas fugaces a las células protestantes conformadas por indígenas chamulas. Los sábados y domingos organiza reuniones generales en casa del traductor del Nuevo Testamento al tzotzil, Kenneth Jacobs, en San Cristóbal. Les advierte a sus congregantes de que debían ser conscientes de los peligros que les acechaban, como lo recuerda una asistente, la entonces adolescente Pascuala López Hernández: “… nos decía que era posible que la gente de Chamula no nos quisiera por ser evangélicos y que posiblemente se desataría una persecución en nuestra contra e intentarían matarnos o hasta quemarnos”. Hoy Pascuala vive en la colonia de expulsados Betania, la que fue iniciada por Manuel Caxlán, hijo de Miguel, y es un símbolo de la resistencia de los chamulas evangélicos, ya que ella misma sufrió un violentísimo ataque a manos de los tradicionalistas, en el que murieron su hermano y hermana, Domingo, de 10 años, y Dominga, de 12, así como su sobrina Angelina de cuatro años. Pascuala y otra sobrina, Abelina de siete años, quedaron gravemente heridas.

En el verano de 1981 un hecho sin precedente cimbró a San Cristóbal de las Casas: el muy concurrido cortejo fúnebre de un indígena. Acompañaron al féretro más de 5 mil personas. Nadie recordaba la asistencia de tal multitud a un sepelio. Protestantes indígenas, mestizos y misioneros caminaron juntos, indignados y dolidos por la muerte de Miguel Caxlán.

 
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